Manuel Valero.- Dice la máxima jurídica no exenta de consejo moral: Odia delictun, miserere delinquentis (odia el delito, compadece al delincuente). Son tan crueles los hachazos al árbol herido que todos se lanzan contra un Pedro Sánchez atrapado. Y lo hacen con tanta saña, con tantas ganas de hacer daño-basta con ver la cara de la ministra Alegría, precisamente, hoy en el Congreso -con tantas ansias de poder, que en ocasiones, lo mismo que ocurre con los corruptores y los corrompidos, los integristas de la virtud se ponen en su áspero ataque a la misma altura que los manchados por el vicio. Ya no se trata de destruir al político Sánchez, se trata de destrozar al hombre.
No salvo al político, pero sí salgo en defensa del hombre. Porque la política se ha convertido en eso, en un ataque al hombre, a la persona, de modo que sea aniquilada y triturada no en su credibilidad como gobernante sino también, y sobre todo, como ser humano. Ya no se trata de que Sánchez deje el poder, que no tardará porque es imposible en estas condiciones, sino de ver al todavía presidente del Gobierno vestido de preso numerado o esquinado con su pobreza en cualquier cruce callejero, sombrero en tierra y rostro pedigüeño, como pintaban a los pobres los viñetistas de mi juventud.
Viendo un poco el debate parlamentario de hoy cansa y agota tanto la imagen de un Sánchez derrotado ante la opinión pública como el tono en sus intervenciones de los y las parlamentarios del PP, más parecidos a lobos y a lobas sedientos de sangre y poder que de representantes del pueblo que civilizadamente le reprochan al presidente una gestión deplorable por un lado y casi delictiva por otro. Tendría la oposición que esconder los colmillos y echarse gotitas relajantes en los ojos para no mostrar ante la gente caninos tan afilados como sanguinos los ojos.
La confrontación parlamentaria convertida en una batida contra el hombre que se ha desatado contra un ciudadano en cuya piel nadie querría hoy cobijarse llega a producir, máxime si se les ve por televisión, tanta incomodidad como producen repudio los presuntos delincuentes. Hay demasiada bilis por no decir aversión, por no decir odio, en la práctica política del país de la envidia que es España.
En la oposición saben que el presidente está sentado, exhausto, bajo la sombra de un árbol, abatido, sin fuerzas y por eso lo cercan como lobos y lobas para el festín final. La política en España democrática es sustitutiva de la guerra, en sentido literal. Al no concebirse la eliminación física del adversario, se ceba la alternativa de la muerte civil, sobre todo si el reo ha dado razones más que suficientes para ello.
Pero no. Me voy de nuevo al refrán del derecho, Me asquea el delito que haya cometido el presidente por su falta de pericia en vigilar a los malos que eran los suyos más cercanos. Pero al mismo tiempo empiezo a sentir compasión y un poco de empatía por el esquelético presidente cuyo rostro acartonado bajo una corteza de maquillaje patético refleja perfectamente lo que tiene que estar padeciendo.
No justifico al presidente. Todo seguirá el curso de la libre concurrencia que decía Pio Baroja pero me apena al verlo demacrado, serio, humillado, escupido, lapidado por los integristas de la virtud, hoy, que serán militantes del vicio, mañana, como nos tiene enseñado la condición humana. Al tiempo
Odia el delito, compadece al delincuente. Yo odio el latrocinio y compadezco, los latigazos que Sánchez recibe cada día en su naturaleza humana. Pedro Sánchez erga omnes defendiendo al hombre, quizá lo único que le queda, porque el político está roto.
Se hace mejor oposición si se gestionan y dosifican los malos humores que demostrando ansiedad obsesiva por quitarle al presidente el sillón en el que nunca debió sentarse porque les pertenecía a ellos que fueron los más votados..
Los debates son ya un cuerpo a cuerpo, no una dialéctica sobre ideas y programas. Y a día de hoy un todos y todas contra uno aunque los suyos y las suyas le sigan aplaudiendo, quizá solo por fuera para que no se note.