El pasado martes, 13 de Agosto, se conmemoró un nuevo aniversario de la caída de la capital del llamado imperio mexica, Tenochtitlan, por parte de un enorme ejército conformado abrumadoramente por pueblos mesoamericanos sometidos por él. Algunos historiadores -mejicanos inclusive- cuestionan la denominación de conquista a este hecho, ya que, sin lugar a dudas, fue la participación de los propios pueblos indígenas la responsable de su caída. Ahora bien, ¿por qué los numerosos enemigos de los mexicas no habían sido capaces de aliarse para sacudirse el dominio antes de la llegada de los españoles? La historia nos demuestra cómo personas especialmente dotadas para la conducción política son capaces de aglutinar, en pos de un objetivo común, a pueblos que, previamente, habían aceptado con resignación su destino; este es el caso de Hernán Cortés; una figura extraordinaria, cuya habilidad carismática y poliédrica fue capaz de dar un vuelco irreversible a la situación de aquellos pueblos mesoamericanos, creando un paradigma que serviría de referencia a otros grandes personajes de la epopeya americana. Este artículo es un humilde homenaje a su figura.
Nacer en cualquiera de los reinos de la península ibérica en 1487 suponía ver el sol en el lugar de la Tierra destinado a dar fe de la existencia de otros pueblos, continentes, de otra fauna, de otra flora, de otros mares, de ríos de un caudal desconocido, inmensos, desafiantes para los nacidos en el rincón más occidental de la Cristiandad, donde los ríos eran sus poetas, como diría Neruda siglos después, una forma de compensar la escasez de agua con la abundancia esplendorosa de las rimas. Nacer en ese año en los reinos de Aragón, León, Castilla, Navarra o Portugal era hacerlo a lomo de un caballo desbocado, mas no alocado; empujado por el impulso secular de quienes sabiendo de donde venían ignoraban el final de su carrera, si bien sabían a dónde querían llegar, pues, como diría Felipe II tras la unión de la monarquía hispánica con la portuguesa: “Non sufficit orbis” -el mundo no es suficiente-Cualquiera que rompiera a llorar por vez primera en aquel año, en esta tierra de María santísima, tendría la posibilidad de ser un pendenciero truhan, un renombrado soldado, un científico de altura, un filósofo-teólogo debatiendo el alcance antropológico de criaturas jamás antes vistas, un navegante experto en las artes de marear….. ¡Para qué seguir!: Podía serlo todo. Los reinos de Isabel y Fernando no eran territorios limitados por una estrechez mezquina; eran plataformas aeroespaciales para quienes aceptaran el desafío de ser acuanautas cabalgando carabelas y galeones cual miembros de una orden de caballería recién creada por el Todopoderoso para cumplir sus designios inescrutables.
En 1492, los nacidos en 1485, a pesar de su corta edad, sentían el orgullo de habitar en el centro del mundo; con una reina venerada en toda Europa y un rey considerado un genio de la política. Nacer en Astorga o Fuensalida; Alicante o Ribadesella; Lugo o Jaén; Málaga o Cartagena; la Gomera o Murcia era hacerlo en un cosmos infinito, pero tangible, plagado de nuevos mundos y otros por descubrir; tierras incógnitas y alcanzables a un tiempo porque eran propias de cada quien y cada quien de ellas; tanto como las calles y plazuelas de tierra o empedradas del extremeño pueblo de Medellín, donde Catalina Pizarro Altamirano daría a luz a uno de los personajes claves de la historia universal. No podía imaginar Martín Cortés de Monroy, padre del recién nacido, que su nombre y estirpe continuarían al cabo de 38 años en uno de los primeros mestizos de América, fruto de la relación de su hijo con una princesa muy lejana, apodada La Malinche, a 1.692 leguas de marina.
Poco importa si Hernán estudió mucho o poco, lo que cuentan son los frutos. En 1.504, fallecerá Isabel la Católica. En el mismo año, con 19 de edad, se embarcará en la flota de Alonso Quintero rumbo a la Española, si bien retornará y volverá de nuevo a las Antillas, sin un motivo claro del doble ida y vuelta. Los estudios legales, de latín y de escribanía, adquiridos entre la Universidad de Salamanca y la ciudad de Valladolid, le permitirán ejercer de escribano en la villa de Azua y seguramente facilitaron su designación como secretario de Diego Velázquez -a quien acompañó a Cuba- y su nombramiento de alcalde de Santiago de Baracoa, ya en la futura perla del Caribe.
