La frontera

Antonio Carmona.- Imaginamos una línea bien definida y nítida como esas fronteras que dibujan en los mapas. Pero cuando llegas no ves más que tierras permeables, porosas, coladeros de influjos. Aún quedan remanentes en Vilar Formoso para atestiguar la importancia pretérita de la “alfândega”, la aduana erigida en una arquitectura ostentosa, hoy en pleno abandono, así como muchas casas de gran envergadura sobre la que crece la maleza. En la fachada de una de ellas, el tradicional azulejo portugués da la bienvenida al extranjero con estas palabras alicatadas: “¿Eres amigo? ¡Pasa, amigo! El pan que tenemos aquí, en este pequeño refugio, también te alcanza».

Eran otros tiempos. Oliveira, un hombre de avanzada edad, maneja el timón de su restaurante. Siempre te recomienda el bacalao, “meu bacalhau”. “Eu quero aprender a falar portugués”, le dice el viajero español a Oliveira. Oliveira habla en portugués y en portuñol, sabe que el turista español da por hecho que puede hacerse entender en español cuando está en Portugal y que el portugués tiene que esforzarse en hablar español cuando visita nuestro país. Son roles asumidos.

“La autovía lo ha ‘estragado’ todo”, asegura Oliveira, “a maldita rodovia e o maldito euro. Esto es un pueblo en caída libre, un país en declive.” El viajero imagina una franquicia futura ofreciendo bacalao más insípido, pero menos cantidad, más vistoso y algo más caro, con menos cebolla y una salsa neutra, en locales coloridos e iluminados. No como éste, con mobiliario más viejo que antiguo, con unas ventanas de madera que dejan pasar la lánguida luz de unas calles silenciosas y atardecidas. Las paredes están empapeladas con carteles taurinos de Ciudad Rodrigo. A primera vista, pareciera un local más español, o lo que muchos entienden por genuina españolidad, que cualquier otro local en la propia España, es decir, Espanha.

Vilar Formoso ha convertido su preciosa estación ferroviaria en un museo sin trenes. El tren, con una antigua locomotora, puede ser apreciado por el viajero dentro de una gran vitrina de cristal en los jardines de un parque cercano. Junto a la estación, un monumento sirve de homenaje a la “Fronteira da Paz” de la que Vilar Formoso se enorgullece. Por allí pasaron miles de personas en busca “de libertad y una vida mejor” en tiempos de dictaduras, de guerras coloniales, “en memoria de los judíos polacos que por aquí pasaron en su huida de la persecución nazi”. ¡Qué irónicas suenan estas palabras en los tiempos que nos han tocado vivir! Precisamente ahora que el declive y la caída libre se están disfrazando de progreso, cuando estamos musealizando tantos logros y principios básicos esenciales de convivencia en vitrinas de cristal.

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