El duelo. La pérdida. La muerte del ser querido. Suele ser un tema recurrente en la poesía de todos los tiempos. Lo que no es tan habitual es la manera en la que lo aborda el poeta Luis Díaz-Cacho Campillo en el poemario “Llanto”, publicado por Ediciones C&G. En los poemas del autor leemos el dolor de la pérdida, el vacío, la falta del padre, la resignación, las preguntas –y la frustración– ante la experiencia de la muerte. La experiencia pertenece a la persona, pero en este libro prevalece el poeta. “Oscuras cuevas de ojos, / negras y recolgantes, / tizonas, tristes ojeras / avanzan a cada instante”.
Hace cuarenta años, a la edad de 22, Luis Díaz-Cacho Campillo, se enfrentó al suceso repentino de la muerte de su padre. Siempre la pérdida de un ser querido supone un gran dolor que acaba acompañándonos durante toda la vida, en la que cada persona aprende a superarlo o, más bien, a intentar convivir con ello. Para el poeta y escritor Luis Díaz-Cacho, la poesía supuso una forma de canalizar sus sentimientos, de llevar su duelo y así surgió la necesidad de plasmar ese dolor en versos. Desde entonces no ha dejado de escribir. “Traicionera y petulante, / muerte fatal y difusa, / avanzaste con donaire, / dejando mi mente obtusa”.
Desde aquél fatídico día, Luis Díaz-Cacho, entendió que las circunstancias nos influyen, nos condicionan y nos mediatizan. Que su familia ya no fue la misma, ni él tampoco. Que su adolescencia se deshizo en añicos en un suspiro y que tuvo que madurar a golpe de versos y de poemas. El poeta recoge en este bello libro, la esencia de aquel dolor, los poemas que entonces escribió y que han estado celosamente guardados durante cuarenta años. Poemas que al autor le “salvaron (literalmente) la vida”. Y que gracias al empeño de su mujer Mavi han visto la luz. “Dudas ofuscan mi mente / en estos andares continuos. / Preguntas sin respuestas, / entradas sin salidas”.
En él hay poemas estremecedores, que realmente conmueven: “Muerte productora / de llanto, de dolor, / de oscuros momentos, / de pesado aldabón, / de largos sufrimientos, / de día sin sol”. También transmite imágenes desde el alma llena y a su vez vacía: “Entraste en esta morada / rompiéndole las entrañas, / a este mi padre tan bueno, / a este mi padre querido, / a este mi todo, / mi alma”. Es exactamente lo que queda tras la muerte de un ser querido. Queda extrañeza, horror y el desconcierto.
Pero no hay un final para la vida en este poemario sobre la muerte del padre: “Muerte que no matas. / Muere el cuerpo, / la carne. / Queda el alma. / Queda la vida trepadora / por infinitas florecillas, / bóvidos engullen tentadoras, / la exhalación de tu vida”. Porque a pesar del dolor, a pesar de la tragedia, se advierte, entre las rendijas, es decir, entre los versos, una esperanza: “Ayúdame a encontrar / esperanzas perdidas, / socórreme al llegar / tan imprevista partida; / pues nadie adivinará / cuando se acaba la vida”. Suponemos que para el autor es la esperanza que emana de su fe católica: “He de seguir creyendo, / y ahora con más razón, / para tenerte siempre conmigo, / cerca, muy cerca, de mi corazón”. En el poema sobrevive el recuerdo, o sea, con el poema siempre vence la vida. Son estas las últimas lecciones que se extraen de la lectura de “Llanto”. Lo escribe el poeta: » Vida que renueva vida. / Muerte que genera vida. / Animal, flor, ave, / qué más da, / si es vida”.
Y nunca es un adiós, siempre un hasta luego: “Padre que te alejaste / sin poder decirnos nada, / descansa ahora en el seno / de tan lejana morada; / en la que cercano día, / antes de darnos cuenta, / volveremos a encontrarnos, / volverá nuestra alegría”.
El poeta ha considerado oportuno incluir en este libro un poema escrito unos años después interpretando el momento de cómo sería su partida, “Es triste saber que me iré, / una tarde, cuando el cierzo / exhale el noctámbulo aliento / y recojan los pájaros / los plumajes taciturnos / en los nidos de albahaca”. Y también ha querido cerrar el poemario con un poema inédito de su hijo Ramón María que da todo el sentido a estos versos y cierra el círculo azul de su calendario. “Siempre has sido mi lugar seguro. / Siempre busco volver a ti. / Acurrucar mi cabeza en tu pecho / y que tu mano firme y segura por el tiempo / abrace mi cuerpo”.














