Lanza, sede vacante

Manuel Valero.- Hay quien cuenta su afortunada longevidad por los papas que ha visto salir y entrar del solio pontificio. Y los hay que ejercieron su labor profesional en un diario público y puede enumerar a cuantas personas han salido y entrado y salido… del solio periodístico. Ese soy yo.

Viene esto al caso por dos asuntos que no tienen más relación que la que uno le dé: el otro día coincidí en el acto de presentación de Velos de realidad, poemario póstumo de Manuel Muñoz, con el primer director que tuve en Lanza, José Antonio Casado. Y por otro lado, el diario que José Antonio dirigió con la bendición constitucional de los estatutos de la casa, está hoy en sede vacante, tras el cese de la compañera, Julia Yébenes. Y como uno es muy dado a hilvanar las cosas que concurren libremente, se me vino a la cabeza recontar y repasar sin rencor, que el rencor pudre, los directores/as que conocí durante mi estancia en la casa. A la postre es mayor la cosecha que se come que el ramaje que se quema.

El primero, como digo, fue José Antonio Casado. Fue él quien me llamó a casa para trabajar en el periódico cuando José Antonio era redactor-jefe. A él pues le debo el ponerme en el carril del que ya no salí hasta que me tocó jubilarme voluntariamente en el segundo ERE. Fue el mejor director, si me lo permiten quienes le sucedieron. Me encomendó trabajos magníficos y me dio puntos de clave necesarios para conocer los entresijos de la Diputación y de los partidos políticos, sobre todo el PSOE. Me fajé en el periodismo de provincias que por aquel entonces comenzaba a brillar y a competir, incluso, con los grandes rotativos en asuntos de relevancia acaecidos en nuestro territorio. Más de un disgusto le di, como le dije cuando lo vi en Argamasilla en La Bodega. Y más de dos. Pero siempre estuvo de mi lado sin que uno fuera merecedor de tal honor. No siempre, quiero decir. Por eso, testifiqué a su favor cuando la autoridad competente (incompetente en asuntos periodísticos) decidió con el visto bueno de los socialistas, no solo cesarlo como director, lo cual era lógico de algún modo, sino echarlo de una patada de Lanza, despojándole de su plaza de redactor-jefe que la tenía en propiedad. Como era de esperar el despido fue nulo y los lumbreras de la Dipu tuvieron que pasarse por taquilla. Él me llamó para trabajar en Lanza,  y yo lo defendí cuando lo iban a fusilar. Quid pro quo.

Le sucedió Luis Navarrete. Fue un ajuste difícil pero al final con la pringue que pusimos ambos para que no se gripasen las relaciones, la máquina siguió funcionando. Fue un tiempo de cierto esplendor, todo hay que decirlo sobre todo de puertas adentro de la casa, porque los populares siempre han sido más tolerantes que los socialistas en cuanto al control de los medios. Y lo sé porque lo sé y punto. Un día después de una rueda de prensa el entonces presidente de la Diputación, Jesús Garrido, me dijo que mientras no me metiera con él ni con Paco (Francisco Gil-Ortega) podría hacer de mi capa un sayo. Luis Navarre con quien firmé un tratado verbal de no agresión mutua en su despacho, dejó la plaza libre cuando acabó la legislatura de Jesús Garrido.

La Diputación echó mano del personal de la casa para nombrar a Laura Espinar, directora del diario. Fue la primera mujer en la historia del rotativo al frente de la casa. Laura siempre fue más amiga que jefa, porque entramos el mismo día, junto con José María Izquierdo. Con ella mantuve una buena relación y estando en la silla directiva me tocó la prejubilación. Desde que la ví por primera vez en el ascensor de Lanza el año 1987, más estirada que un sisa mal hecha, hasta el día que recogí mis trastos y me fui habían pasado casi 30 años. Ella fue la tercera persona en dirigirme. Y también, me hizo el honor de presentar en Ciudad Real, mi novela Carla y el señor Erruz, a la que le tengo mucho cariño. Aquella chica a la que le di los buenos días en el ascensor de la redacción entró como auxiliar pero se fue.  Primero a La Tribuna, luego a prensa del Ayuntamiento. Pero volvió para hacer historia feminista en el periodico.     

La siguiente directora que lo fue también mía porque nunca he cortado los lazos sentimentales con Lanza, fue Concha Sánchez. Aun me conmueve escribir su nombre y todavía trago con dificultad cuando veo su foto. Con ella seguí colaborando en extras y cuando preciso fuera. Y ella fue a quien le pedí el favor de presentar mi penúltimo libro Un hombre del barrio, a lo que accedió encantada. Le mandé el libro con tiempo para que preparase la presentación pública en la que también iba a estar, con un video grabado, el escritor Julio Llamazares. Pero ocurrió su fatídica muerte. Pocas veces me he irritado tanto ante la muerte. Si es inevitable ¿porque además es injusta, traicionera y desalmada? El libro no se presentó por acuerdo entre Javier Flores y yo y lo dejamos correr a su suerte. Concha llevó nuevas fuerzas al diario y contribuyó a darle el sitio de cabecera en el que está hoy en el universo digital.

Julia Yébenes ha sido la última. Cesada a propuesta del presidente del Consejo de Administración con el peregrino argumento de la poca coordinación entre el órgano de control y la dirección. Algo muy normal. Esa falta de coordinación uno lo interpreta como que el diario va por un lado y el Consejo de Administración, por otro, lo cual es siempre preferible a que el diario público diga siempre amén al que manda en la Dipu, aunque el presidente de la Dipu le eche la culpa a Vox. Una vez le dije a una persona que especuló con la peregrina y alucinante idea de que yo fuera el elegido, que lo primero que haría sería escribir una carta de dimisión y guardarla en el cajón de más uso para que fuera lo primero que viera. Siempre es un honor ser cesado o despedido de un medio por un político del pelaje que sea. Y aún más, dimitir y tirarle la carta de dimisión al político pedorro de turno.  De Julia tengo el recuerdo de compañera de curro que estaba en el momento y en el lugar adecuados cuando accedió al solio periodístico. Hoy es Vox quien controla el periódico. Ojo al dato.

Quien eso escribe ha visto seis papas y cinco directores/as  al frente del diario en el que trabajó por tres décadas. Cualquier tiempo pasado no fue ni mejor ni peor, es eso: pasado. Pero reconforta evocarlo desde la templanza de los años y comprender un poco más la conducta de los hombres (y mujeres) y sus circunstancias. Sobre todo sus circunstancias.

Larga vida a Lanza.

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