Feria del libro

«Los libros son como espejos: mirándonos en ellos, descubrimos quiénes somos»
JOSE LUIS DE VILALLONGA
(Escritor)

                Esta semana he vuelto a la Feria del Libro de Madrid. Pero esta vez lo he hecho como escritor y no como espectador de uno de los eventos de promoción del libro más importantes de España. Es una feria de larga duración en la que se prodigan numerosas actividades, expositores, autores, representaciones institucionales, medios de comunicación y, entre otros, numerosos patrocinadores de todo tipo de productos o servicios.

                La mañana era agradable, aunque apuntaba maneras para que, en el cuerpo del día el calor hiciera, como así ocurrió, casi insoportable deambular por sus paseos visitando las numerosas casetas o stands en los que se exponen las últimas publicaciones de las numerosas editoriales del país, —pequeñas, medianas o de los grandes grupos editoriales—. Pero, a pesar de todo, ha merecido la pena recorrer reposadamente sus calles.

                Cuando paseaba, en un stand de la Comunidad de Madrid vi que la concurrencia de público había casi completado su aforo. Me sorprendió que dos actores mantuvieran tan atento a un respetable de gente menuda y a algunos adultos. Eran niños de colegios acompañados por sus profesoras. Lo que me parecía en un principio, se confirmó. Se trataba de los actores de la “Compañía de Angulo el Malo”, de El Toboso.

                Al intentar entrar el personal que controlaba el acto intentó evitar mi entrada, pero los actores le pidieron que me dejaran hacerlo. En ese espectáculo la compañía toboseña, hacía llegar a un público entusiasta la historia, los personajes y hechos más importantes del Siglo de Oro español. Lo hacían con buen humor, utilizando guiñoles y con una mínima, pero suficiente puesta en escena con la que transmitían su mensaje claro y sencillo.

                Uno de los actos consistía en que una joven profesora con algunos de sus alumnos preparara la escena de uno de los cuadros más famosos de la época. A pesar de la dificultad lo hicieron con cierta dignidad. Luego hablé con ellos sobre su presencia y sobre la mía en aquella edición de la feria del libro de 2025. Después, cuando ellos terminaron su actuación matinal, acudieron a la caseta en la que yo firmaba ejemplares de mi novela.

                En cuanto a la firma de ejemplares de mi libro estuvo bien. Además de firmar a varios amigos residentes en Madrid, vino gente de lo más curiosa. Me sorprendió que lo adquiriera una pareja que hacía una visita turística por la capital de España. Al decirme que residían en México, les dije que sería la primera vez que un ejemplar de mi novela llegaba al continente americano, aunque estaba en camino otro para Bogotá (Colombia).

                Uno de estos amigos madrileños que acudió a la firma, es un verdadero personaje. Lo recuerdo de mi estancia hospitalaria en la pandemia. Él se ofrecía para llevarme cuanto me hiciera falta. Vivía en Boadilla del Monte, por lo que le era fácil hacerlo. Pero como yo sabía que era capaz de hacerlo sorteando cualquier impedimento para atender mis peticiones, no quise pedírselo para protegerlo de sí mismo y de su segura osadía.

                Después de hablar de nuestras cosas y de firmarle mi novela me hizo una pregunta que no esperaba, que fue muy  sugerente. Me dijo que su consuegro era de EE. UU., donde residía su hija y que quería regalarle algún libro en el que se justificara racionalmente por qué se es católico. Aquí al nacer lo somos sin más requisitos. Para mayor abundamiento me dijo, eso es como cuando naces en la capital, todo el mundo es del Real Madrid.

                Yo le dije, pero bueno si tú eres del Atleti. Y él me respondió, ya, pero es que yo he sido siempre rebelde. Le dije que lo mejor sería que la obra fuera de un escritor que se hubiera convertido al catolicismo ya maduro y sabiendo por qué elegía esa creencia religiosa. En ese momento recordé la novela de Graham Greene, El poder y la gloria y le expliqué que trataba de la persecución de la revolución mexicana a un pobre sacerdote.

                Entonces me dijo que mejor. Ya que su consuegro tenía raíces mexicanas. Le insistí en que era una obra de 1940, que sería difícil encontrarla allí. Pero se fue en busca de aquel libro y aunque no lo encontró, hubo un escritor que firmaba sus libros en otra caseta, que le comentó que esa era una de las grandes obras literarias que hay que leer y tener en casa. Que aunque el inicio era muy duro, luego es una novela magistral.

                Una vez terminado el tiempo dedicado a la firma, él nos acompañó a mi hija y a mí, para tomar unas cañas. Allí hablamos de nuestros recuerdos, de las secuelas que para los dos nos dejó la pandemia del COVID-19, —él perdió a su padre y yo a mi madre en sus respectivas residencias en los meses más duros de 2020—, y de los casi veinte años que llevábamos conociéndonos. Al despedirnos nos emplazamos para una comida.

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