Religiosidad y Fe. La cosificación de Dios

Fermin Gassol Peco.- «Por lo general, lo que pedimos a Dios con nuestro rezo no es que se haga su voluntad, sino que apruebe la nuestra”. J. Bellman.

Creo que nuestra tentación más profunda está en querer apropiarnos de las cosas para ser dueños únicos de ellas. Poseer, ser el centro, controlar, es algo que se encuentra incrustado con mayor o menor medida en nuestra naturaleza. Queriendo o sin querer, los seres humanos vamos construyendo nuestras vidas haciéndonos con piezas que deseamos encajen en nuestro engranaje existencial para mayor gloria de sí mismos. Si lo conseguimos, hallaremos la felicidad y realización personal, de lo contrario nos sentiremos fracasados en el proyecto vital. 

Dicho lo cual, una cosa es vivir pensando y actuar con el único fin de tener más de todo y otra enfocar la vida para ser mejores, incluso para intentar ser perfectos. A los seguidores de la primera posibilidad no van dirigidas estas líneas, sino a los segundos. 

La perfección es una meta a la que aspiran aquellos cristianos que de manera seria y comprometida han optado por una vida de Fe. Un camino ascendente, de superación en el que Dios necesariamente ha de estar presente. Estamos hablando pues, no de cristianos de temporada, sino de aquellos que tienen a Dios como referencia constante en sus pensamientos y quehaceres, a ellos pretendo referirme en estas líneas. 

El “seréis como dioses”, (Gen 3,5) es un caramelo tan atractivo que miles de años después, los hombres y más en concreto los cristianos seguimos saboreando con más o menos conciencia en nuestro comportamiento con Dios. Las preguntas que siguen pueden resultar sin duda para muchos creyentes fervientes y comprometidos, cuestión incómoda cuando no escandalosa. 

¿Qué lugar ocupa Dios en ese camino de perfección que estoy o estamos recorriendo? ¿Utilizamos a Dios como un medio, como herramienta para lograr el éxito de nuestras empresas, instituciones eclesiales, bienestar sicológico, de pensamientos políticos o sociales? ¿Es Dios un importante y valiosísimo justificante de pago para dar credibilidad a todo lo que hacemos? ¿Convertimos a Dios en un pretexto al servicio de nuestros intereses religiosos personales o comunitarios?

Unas preguntas como digo, que no van dirigidas a quienes dicen no creer, a ateos o gnósticos, a los que tienen a Dios como “algo” de lo que pasar, a aquellos que como Gorki piensan que “La búsqueda de dios es una ocupación inútil, pues no hay nada que buscar donde nada existe, que a los dioses no se les busca, se les crea”, sino a todos aquellos que tienen a Dios presente de una manera importante y profunda cada día que amanece. Y no sólo a los cristianos de una manera personal, sino a las instituciones eclesiales. 

La “utilización”, “la cosificación” de Dios como medio para una particular o colectiva causa o vocación, estilo de vida u opción cristiana no es tema extraño y a través de la historia de la Iglesia ha sido más bien cuestión corriente más o menos revestida de devoción, misión o gestas en su nombre. ¿Qué decir de esas instituciones eclesiales que parecen servirse de Dios para mayor gloria de su obra? ¿Qué decir de esos cristianos que se tienen en exclusiva como puros y auténticos utilizando a Dios, a Jesucristo en concreto, poniéndolo como un elemento al servicio de su ideología política? ¿Qué decir de esos cristianos que dicen tener Fe para gozar de su propio confort espiritual y una paz sicológica interior?

El hecho religioso, que no la Fe, se presenta para quien lo acepta como algo agradable y equilibrador pero también en realidad peligrosa y evasiva para la condición humana. Hablando con mucho rigor podríamos decir que la pura religiosidad es un peldaño más que el hombre utiliza para ascender hacia su propio y satisfactorio yo, en muchas ocasiones sin conseguirlo. “Hay dos clases de personas coherentes: los que gozan de Dios porque creen en él y los que sufren porque no lo poseen”. (Blaise Pascal). 

La Fe sin embargo es riesgo, salida, búsqueda, respuesta y sobre todo conversión. Sin ella, corremos el riesgo de utilizar a Dios como un documento de aval de nuestras acciones para mayor gloria de nosotros mismos.

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