Salvador Jiménez Ramírez.- Cierto es que hay opiniones que, manifestadas para agradar, entretener y registrarse acierto, en determinados charloteos, suelen sonar a evangelios provechosos y también a murgas, zarandajas e inconvenientes con la finalidad de conseguir puesto… Cierto es también que, cuando se nos asigna plaza actuamos de manera ególatra y prepotentemente (no con la dignidad que deberíamos) para procurarnos reconocimiento, solemnidad y prestigio, aunque no sepamos ni papa de la materia que “tenemos entre manos”… Decía el emperador Marco Aurelio, que era una tontería preocuparse por el mundo, porque éste no se preocupa por ello… No ponemos en duda que, la imaginación en el transcurso de la historia de la humanidad; con su surgir y sus fugas, tiene su parcela de legitimidad en la obra que reconstruye nuestro pasado… Pero el endiosamiento, la exageración y la falacia son un peligroso diseño de ignorancia…
El ser humano es su historia…, por tanto la historia es una obligación humana, pero pese a tal obligación, el ser humano la suele cumplir, a veces, con arreglo a intereses particulares y partidistas, desvirtuando no pocos hechos… Deslizando en ciertos relatos, perspicaces pasajes y plagios simples, exentos de una conciencia limpia, buscadora de la verdad objetiva de la realidad.
Azorín, allá por cuando en sus caminatas, por las trochas holladas por miles de caminantes trashumantes, se cruzaba con espoliques, tirando, bien asido el ronzal, de rucios despelurciados, narraba y describía entre luces, sombras, tiempos e intemporalidades, con emoción, imaginación y honda sencillez, la melancolía, los anhelos, la eternidad anhelada, el hastío, la angustia, la magnificencia del paisaje y la pequeñez y modestia de los pueblos… Cuando leemos obras de Azorín, sentimos pulsiones de complacencia, pero dada la seriedad de mi abuelo Juan, evidente es el doblez, en relación con la verificación del interior de la Cueva de Montesinos, (su Ruta de Don Quijote, Cap. X) ya que cuando se hallaba ojeando la entrada, junto a mi abuelo, que le explicaba cómo era el interior de la cavidad, Azorín reaccionó con cierta sequedad y no entró en la espelunca. ¿Se amilanó Azorín ante el laberinto? Tal vez, la negra y exotérica topografía del subterráneo infundieron en Azorín cierto pánico anticipado, imaginando hechiceros marrulleros y fastidiosos, lagos sin fondo, despeñaderos cortadores y torrentes arrastradores…
Azorín, (seudónimo de José Martínez Ruiz) “peregrina” a Ruidera y Cueva de Montesinos, por encargo de Ortega Munilla, director del periódico “El Imparcial”, en el que el escritor colabora, para describir lugares del itinerario atrochado por Cervantes y se hospeda en el mesón de mis abuelos: Juan Ramírez y María de los Santos Aparicio. Azorín viaja siguiendo senderos y trochas del valle del Alto Guadiana; rechinando la herradura y la llanta carrera en el cascajo de caminos adormecidos y zampuzados entre carrizales y junquerales: “…, aposentado en el Mesón de Juan, escribiendo estas cuartillas, apenas echado pie a tierra…”. “…, luego venido la mañana, aún velado el cielo por los celajes de la aurora, hemos salido para la Cueva de Montesinos…”. “Los hachones están ya llameando; avanzamos por la lóbrega quiebra…”.
Un considerable elenco de escritores-peregrinos, entre ellos Azorín, encandilados por las luminosidades que irradian de la obra de Cervantes: Don Quijote de La Mancha, han venido peregrinando, siguiendo la fulgurante estela que dejó el Ingenioso Hidalgo. Continuará.