Fermín Gassol Peco.- La RAE define como sinvergüenzas a aquellas personas que cometen actos ilegales en beneficio propio o que incurren en inmoralidades; también los identifica como caraduras, canallas, bajos, ruines y viles. Sinvergüenzas los hay de muy diversos calados según los ámbitos de actuación sea familiar, profesional, privado o público y las posibilidades que se le ofrezcan para ejercerla.
Recuerdo en mis años de ejercicio en una entidad financiera el caso de un moroso que debía una notable cantidad de dinero; el deudor se dedicaba a vender, no diré el sector, estando dotado de un “piquito” y de un poder de persuasión idóneo para colocar sin grandes dificultades el producto que ofrecía. Tenía labia, facilidad de palabra, altibajos en sus tonos de voz…una presencia física agraciada…todo lo necesario para triunfar en su oficio. Pues bien, cierto día quedamos en el despacho para establecer un plan de refinanciación de la deuda.
Fue cuestión de media hora; tomó la palabra y empezó a soltar una perorata que nada tenía que ver con el tema que debía ocuparnos. Empezó por decir que se sentía molesto por la falta de confianza, se fue creciendo, enredando en sus explicaciones para acabar ofendido y exigiendo mejor trato. Por supuesto que de pagar…ni se le pasó por la cabeza.
Si esa reunión hubiera sido grabada, cualquier espectador habría dudado si el moroso era quien debía a la entidad o era la entidad la que le debía a él. Reconozco que me faltaron reflejos para hacerle una pregunta, aunque tampoco era cuestión de ejercer como sicólogo que el mundo del dinero no se detiene en esas exquisiteces y miramientos: ¿Tú te crees lo que estás diciendo?
Seguro que todos hemos sido testigos y quizá sufridores de estas personas sin escrúpulos, principios, con la conciencia metida en un congelador y la lengua cuan manguera sin control. Queda dicho