Fermín Gassol Peco.- La historia es el progreso de la conciencia de la libertad”. Hegel. La frase de este pensador alemán, padre del idealismo y dialéctica encierra una aseveración que lejos de suponer una afirmación utópica como pueda atribuirse a todo aquello que suena a filosofía idealista, tiene a mi juicio el gran valor de descubrir lo que los seres humanos anhelamos a través de nuestras ideas y comportamientos, de nuestra ética personal y social, el secreto de lo que la humanidad, aún sin saberlo busca a través de su conciencia individual y colectiva; la libertad.
Que los seres humanos hemos progresado con el paso del tiempo es una obviedad; vivir hoy en un mundo lleno de comodidades y descubrimientos es sin dudar, una gran suerte. Pero la pregunta surge: Somos hoy más libres que en el pasado? Está meridianamente claro que si entendemos la libertad como la superación de condicionamientos físico ambientales, de las barreras que dificultaban la comunicación, así como la ausencia de ataduras sociales a unas pautas de comportamiento establecidas a las cuales había que someterse, sin duda que sí.
Hoy las personas pensamos y obramos como nos viene en gana, no existiendo una estructura establecida que nos obligue a pensar o comportarnos de una determinada manera para que, a la hora de ser aceptado por esa sociedad, deba cumplir unas reglas personales y morales impuestas. Hoy ya no existe lo “socialmente correcto”.
Ante esta ausencia de normas preestablecidas somos nosotros y nuestras conciencias quienes hemos de elaborar esas pautas de comportamiento o sea determinar nuestra moralidad.
Creo que hoy este comportamiento moral, pareciera estar atravesando un desierto ayuno de valores tradicionales, entendiendo este concepto como aquellos ejes en los que se apoyaba la conciencia social mayoritariamente aceptada en el comportamiento de cada uno.
La caducidad de estas normas de comportamiento social creo que tienen su explicación en dos causas.
La primera, el hecho pasar a ser de “sujetos localizados», a «entes anónimos”.
En concreto la transformación de personas con historias vividas en un lugar conocido y concreto, con unas costumbres que en ningún momento eran consecuencia de una consulta a su conciencia, a un ente humano escondido en el anonimato de unas ciudades en las que nadie sabe cómo se llama el que pasa por su lado. Los valores que se identificaban con esa forma de vida anterior y que fijaban el comportamiento hoy ya no encajan en la nueva situación porque hacen referencia a valores heredados y no elegidos.
La segunda causa, la posibilidad que tenemos de realizar más cosas de todo tipo.
La ética actual es muy simple. «Hacer aquello que puedo hacer»; es decir, una ética de posibilidades materiales. La conciencia se conforma como una mera tabulación para el aprovechamiento de las circunstancias. La transcendencia moral de los pensamientos y sobre todo de los actos, hijos de ellos, parece no existir. Hoy manda sobre la conciencia el concepto de oportunidad. Esta parece ser la ética común que prevalece hoy. Los hombres y mujeres somos mucho más libres que en el pasado respecto a los demás; sin embargo, y paradójicamente, hacia nosotros mismos ya no lo tengo tan claro. Es más, sin unas referencias que nos ayuden a encontrarnos, seguiremos padeciendo una preocupante crisis de identidad tanto personal como social y sin esa determinada identidad, difícilmente podremos progresar en nuestra libertad.