En Cuba, Cortés se hizo adinerado. Si su impulso vital hubiera sido el dinero se hubiera quedado en la isla a disfrutar de lo obtenido. Para un español de entonces, la mera riqueza, sin honor y sin gloria, era insuficiente. Cortés buscaba a ambos con denuedo.
Colón había zarpado con un objetivo comercial: una nueva ruta de las especias; había arriesgado su fortuna, financiando la décima parte del viaje, convencido de multiplicarla varias veces; no encontró lo que esperaba. El miedo a no recuperar su patrimonio lo llevó a cometer excesos sin evaluar las consecuencias.
El Cortés llegado a las Antillas era un hombre suficientemente instruido para entender los desafíos, las dificultades, las posibilidades y los riesgos de un momento histórico irrepetible y de ese nuevo mundo que se abría a sus pies.
Conocía el carácter extremadamente legalista de los reinos a cuyo soberano debía rendir cuentas. Sabía perfectamente que el incumplimiento de las capitulaciones firmadas con Isabel y Fernando hizo que Colón fuera engrilletado y encarcelado sin miramientos a manos del respetado Francisco de Bobadilla; de poco le sirvió haber sido el gran descubridor. Sabía de la obsesión regia para que:
”… traten muy bien y amorosamente a los dichos indios, sin que les hagan enojo alguno y procurando que tengan los unos con los otros mucha conversación y familiaridad, haciéndose las mejores obras que se pueda, que se los honre -a los indios- mucho; y si caso fuere que alguna o algunas personas trataren mal a los dichos indios en cualquier manera que sea que el dicho Almirante, como Visorrey y Gobernador de su Alteza, lo castigue mucho por virtud de los poderes de sus Altezas que para ello llevan”,
(Instrucciones dadas por los reyes a Colón en Barcelona, el 29 de Mayo de 1.493, antes de su segundo viaje)
También sabía que hasta entonces los musulmanes, turcos o cristianos habían practicado la esclavitud por derecho de conquista cuando hubiera resistencia armada del conquistado o manifestara comportamientos considerados salvajes o bárbaros. Y esto era así porque para Aristóteles había hombres libres y hombres esclavos por naturaleza, y este principio se consideró doctrina común en toda la Edad Media, de ahí que el propio Colón defendiera el derecho a esclavizar a indios como los caribes, que practicaban el canibalismo. Cortés sabía que un nuevo orden jurídico y moral se abría paso; una verdadera revolución que chocaba frontalmente con lo que había existido hasta el momento mismo del Descubrimiento, y que la implantación de la nueva doctrina podría presentar dificultades.
En suma, Cortés era sabedor de que los aspectos primordiales de su hacer en el Nuevo Mundo debían ser: Respeto exquisito a las leyes; no agraviar a los indios ni en sus personas ni en sus bienes, quedando excluida cualquier forma de esclavitud; facilitar su evangelización y pagar rigurosamente el impuesto establecido por la corona: el quinto real (20% del total) ¿Y por qué lo sabía? Cuando arribó a la Española, en su viaje definitivo, ya estaba Nicolás de Ovando, enviado por los reyes para sustituir al anterior gobernador. Ovando fue con dos misiones concretas: Acabar con los abusos de Colón y fundar poblaciones y ciudades; para ello, constituyó un modelo de desarrollo económico, social, urbanístico y agrario, vertebrado con las primeras bases del nuevo marco jurídico. Ovando no actuará como un mercader. Con su llegada, quedó patente el deseo de los reyes: Replicar las instituciones españolas gobernando para la posteridad, pero con un elemento innovador de un valor incalculable: la exclusión de la esclavitud, aun cuando hubiera indios que se resistieran o tuvieran costumbres inhumanas.
Ovando tomó posesión de su cargo en 1.502; llevaba con él dos mil quinientos colonos, animales, plantas y aperos de todo tipo. En ese año, no se conocía el famoso codicilo del testamento de Isabel, redactado en defensa de los indios, -1.504-, sencillamente porque la reina aún vivía y el testamento estaba sin escribir. Tampoco existían las Leyes de Burgos -1.512- ni las Leyes Nuevas -1.542-; por tanto, los nuevos pobladores habían crecido con un marco jurídico-moral que permitía la esclavitud en determinados casos, como enuncié supra. Que los reyes tuvieran una idea clara acerca del trato a los indios no implicaba que sus súbditos también la tuvieran, y no por mala fe, sino por desconocimiento, la dificultad de dar a conocer los ordenamientos a todos con rapidez, y el proceso de asimilación que conlleva todo cambio de paradigma, a pesar de proceder de una autoridad tan respetada como la real. Debemos recordar que las Instrucciones dadas a Colón en 1.493, no iban dirigidas a todos los súbditos; obligaban exclusivamente al Almirante y era él quien debía hacerlas cumplir.
