Altruismo, una derivada existencial de la humildad

Fermín Gassol Peco.- Aquellas personas que dan las gracias con facilidad suelen pedir perdón (y perdonar) de igual manera. Y al contrario cuan antítesis: Quienes no dan las gracias ni por casualidad, tampoco suelen perdonar o pedir perdón ni por equivocación. De forma que, existiendo millones de personas con múltiples y diversas características, me atrevería a decir que en relación con este tema podrían quedarse reducidas a dos; aquellas que poseen o carecen de estos dos valores: agradecimiento y perdón.

Virtudes y defectos universalmente reconocidos pues responden generalmente al comportamiento que todos deseamos y a veces exigimos o, al contrario, detestamos de los demás hacia nosotros. Virtudes y carencias que por otra parte no se dan de manera aislada, sino que guardan cierta correlación o vienen acompañadas con otras manifestaciones en el comportamiento, a veces como causa o consecuencia.

Común observar por ejemplo cómo las personas agradecidas poseen una elevada educación, sensibilidad, delicadeza y generosidad siendo por tanto proclives a pensar en el prójimo, resultando también condescendientes, justificando con facilidad aquellos errores o afrentas de las que son objeto y muy exigentes sin embargo en el propio comportamiento.

Muy al contrario, aquellas que no agradecen nada son seres enrocados, prepotentes, orgullosos, tocos y a veces de ademanes embrutecidos y narcisistas, tremendamente sensibles consigo mismos y crasos y romos en sus acciones con el prójimo; se enojan con facilidad por cualquier desliz de los que se consideran víctimas y sin embargo no paran en barras, a veces de manera abrupta con quienes se relacionan. Pues bien, estos mismos perfiles los encontramos así mismo en quienes perdonan y piden perdón.

Resulta curioso el hecho de que ambas actitudes “dar las gracias” y “pedir y otorgar el perdón” se encuentren tan relacionadas y habiten casi siempre en las mismas personas.

La pregunta es: ¿A qué puede ser debida la circunstancia de que ambas residan en un lugar común? La respuesta nos viene dada por un nombre: la humildad, virtud difícil porque supone de quien la atesora una gran madurez estando reservada a personas bondadosas y también inteligentes. Y refiero estos dos calificativos porque ciertamente humillarse, hacerse pequeño, que en esto consiste la humildad, es un acto que requiere ausencia de ego; e inteligente porque sabido es que la humildad es la verdad, aquella que define nuestra dimensión real y hace reconocer a los seres humanos sus limitaciones, pero también habilidades, cualidades y capacidades poniéndolas al servicio de los demás sin jactarse de ello, adquiriendo así grandeza no en uno mismo sino en el corazón de los demás. El altruismo como una derivada existencial de la humildad y generosidad, hermoso trío de ases personales y sociales.

Agradecimiento y perdón suponen reconocer la frágil condición humana aceptando la desnudez que produce quedar a merced del otro, aceptar que ese prójimo ha sido o está siendo tanto o más generoso que uno mismo.

De ahí que la humildad no se aprenda en cuatro tardes, sino que sea fruto de un profundo y a priori nada agradable ejercicio de renuncia hacia aquello que nuestro instinto y e incluso nuestra razón reclama, una demanda esta última, justa y legítima que solamente puede ser superada por un ejercicio de grandeza humana.

“El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió” (Santa Madre Teresa de Calcuta)

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