El oficio de escribir

Manuel Valero.- Escribiendo se sufre y escribir agota. Tienes que inventar una historia, o recontar otra dándole el toque personal de tu estilo propio. Si hablas de un personaje que es arquitecto, tienes que informarte de los conceptos básicos de la arquitectura para añadirlos de forma natural el relato, si llega el caso. Luego tienes que reescribir, que es como llamamos en el oficio a la primera gran corrección. Después una pasada ortográfica –para nada el corrector informático-, y para concluir, otra de niquelado con comas que sobran o que faltan. Y si hace falta, un último repaso. En el oficio decimos que las erratas le brotan al texto en su reposo nocturno. De tantas veces de escrutar lo escrito, el autor acaba aburridísimo de su propia obra.

Escribiendo se cree uno estelar y escribir defrauda. Sobre todo para quienes llegan a este oficio con el ánimo de romper el mercado con el primer libro y se ven firmando ejemplares por miles, ganando pasta y viajando a todo tren. Luego llega la realidad y pone a cada uno en su sitio, incluso a quienes han utilizado influencias para relumbrar tenuemente. Solo el que tiene el oficio como un compromiso propio y no piensa en el corrupto Planeta y escribir es una terapia y una satisfacción en sí misma, una entrega coherente y continuada, está a salvo del engreimiento que suele merodear por este mundillo.

Pero escribiendo también se goza y escribir tonifica la imaginación y la creatividad. El autor se convierte en un demiurgo que a su antojo crea  situaciones y personajes y los bambolea de acá para allá y los hace felices o desgraciados. De algún modo, el autor se deja descubrir entre los rasgos del protagonista o en el perfil sugerente de otra figura secundaria.  Escribir te lleva sin coste alguno a las islas pacíficas del Caribe atlántico o al Himalaya por la parte de Bután que es un país invisible.

Mantengo mi opinión de que la Literatura con L mayúscula hace muchos años que murió  y ha dado paso a una betsellerización comercial que ha convertido el libro en un producto de usar y tirar. En la Literatura grande los libros son eternos (poned cualquier título), en la literatura chica que abunda en los escaparates, el libro se olvida al poco de leerlo y pasa a la sección de retales donde se amontonan por centenares de miles, incluidos los más reconocidos del zoco librero, aunque fueran reeditados.

Vaya por delante que se trata de una opinión. La mía. Nada más. Pero más de treinta años de oficio de periodista y otros tantos de escritor me ha dado para ver, oír y tocar cosas y casos relativos a la literatura chica que no dejan de causar asombro. Además de los premios, la mayoría de ellos, mera estrategia comercial para vender mucho y olvidar pronto, está el temario. Uno no deja de sorprenderse de los lugares comunes que se repiten de un autor a otro. Por ejemplo, si es un thriller, hay que presentar un cadáver con aditamentos misteriosos que rayan lo sobrenatural y un policía que tiene que resolver un caso al mismo tiempo que tiene que recomponer su vida rota. La escritura fantástica añade también nuevos monstruos en un intento fallido de originalidad. Después de leer El señor de los anillos, a uno se le quitaron las ganas de ensayar esa trocha. Y al fin, descubres que como los clásicos, la vida que pasa por delante de tus narices te ofrece un temario inagotable de oportunidades. Si un escritor plasma por escrito la peripecia vital de cualquier persona anónima, ésta adquiere una nueva dimensión que puede extrapolarse a la universalidad de la ficción. Esto se lo escuché decir, más o menos, al periodista ya fallecido, Luis Carandell.

¿De qué otra cosa escribían los clásicos de L hasta que llegaron los betsellerianos? De la vida, de la muerte, del éxito, el fracaso, la fidelidad, la traición, la amistad, la hipocresía… ¿Hace falta inventar un cadáver horriblemente mutilado hallado en una ermita campestre? Bueno, sí pero es que es el mismo modelo reiterado una y otra vez.

Llegados a este punto reconozco que leer es una opción impagable que enriquece el espíritu humano. Ya se ha escrito todo sobre los parabienes de la lectura, por lo tanto no voy a insistir en esa obviedad. Quizá sí en el formato. El lector/a empedernido prefiere el libro físico, doy fe, pero no hay que ignorar los otros formatos, incluido el innecesario audiolibro, cuya atrocidad consiste en ahorrarle al lector la tarea de leer como una regresión a la infancia en que nos contaban todos los cuentos (León Felipe) o casi. Pero mientras la capacidad de leer, innata en el ser humano, incluso en los analfabetos que lo son porque no han sido enseñados no porque carezcan de capacidad, mientras esa capacidad digo es inalterable, la sustancia literaria camina más a la minusculación que a la excelencia. Y es normal. La lectura hace siglos era una afición mística para los pocos que sabían leer y los libros eran  un vehículo de conocimiento.

No he logrado poner el mojón que indique el momento en que la Literatura con mayúsculas empezó con las bocanadas, pero la reciente muerte de Mario Vargas Llosa me facilitó la tarea. Quizá el fuera el ultimo Literato. ¿Queda alguno o alguna? Literatos/as, me refiero.

Pues bien, como fiel escritor, constante y pertinaz, (que bueno no depende de mí) estoy a punto-en plena corrección del original- de alumbrar mi próxima novela de la mano de mi editor, Javier Flores, a quien no he hecho rico pero tampoco he arruinado. Se titula Un largo pórtico y va de la vida, de un pedazo de vida pasada, que el pretérito aporta mucho material porque como dice aquel; el pasado clama por ser escrito. Si todo va bien,  estará en la Feria del Libro de Puertollano y lo presentaremos cuando él editor ajuste una fecha.

Y va de la vida, insisto: cinco amigos que andan ya por la edad tardía se reúnen una vez al mes para acompañar a uno de ellos en su último tramo de vida. Y juntos, acuden al recuerdo para evocar la niñez que vivieron en el Colegio Salesiano de Puertollano durante el bachillerato elemental a lo largo de la década de los 60. Ahí está todo. No hay monstruos ni cadáveres, nada de eso. Pero hay mucho más.

Y te preguntarás si todo lo escrito anteriormente no es sino una treta para dar a conocer mi próximo trabajo. Pues para qué nos vamos a engañar: sí. Pero tengo a mi descargo que procuro esforzarme para que mis textos vayan más en la dirección de la L, aunque no lo consiga o fracase. Como dijo Samuel Beckett: Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor. Pues eso, nos vemos en la Feria del Libro de Puertollano a partir del 13 de junio. 

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