Fin de la historia, el bueno gana

Honra a Manolo Serrano su renuncia a que su nombre abandere el estadio del Cerrú. Pone con ello fin a una polémica que ha tenido mucho más de emoción y sentimiento que de otra cosa porque,- y Manolo lo entenderá- hay asuntos más perentorios y urgentes en la agenda municipal, supongo, que aceleren un poco el eterno ralentí al que marcha Puertollano. Y le honra porque es verdad  lo que dice en la carta abierta dirigida al alcalde, Miguel Angel Rodríguez, promotor y defensor de la propuesta. Manolo Serrano no  es de los que para aparentar, figurar y destacar se enzarza a codazos contra todo y contra todos, ni enreda, ni seduce, ni adula. Hay quien desea vehementemente el reconocimiento de los demás cuando el primero y más fundamental es el de uno mismo, hay quien lo busca patéticamente, cuando el hecho de que los demás juzguen la trayectoria pública de una persona no depende ni de ella ni de nadie: es el sedimento natural del papel desarrollado por alguien en un espacio de proyección pública, ya sea la política, las artes, el deporte, la música, el periodismo, las letras o su proyección nacional e internacional (Museo municipal Cristina García Rodero)   … Y ese poso es la decantación natural de un periplo vital que se  filtra en el acervo social y consigue una gran mayoría receptiva. Nunca una unanimidad porque no la consiguió ni Cristo bendito.

Manolo Serrano no es de esos, aunque como a cualquiera le resulte grato que el gobierno de la ciudad haya contado con la posibilidad de ponerle su nombre al campo de las hazañas históricas del Calvo Sotelo, cuyos colores defendió hasta que una lesión le truncó la carrera. Ese hecho es suficiente estímulo para sentirse orgulloso. Que no haya prosperado tiene la importancia que tiene ni más ni menos. Toca la fibra y ya está. A seguir.

A lo largo de los años ha habido otros nombres que supongo concitarían el acuerdo -es cuestión de tirar de hemeroteca-, alguno, estratégico para salvar una coyuntura que afeaba la imagen de Puertollano (incendio en Repsol, el asesino de la baraja)como es el caso del nombre de Pedro Almodóvar para el Auditorio y ha habido olvidos raros como al que estuvo sometido el primer alcalde democrático de la ciudad, Ramón Fernández Espinosa, hoy recordado con una placa en el centro de educación de adultos, Antonio Machado (antigua casa de cultura) . Otros ganaron el honor sin estridencias que se recuerden como las dos piscinas municipales que llevan el nombre de María Luisa Caballero y Modesto Eiroa o el del concejal del PSOE ya fallecido, Antonio Rivilla con que se conoce el centro deportivo de las 600 o el del popular Sánchez Menor para el otro  estadio. Porque tenemos dos. Ningún equipo gallito en categorías importantes, pero dos campos.    

Supongo que ninguno de ellos trastearía por los despachos para conseguir el honor de darle su nombre, que es como perpetuar el recuerdo a su persona, a un lugar público.  Manolo Serrano ha sido víctima de un desacuerdo que no hace mella ni a su persona ni a la del alcalde que lo anunció, aunque Ruiz avisase que se marcaría un Pedro Sánchez, y tiraría de decretazo non nato.

Manolo Serrano ha renunciado y ha hecho bien. Y eso le honra. Ha sido propuesto por el alcalde, lo cual es suficiente, y estoy por apostar que mucha gente hubiera aplaudido el bautizo serrano del campo. Fin de la historia, el bueno gana.

Pero llegados hasta aquí toca seguir, que hay mucho que hacer para que la ciudad brille poco a poco y alcance el fulgor de los años fabriles de la bonanza cuando muchos de nosotros éramos jóvenes, muy jóvenes. Incluso Manolo Serrano.