El pintor de las hadas (penúltimo)

Manuel Valero.– Pasó la quincena y Riera no había conseguido nada salvo unos bosquejos absolutamente insulsos que los tenía revueltos y despreciados en un carpetón y algunos desahuciados por el suelo. Ni libélulas, ni hadas, ni ninguna sublime majadería de la que sentirse orgulloso. Llegó a pintar un fauno que trataba encelado de raptar a una muchacha envuelta en tules. Pero lo desestimó a medio hacer. “Y una mierda”. Bosquejó su cuarto con un cubismo irracional, hizo lo propio abstrayendo un atardecer que le pareció un dibujo infantil. Lo intentó con un bodegón improvisado con el jarrón de limonada que siempre tenía en la mesita noche y que había ordenado al posadero sin más escuela que el realismo de almanaque. Nada. Así que se preparó para la derrota. Y asumir que su crisis era crónica y definitiva. Dejó de pintar pero se quedó en la posada por todo lo que quedaba de mes. Lo que más entretenía al pintor eran las charlas con Alejandrita a la que esperaba en la puerta de su habitación a la hora convenida para el desayuno y la invitaba a que lo acompañara y le contara sus sueños de cantante. Con los días intensificaron las charlas y le pidió que lo acompañara durante su paseo matutino.

-¿Aún no ha pintado usted, quiero decir, no has pintado el cuadro que deseabas pintar?-le preguntó tuteándole durante la caminata. 

Habían salido del jardín a través de una puerta desvencijada y se habían adentrado en el campo siguiendo el regato que ya libre de su penacho de helechos discurría amplio y visible por la campiña.

-Pues no, y si te digo la verdad no tengo ganas de continuar. Me quedaré hasta septiembre, no obstante. No me da el ánimo para volver a la ciudad.

-Pero has expuesto en la capital y en el extranjero, según me ha contado mi padre. El otro día me enseñó un periódico en el que salías retratado frente a tus pinturas. En Sevilla, creo recordar.

– Cierto es, como cierto es que de repente se acaba toda inspiración y se queda uno seco como el cadáver de una langosta. La crisis del artista le llaman. Bueno ya regresarán las musas. Si quieren hacerlo…

-¿Siempre te gustó pintar?

-De niño no había cosa que no dibujara, era una obsesión…

-Una obsesión que te ha dado fama

-Y dinero, Alejandrita. El artista necesita vivir de su talento y si puede vivir muy bien todo está en su sitio. Pero bueno, aquí se respira una paz de la que a veces se lamenta uno por no tenerla, lejos de los actos sociales, exposiciones y  tardes aburridas con otros artistas que se creen que el Arte nació con ellos y la gente que se envanece con decir que cuenta con una pinacoteca doméstica que ya la querría para sí el Estado.

Regresaron del paseo y cerca ya de la casa, Alejandrita dio respingo.

-Qué tarde se me ha hecho… Perdona pero me adelanto. Espero que mi padre…

-Tu padre ya está al tanto con una buena propina en el bolsillo…

Mientras Alejandrita corría hacia la casa, Antonio Riera avanzó en silencio con la firme convicción de que habría de pasar mucho tiempo antes de dar con la obra que perseguía. Las otras, las de encargo las haría sin motivación alguna porque le aportaban un dinero nada desdeñable. Cuadros para una exposición… eso era otra cosa y Riera no estaba por la labor convertido como estaba en un bloque de cemento sin alma.

Pero una tarde que bajó de su habitación al salón comedor de la posada vio a Alejandra sentada frente a una ventana pintándose las uñas de los pies y sintió una punzada de pincel en el corazón. Estaba casi atardeciendo con medio disco del sol rodando aun lentamente por el lomo de la montaña. Una luz sobrecogedora, amarilla y polvorienta moldeaba el rostro y el cuerpo de la muchacha. Vestía una falda amplia de colores andinos y una blusa blanca que dejaba ver sus hombros desnudos. Alejandra mostraba despreocupadamente el muslo terso y sedoso del pie que se estaba pintado alzado sobre la otra pierna. 

-Oh, Alejandra…

-¿Sí?

-No, no te muevas por favor. Quédate así. ¿Te importa que te pinte?

-¿Va a retratar usted a mi hija?, dijo el señor Padilla.- Será un honor. Ni te cantees niña…

-Quiero que me lo diga ella. ¿Quieres ser mii modelo?

-Claro, jajajajaja.

Antonio Riera subió a su habitación a por sus trastos de pintar como un poseído. Nervioso colocó el caballete. Respiraba con dificultad. Colocó sobre la mesa junto a una caja de latón que contenían los objetos de belleza de la chica, una botella de gaseosa, una botella de vino y varias revistas viejas que le pidió al posadero. Indicó a Alejandrita que volviera a la posición en la que la encontró y comenzó a pintar con trazos eléctricos sobre el lienzo como si no le quedara más tiempo en el mundo y aquella fuera su última obra…maestra.

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