Manuel Valero.- Esto no es una crónica. Es simplemente un apunte, un suelto, una nota con pocas palabras. Las suficientes. Y sólo un nombre propio, Manuel Muñoz, y tan solo otro más para compensar la dupla Begoña Mansilla , su mujer, embajadora de la memoria poética de Manolo. Ha sido ella el alma del encuentro de este miércoles en el espacio cultural La Bodega, para presentar el poemario póstumo Velos de realidad que Manolo, el poeta antes que periodista, el periodista antes que el funcionario, la persona singularísima que fue antes que todo lo demás. Viscerales son los versos de Manolo, y oscuros. Con la tristeza que exuda la decepción. Y la introspección despiadada.
Con el tiempo fue derivando hacía la lírica dejando a un lado la épica fungible de los protocolos y las formalidades. Conocí a Manolo. ¿Un santo? ¡Y quien lo es! Una buena persona, sí, a quien le caían como un traje a medida los versos de Antonio Manchado
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina
Pero mi verso brota de manantial sereno
Y más que un hombre al uso que sabe su doctrina
Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno
Que el verso no le brotara serenamente a Manolo es algo que no nos sorprende a quienes lo conocimos, y nos complace. Porque Manolo era pura sangre desbocada, incluso en sus silencios siderales en los que uno, cuando le hablaba, no sabía por qué bosques se enredaba. Pero tuvo en el ámbito familiar, la oportunidad para militar la lírica, su lírica, serenamente, perplejo ante la aparente nimiedad de una aceituna mecida por las ramas del olivo. Quienes conocemos a Manolo tenemos el privilegio de saber interpretar su verso: era él mismo, no era otro, era Manolo en estado diamantino.
Vivimos entonces años gloriosos de vino y rosas, pero la bonhomía de Manolo caía sobre todo ello como la mansa nevada que blanquea el mundo y oculta las huellas erráticas para dejar visibles las que realmente importan, las del recuerdo vivido y vívido que no entristece al evocarlo sino que activa una dulce y remota serenidad.
Un acto entrañable para adentrarnos en quien es capaz de sacarle un verso a un mensaje publicitario, y abrirlo en canal para mostrarnos el futuro imperfecto del consumismo que relega ominosamente el gozo del deleitoso consumo de lo cotidiano.
Tuve ocasión de coincidir con José Antonio Casado, mi primer director que admiré casi ceremoniosamente y a Enrique Martínez de la Casa, compañero de la casa. Lanza, quiero decir, ahora que cumple 82 años. La casa, quiero decir.
Todo quedó en esa belleza natural a la que invita la poesía del corazón. Invitados, rapsodas y cantautor y sobre todo, Begoña Mansilla, y sobre todos, Manuel Muñoz. El hombre, el hombre bueno, el poeta de los abismos profundos y de las simples aceitunas.
Tierra leve y cielo ancho que ya vas gozando un largo trecho, amigo.
Vuelvo a brindar por ti.