Cuando Cortés llegó a la Española, la única disposición normativa del nuevo marco jurídico-moral era la instrucción que los reyes dieron a Nicolás de Ovando y que, sin duda, éste se encargaría de transmitir; ¿cómo?, mediante pregones, el sistema utilizado en la época; lento e ineficaz, máxime cuando el nuevo ordenamiento echaba por tierra todo lo anterior. Conscientes de ello, en 1.512, para acelerar la transmisión de las Leyes de Burgos, se establecieron nuevas formas de difusión, mas faltaban unos años. No es difícil entender el porqué del choque entre los dos mundos producido en la Española y en Cuba.
Las Antillas aportarían a Cortés la experiencia necesaria para vivir en carne propia el tira y afloja entre el cumplimiento de la voluntad real sobre los indígenas y la resistencia a los cambios de la primera oleada de pobladores españoles. Cortés lo entendió enseguida y comenzó a granjearse la fama de hombre justo.
Hernán Cortés será el primero en tratar de conciliar los intereses divergentes de los protagonistas del Nuevo Mundo. Asumirá de inmediato que la presencia española no será temporal. Está allí para quedarse. Por eso, el afán de Isabel la católica por promover los matrimonios mixtos desde un inicio. Los indios serán compañeros de viaje y corresponsables del éxito del propósito, al que, después, se sumarán los negros africanos; hay que convivir, conocerse, entenderse; algo fácil de decir, muy fácil de ordenar y más complejo de ejecutar y conseguir. Cortés fue un ser humano extraordinario, en el sentido estricto de la palabra: alguien fuera de lo común. Sin una férrea seguridad en sí mismo; sin una habilidad especial para conocer las debilidades del otro y utilizarlas para conseguir el objetivo deseado y necesario; sin el sabio arte de compaginar el rigorismo en el cumplimiento de las leyes con cierta flexibilidad cuando las circunstancias lo exigían; sin su capacidad de comunicación, de motivación, de transmitir confianza en los momentos decisivos, incluso en la derrota; sin su personalidad seductora, justa con tintes de severidad. Sin su carácter arrollador, pero no alocado; sin su capacidad racional para mover las emociones ajenas, Hernán Cortés jamás hubiera disfrutado de las mieses del triunfo. No es de extrañar que los portadores de la envidia se cebaran con él. Como muy bien explican diferentes autores: “Demostró ser una persona intelectual y culturalmente muy superior a la media de los hombres de su época”. No lo envidiaron porque fueran españoles quienes lo hicieran; ese determinismo étnico-cultural tan manido es injusto; lo habrían envidiado, igualmente, en la Francia de Francisco I, la Inglaterra de Enrique VIII o el imperio turco de Solimán el Magnífico; siendo esta envidia la contracara de una profunda admiración.
Baltasar Gracián escribió: “Adivina la pasión dominante de una persona, despiértala con la palabra, muévela con la tentación e infaliblemente darás jaque mate a su libre albedrío. Descubre la flaqueza de cada uno de tus interlocutores. Has de saber dónde encontrarla. Todos los seres humanos somos unos idólatras, unos de la fama, otros del egoísmo, muchos del placer. La habilidad consiste en descubrir estos ídolos y en servirse de ellos. Conociendo el resorte de la conducta de los demás, tendrás la llave de su voluntad”
Estas palabras son una lección magistral de la eficacia de la persuasión para condicionar la libertad, el libre albedrío. No es de extrañar que un autor de culto en el mercado anglosajón, como Napoleón Hill, considerara a Baltasar Gracián padre de la actual mercadotecnia, de la publicidad, algo desconocido por los españoles e hispanos en general; incluso muchos de ellos ni siquiera sabrán quién fue el sabio aragonés.
Cortés fue un maestro de la persuasión sin necesidad de haber leído a Gracián; algo imposible, pues las palabras antedichas se publicaron en 1.653, pero también, en general, cumplió con su deber: Con Carlos I; con su primera esposa; con Dña. Marina, su aliada indispensable; con el hijo de ambos; con la palabra dada a Moctezuma para cuidar de los hijos del emperador mexica….
