El escribidor

“De la abundancia del corazón habla su boca”
SAN LUCAS
(Capítulo 6, versículos 45-49)

A muchos autores hispanoamericanos les gusta llamarse a sí mismos, escribidores. Una profesión para la que se necesitan ciertas habilidades en el manejo del lenguaje y de una mínima experiencia para ejercerla con solvencia; con oficio, como diría un castizo.

Después de un breve, pero intenso rodaje escribiendo artículos de opinión, he decidido dar un paso más allá. Me he aventurado a escribir una historia más extensa que no se ciñera a las ochocientas palabras que suelen tener aquellos breves, pero intensos relatos.

Debo reconocer que no tenía ni idea de las emociones o las sensaciones que iba a sentir al escribir una novela. Cuando la terminé, entendí que era un ejercicio de pura libertad, pero, sobre todo, del que pude disfrutar como nunca me hubiera podido imaginar.

Decía Gabriel García Márquez que “el escritor escribe su libro para explicarse a sí mismo lo que no se puede explicar”. Ese enigma, difícil de desentrañar, hace que las palabras del escritor colombiano cobren sentido cuando se lleva a buen término esa tarea.

Quizás hay algo de creador en quien escribe, pero su función principal es más para desperezarse de las rutinas cotidianas a las que se enfrenta cada día, que por esperar un reconocimiento que, en el mejor de los casos, será breve y de extensión limitada.

El éxito o el fracaso no pueden llevar al escritor a una obsesión por agradar hasta el límite de desdibujar sus propias ideas para poder llegar a los más escépticos y a los confiados; a los entendidos y a los aficionados; o a los más apasionados y a los indiferentes.

La aceptación de una novela no depende de la calidad literaria de la misma, a veces se consigue con un relato sencillo. Tampoco lo garantiza la firma de un autor consagrado y exitoso. En muchos casos es fruto del azar, o de una buena operación de marketing.

Sea como fuere, la de escribir es una pasión que nace de lo más hondo de nuestro corazón. Haciéndolo aliviamos nuestro ánimo que, unas veces por nostalgia y en las más de las ocasiones por una sincera necesidad de transmitir, exteriorizamos públicamente.

En 1977, el escritor peruano, Mario Vargas Llosa, publica “La tía Julia y el escribidor”, una novela autobiográfica que se emitió por radio, en la que utiliza el término escribidor. En ella nos cuenta la vida del joven escritor y su matrimonio con Julia Urquidi Illanes. 

Este escritor siempre ha llevado una vida sentimental sorprendente. Se casó muy joven, con 19 años, lo que no era extraño en su país. Pero lo hizo con su tía y, cuando se divorció de ella, se casó con su prima que además era sobrina de su primera mujer.

Esta vida de novela que ha llevado este autor, él la ha sabido utilizar en muchas de sus obras. Así, en “La ciudad y los perros”, su primera novela, nos cuenta la dureza vivida en un colegio militar como en el que su padre lo internó cuando tenía catorce años.

Aunque vidas tan espectaculares y sorprendentes como las del autor peruano no son frecuentes en la vida de las personas, sí que las emociones vividas, sentidas o simplemente imaginadas, inspiran historias apasionantes que se convierten en un relato vivo.

Acaba de salir a la venta la que es mi primera novela publicada por Serendipia, con el sugerente título de “La dama del abanico”. En la que se recogen, —más allá de la ficción propia del relato—, los sentimientos y las emociones de un joven de otro tiempo.

En ella se entrelazan, a través de las vivencias y de los recuerdos de su protagonista, dos épocas convulsas, pero apasionantes de la historia reciente de nuestro país: la de la conocida como transición democrática y la de la pandemia de coronavirus en 2020.

El próximo 19 de noviembre se presentará formalmente esta novela en la Biblioteca Pública del Estado de Ciudad Real. Y el 6 de diciembre se hará en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de El Toboso. En ambos casos, se presenta a la misma hora, las 18,30.

A pesar de que la historia que se cuenta en esta narración es básicamente novelada, no dejan de hacerse referencias a vivencias, emociones o a expresiones que son reales. La cita de San Lucas: “de la abundancia del corazón habla la boca” es una de esas expresiones.

Mi madre la utilizaba de manera muy apropiada cuando ella deducía cosas en alguien que, casi sin querer, parecía transmitir un sentimiento o un hecho que no podía o no sabía ocultar. Pero ella posiblemente no sabía que, al decirla, estaba utilizando una cita bíblica.

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