Manuel Valero.- Durante la presentación de mi última novela “Un largo pórtico” me extrañó no ver entre el público a ninguno de los que integran actualmente la Asociación de Antiguos Alumnos cuando me consta estaban informados del evento. Vaya por delante, pero muy por delante, que cada uno es libre de asistir donde le dé la gana pero consideré que al tratarse de una novela, la primera novela, que se escribe en Puertollano ambientada en el colegio salesiano, donde estudié primaria y bachillerato elemental durante los años 60, que contaría con una mayor afluencia de personas relacionadas con el colegio: profesores, alumnos de ahora, y especialmente, los antiguos alumnos.
Pronto me embargó una sospecha infundada que se agigantó durante el entretenido debate al que dio pie la presentación en sí: que tal vez se hubiera corrido la voz de que el libro era un modo personal de ajustar cuentas con el colegio, dado que fui expulsado el último día de la preparación de la reválida (ya había pasado cuarto) por saltarme, junto con dos compañeros y amigos, por una ventana y no asistir a la última clase. Era el fin de nuestra estancia allí dado que no teníamos información de que el colegio incorporaría quinto curso, como así ocurrió. Y también porque el coloquio se centró en el castigo físico inherente al sistema educativo de la época que toleraba el palmetazo, la bofetada, el capón, el campanillazoy el castigo humillante de las rodillas en tierra. Entonces tuve la sensación de que tal vez, dada la previa promoción de la novela, hubiera cierta inquietud por considerar Un largo pórtico como un relato enfocado con desafecto únicamente en la disciplina férrea del colegio, en el que, como en todos los colegios, también en los públicos, con frecuencia se escapaban bofetones y tirones de las patillas. Sospeché que tal vez porque fui expulsado por esa travesura se me negó el acceso al archivo con la excusa de la Ley de Protección de Datos. Lo cual entendí, sin ningún problema.
Calculo que entre antiguos alumnos, alumnos actuales, profesores, boys scouts, padres y madres de alumnos, fácil es alcanzar una magra cifra de personas. Por eso me sorprendió no ver a más salesianos, aparte de los que sí estuvieron -el presentador Florentino López y el propio alcalde Miguel Ángel Ruiz (hubo más)-en el acto que sinceramente tuvo una buena asistencia a pesar del calor y de que se trataba de eso, de la presentación de un libro.
Pues bien, después de unos días reflexionando sobre ello me lanzo al ruedo. La escritura de Un largo pórtico me proporcionó momentos de arrebatada nostalgia y el reconocimiento eterno que personalmente me endeuda para siempre con el colegio por la excelente formación que recibí durante los años 1962-1969. Me supuso revivir una época maravillosa de la que recobré experiencias y momentos inolvidables muy por encima de los momentos olvidables: los cantores de los que formé parte, también del teatro por elección sacerdotal para las representaciones teatrales en los días clave del calendario salesiano. Y, por supuesto, una formación en clase bajo el respeto a muchos curas y el miedo a unos pocos. Muy pocos. Un par de ellos, me atrevo a decir. Como digo en la novela: Ni pegaban todos los curas ni pegaban siempre.
De modo que expuesta mi opinión, espero que mis especulaciones, sean eso y nada más que eso. A día de hoy, como he repetido, quien conmigo ha querido hablar, me siento orgulloso de haber estudiado en los salesianos, en un colegio que todavía hoy es centro de gratas informaciones por su excelencia. Y como también referí el día de la presentación para disgusto de algún asistente: Los curas daban dos clases de hostias, las consagradas y las que no. Quienes por suerte o por desgracia, en mi caso, por suerte, estudiamos bajo el sistema del palo y tente tiesoque consagraba el sistema educativo de la época, hemos podido contarlo. Era lo que había. Solo que en los “ale”, el teatro, el canto, el deporte, la piscina, el cine… te hacía más llevadera la bofetada de don Crisóstomo, por ejemplo. Y no presidía el aula el señor generalísimo, eclipsado por el carisma de Don Bosco.
Sr. Valero, no se crea usted el ombligo del mundo.
A lo mejor la gente no fue a la presentación de su libro porque se las trae al pairo, al igual que sus artículos de opinión.
Saludos.
Gracias por leerme. Aute
Aute. Jejeje
Bueno Manolo, yo he comprado tu libro y voy a leerlo con mucho interés. Estoy convencido que me gustará. Soy antiguo alumno y no he podido ir a la presentación. No te sientas desencantado porque no hayan ido muchos antiguos alumnos o profesores, a veces las circunstancias de la vida impiden estas cosas. Te deseo mucho éxito.
Soy antiguo alumno, un curso posterior al tuyo. Compré tu libro, y espero revivir tiempos pasados, así como compañeros y profesores, que seguro, nos fueron comunes. Cuando citas profesores, ¿Son reales, con nombre ficticio o son imaginarios? Llevo sólo 5 páginas leídas. Espero disfrutar, y sobre todo, evocar. Ya comentaré.
Algunos nombres si son reales, otros no
Gracias a ambos. Es un gustazo ver que hay gente que entra en los comentarios con su nombre, que son auténticos porque os conozco. El libro se está dando muy bien, tanto en la pasada feria del libro de Puertollano, como en la presentación y en las librerías. Pero Ricardo, sí que me hubiera gustado contar con más presencia salesiana. Y me extrañó que no fuera así, no por darle brillo a la presentación que lo tuvo a juzgar por las personas que asistieron, sino por una cuestión sentimental. De nuevo gracias a ambos.
Mal tiempo para asistir a presentaciones . El calor, la piscina , los hijos o nietos que cuidar, el teatro de Almagro o las estancias en lugares costeros o de montaña. Además de que algunos no entendemos el porqué de las presentaciones de libros. Si te interesa un libro, lo compras sin más. A veces también sucede que esperamos que lleguen personas a acompañarnos que , a lo mejor , no fueron correspondidas en algún evento relacionado con ellas, el quid pro quo. Además que si fue el alcalde ya fuimos todos …y espero que le regalase una corbata, que debe tener mogollón.
Entre el profesorado laico de las escuelas públicas los había de dos clases o, más bién de dos generaciones: los que cogían carrerilla para darte un capón y los que te daban el capón sin coger carrerilla.