El mismo año en que capitaneó la conquista de Tenochtitlan (1.521), Carlos I convocó a la Dieta de Worms. Cortés y Lutero fueron coetáneos en los hechos generadores de su inmortalidad. Mientras el primero acabó con el enfrentamiento secular entre diferentes pueblos mesoamericanos y las prácticas de antropofagia; implantó la voluntad de la reina Isabel: “que los españoles se casen con las indias y los indios con españolas”, mestizaje extendido al conjunto de los pueblos nativos entre sí; puso las bases para la cooperación de los pueblos indígenas en la conquista y poblamiento del resto de la Nueva España, así como de Filipinas, o que, ya en tiempos de Felipe II, acompañaran a Pedro Menéndez de Avilés en su expedición a la Florida para expulsar a los hugonotes y participar en la fundación de la primera ciudad europea en aquella zona del mundo: San Agustín; mientras Cortés unía a pueblos enfrentados, Lutero enfrentaba a los suyos, alentando y justificando la matanza indiscriminada de los campesinos como si se tratara de perros rabiosos, sólo por reclamar cosas tan disparatadas como aumentar la cantidad de leña a recoger de los bosques y así luchar contra el frío. Sin la estrechísima alianza de los indios nada se hubiera conseguido. El padre operativo de aquel mandato real fue Hernán Cortés y su compañera y aliada providencial, Dña. Marina, la “Malinche”. Entretanto, Lutero hacía estallar por los aires a la Cristiandad; en realidad, fue un vulgar dinamitero al servicio de una oligarquía corrupta como pocas: la de los príncipes alemanes, que inclinaban su voto en la elección de los candidatos al trono del Sacro Imperio Romano Germánico, según el dinero que ofreciera cada cual. Como toda oligarquía, despreciaba las reformas encaminadas a mejorar las condiciones de su pueblo -justo lo planteado por el emperador Carlos V- no fueran a suponer el comienzo de una disminución de su poder. El racismo exacerbado de Lutero, manifestado abiertamente en su antijudaísmo y su desprecio por los habitantes del sur de Europa, principalmente de España, supusieron el pistoletazo de salida de un proceso cuyo final desembocaría en el propio Hitler; sin embargo, en Alemania nadie reniega de Lutero, a quien consideran padre de la patria. En España, y en la Hispanidad toda, se esconde a Hernán Cortes, cuando no se le vilipendia. Espero que desde el más allá sea magnánimo en su juicio con aquellos incapaces de guardar, reivindicar y difundir su enorme legado.
El gran delito de Hernán Cortés fue no ser perfecto, y quienes lo denuestan lo hacen amplificando sus imperfecciones, como si el comportamiento virtuoso fuera lo común en los tiempos pasados, los que corren y los venideros ¿Estupidez, hipocresía o quizá estulticia?; claro que los españoles cargamos con la cruz de la eterna sospecha, da igual que los hechos sean pasados o presentes; demasiados compatriotas se deleitan despreciando nuestros logros, igual que los miembros de esa patria grande llamada Hispanidad.
Cortés murió en 1.547, Lutero en 1.546. Hoy, la iglesia de Roma se arrodilla ante quien la hizo saltar por los aires y la insultó sin piedad. Hoy, Lutero tiene su imagen en el Vaticano. Aquel que con su hacer compensó con creces la fuga forzada de católicos en los territorios luteranos -me refiero, por supuesto, a nuestro Hernán- continúa apestado. Los grandes hombres deben soportar la mezquindad e ira de los enanos; una muestra más de su grandeza.
El nuestro de hoy, el nacido en Medellín en 1.487, reunía las habilidades políticas, personales, organizativas, militares y empresariales para haber sido un Imperator totius Hispaniae. Fue la mano operativa que cogió el testigo de la visión de los reyes católicos y continuó con el ortograma imperial heredado de los antepasados, a partir de la Covadonga asturiana. Ejemplo y modelo para quienes vinieron detrás, nunca fue un burócrata a pesar de su capacidad organizativa y el conocimiento de las leyes; nació para dejar huella tangible de su paso por la vida; quizá por eso, fue mejor padre que esposo. En cualquier caso, su huella, como la de tantos otros, nos interpela a gritos, por más que aparentemos no escucharla ¿Cuándo decidiremos estar a su altura?
Marcelino Lastra Muñiz
mlastramuniz@hotmail.com
Fue nuestro Alejandro Magno, pero lo tratamos de manera muy diferente al héroe macedónico y eso que su imperio duró lo que su vida…
Bello homenaje. Escrito con mucho gusto y pasión. Se nota el profundo conocimiento de la historia. Una prosa preciosa y conmovedora por momentos.
El ídolo, el casi dios Hernán Cortés, bajando del caballo, postrándose de rodillas y besando los hábitos rasgados y sucios de unos franciscanos descalzos ante la multitud congregada: ¿Se puede ser más grande?
Pena de nosotros…
Un placer leerle de nuevo, don Marcelino.
Muchas gracias por tu generosidad y por no faltar a la cita de todos mis artículos.