Cajas navideñas

José Rivero.- Las cajas navideñas a veces rotuladas y señaladas, llenas de piezas artesanas, figuras antiguas y corcho deshilachado, son guardadas en el trastero o en la cochera, año tras año.

Las cajas navideñas  una vez abiertas, transmiten una celeridad de silencio sólido.

Las cajas navideñas transmiten una extraña sensación frágil de tiempo ido.

Se guardan y esperan su turno un año completo.

Cuando veo los papeles de envolver arrugado, se me arrugan, igualmente, los sentimientos esquivos y se me arruga todo el tiempo en un bucle de papel cada vez más frágil.

Sólo hablan de una circularidad perfecta y exacta; sólo hablan de la fugacidad de los días y de la temporalidad abierta de las vidas.

O de la temporalidad de las vidas abiertas.

Como en una película otoñal de Frank Capra.

Aunque bien mirado esas cajas no tienen por qué tener dentro espumillón y campanas, musgo artificial y bolas de cristal.

Pueden ser los artilugios del camping y del bricolaje que usamos, preferentemente, en verano.

O pueden ser los utensilios cofradieros de Pascua Florida.

Con lo cual, llegaremos a conclusiones parecidas: Verano, otoño, Invierno, primavera.

Objetos que nos exceden en el tiempo y que nos evocan el tiempo.

Objetos que se guardan y luego, al cabo del tiempo, aparecen para relatar un tránsito imparable.

E innegociable.

¿Cómo aguardan los objetos su turno, para volver a la vida?, ¿cómo aplazan su vez, hasta dentro de 12 meses?

Hay veces que recuerdo lo pasado.

Abrir la caja de bombillas made in China, y pensar enseguida en Montoro.

Porque todos los años por estas fechas, iniciamos el viaje familiar al Sur.

Atravesar la niebla del río Montoro, para descubrir la presa de Martín González ya en la bajada hacia el valle del Guadalquivir, cruzar los regatos del Tablillas o subir los puertos Pulido y Valderepisa.

Y también la parada en el Hostal Montoro, donde tomar café y comprar lotería de una hermandad montoreña, es parte del ritual peri-navideño.

Vienen los días previos, en que sacar las luces y el espumillón, en que mirar las felicitaciones que esperan ser leídas, en que comprar mazapán de Soto.

Y al tiempo, preparamos el viaje al Sur, donde a media mañana haremos una parada para tomar ese café que marca una frontera parecida todos los años.

Quizás compremos un décimo de lotería o quizás compremos algún dulce ‘especialidad de las casa’.

Esas imágenes de ida, vistas y recordadas hoy, se superponen con la de vuelta.

Cuando enfilamos la bajada y trato de imaginar caras conocidas y paisajes ya vistos otros años.

Cuando enfilamos la bajada y el tiempo pasa.

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