Por Emmanuel Romero.- Se dirigió a lo que quedaba de un muro de apenas un metro de altura. Exactamente en la esquina que hacía con otro resto de piedras junto a lo quedaba de una columna desgastada que aún conservaba un pedazo de capitel con espirales desdibujadas. Lo hizo silbando, sin un asomo de ansiedad arqueológica, simplemente por puro entretenimiento. Cavaba y retiraba la tierra escrutando los guijarros y los insectos como el que busca oro.
Apenas un par de golpes más con la piqueta y se detuvo a contemplar el paisaje. Sentado en una piedra que parecía destinada a tal uso. Bebió un poco de agua y se dejó llevar por la brisa que entre los recovecos de las ruinas parecía acelerarse. En lo alto, un par de águilas manchaban el límpido cielo con su vuelo inquietante. Volvió a cavar con la misma parsimonia, canturreando e indiferente, sin esperar nada. Bastaba con sus propias especulaciones. Puede que tope con la primera piedra que descubra un templo romano a la diosa Artemisa. ¿Estuvieron por aquí los romanos?- hablaba para sí en voz alta a resguardo de la soledad. Los romanos estuvieron por todas partes. Hasta en Almadén. Así que no hay extrañar. Incluso barajaba la posibilidad de dar con algún hueso humano, tal vez el más antiguo de los que ha clasificado la ciencia. Y si no fuera así, bueno, tal vez, algún abalorio, un anillo, un cáliz, una moneda. Las ruinas, según el imaginario popular, eran las de una pequeña iglesia románica, construida en la oscuridad que siguió al colorido esplendor romano. Otra vez los romanos.
Había hecho un buen hoyo y escrutado cada grano de tierra, cualquier esquirla de piedra. Y nada. Salvo una miríada de animales diminutos, los gusanos de la tierra, que siempre son manjar para los pájaros. Pero su ánimo seguía incólume.
Lo que no entraba en sus especulaciones era lo más burdo: el hallazgo de un cofre lleno de monedas de oro y piedras tan preciosas como la mañana en que cavaba. Eso está muy visto y es muy previsible, ¿verdad? Se giro como si alguien lo estuviera vigilando y estuviera pendiente de cada uno de sus gestos y hasta de sus pensamientos, para escribirlo en un periódico digital. De los de ahora, que ya no hay prensa local porque con la internet la Comarca de Puertollano o Miciudad real se pueden leer lo mismo en Estambul, que en Sidney o en La Habana. Bueno en La Habana, no que allí la cosa no va con tantos apagones y tanta dictadura comunista. Tan bella y colonial La Habana vieja.
Volvió a mirar el Valle, entre buche y buche de agua. El hoyo que había hecho le pareció tan inútil que lo motivó. Como era un hombre culto se acordó de Oscar Wilde que dijo que una obra de arte solo tiene la utilidad de ser observada, porque en sí misma no vale absolutamente nada. Qué utilidad tendría las meninas de Velazquez si no hubiera nadie que se pasmara en su observación.
Siguió cavando hasta que la piqueta golpeó algo metálico.