El cuento de la distopía malévolamente democrática

Manuel Valero.- Nada más sonar el despertador le he dado un manotazo para callarlo. Luego lo he cogido y me lo he acercado a la cara hasta la misma nariz para escudriñar de cerca si contiene alguna camarita minúscula que me graba mientras duermo. Últimamente todo es muy extraño. Yo mismo soy un ser descatalogado porque todavía uso un despertador enorme con dos chichones sobre los que golpea un pequeño badajito. Después de la ducha encendí el televisor para ver las noticias. Siempre me ha parecido deprimente la televisión matutina pero con los años, qué remedio, me he habituado. Hablaba el presidente y le he notado algo extraño, como si fuera un robot perfecto de minuciosa morfología. Pero cuando ha dejado el atril y ha tropezado y se ha caído y se ha hecho una herida en la frente que han perlado unas gotas de sangre me he tranquilizado. Era un ser humano. Como yo. ¿Cómo yo? A veces tengo la sensación de una virtualidad sofocante. Solamente cuando me siento en el trono a hacer las aguas grandes y chicas o cuando voy a visitar a la Puri que me extrae hasta la última gota del delirio cuando hacemos el amor… es decir cuando libero todos los líquidos y humores del cuerpo y compruebo que son humanamente asquerosos, me libero de la  sospecha.

No, no soy una imagen proyectada desde un universo paralelo, ni un autómata engañado por las maquiavélicas estrategias del poder oculto.  Últimamente se ha extendido el rumor de que nos gobierna un sanedrín diabólico que es capaz de provocar artificialmente terroríficas tormentas desde una sala vip ubicada en el ático de una torre de altura babélica y que los rayos no son descargas en el vientre de la nubes o latigazos eléctricos contra la tierra sino que proceden de una mortífera arma para hacernos creer que vivimos en un estado permanente de amenaza. Como si la humanidad caminara por un alambre.  

Últimamente todo es muy extraño. El otro día escuché en un bar que en los despachos de los presidentes de las naciones más poderosas del mundo hay otro despacho oculto desde donde se ponen en contacto con la Corporación que define los destinos del mundo y que en el salón de esa Corporación donde los hombres se reúnen para gobernarnos a todos, hay otro despacho al que solo tiene accedo el presidente, el vicepresidente y la querida del presidente, y desde allí entablan conversación con un insólita hermandad de extraterrestre. Se comunican con incompresibles gruñidos que una Inteligencia Artificial traduce al instante. Y que son esos seres los que les dicen a los miembros de la Corporación lo que éstos tienen que ordenar a los presidentes de las naciones.

Yo no me lo creo, pero últimamente he notado que mi compañero de mesa en la oficina me mira de un modo inquietante como si me estuviera vigilando y sospechara de mí y creyera que soy un activista contra la Conspiración Perpetua y miembro destacado de la resistencia que conspira contra la Gran Conspiración.

Sí, todo es muy raro últimamente desde que un estrafalario de cabello rubio gobierna medio mundo y otro con cara de ser el malo de las películas de James Bond se reparten el planeta con la aquiescencia de otro mandatario mandarín de ojos rasgados hacia arriba. ¿O es hacia abajo?

Lo último que me ha llegado es no sé qué de una agenda que han firmado todos los países para que el pueblo, la masa, la gente, los ciudadanos o la ciudadanía clonen unas pautas de comportamiento que nos harán a todos felices aunque no tengamos donde caernos muertos.

El otro día me dijo un borracho del barrio que las elecciones son una mentira, que todo está amañado, que lo que ves no es y que lo que es es precisamente lo que no ves. Y estoy preocupado, lo reconozco. Sobre todo desde que la amenaza del cambio climático, he leído por ahí, no es un cuento chino sino  el relato de hoy para ganar el futuro. ¿Pero quién gana el futuro? Los poderosos, la perversa clase política a sus órdenes. Llueve cuando ellos quieren, se quema el bosque cuando ellos quieren, se generan disturbios cuando ellos quieren, se tumban gobiernos cuando ellos quieren, aparecen gotas frías asesinas cuando ellos quieren… Esto no es una utopía de paz y concordia de justicia universal, es una distopía diabólica que se disfraza con las níveas gasas de la democracia. Así que lo he pensado bien. Me he provisto de un barril de gasolina y he decidido subir hasta el ático del Poder Oscuro a pegarle fuego a todo lo que se menea…

-¡Manueeeeel! Despierta, que ya son las ocho de la mañana y vas a llegar tarde al curro. ¿Por qué… hueles a gasolina?

Es mi mujer. La quiero. Siempre me espanta las pesadillas.

FIN

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