Manuel Valero.- No sé ustedes pero aquí, el que suscribe, fue ver el regreso de las cigüeñas y el ascensor de bajada de moral por cuanto está pasando en esta piel de toro (y más allá), donde dice la leyenda rústica que una ardilla podía ir de los Pirineos a Tarifa sin bajarse de los árboles, se detiene al menos por un momento y el bajón existencial ante tanta lumbre asesina, tanta incompetencia aflorada, tanta falta de prevención, tanto galimatías que culpa a las políticas proteccionistas de convertir los bosques en una tea palpitante, o al propio BOE de publicar leyes que prohíben recoger piñas o tener cerdos en casa… en casa del pueblo, me refiero, que digo que ante tal marabunta, ver a las cigüeñas, ellas, que nos traían en el pico de nuestra infancia, reconforta porque es una visión cauterizante que apaga de un soplo los incendios asesinos. Al menos durante un rato con su vuelo perfectamente organizado. Con para y fonda en la Nava de Puertollano, camino del sur profundo, que digo otra vez, que el ascensor de bajada sube al menos unos pisos en el bloque del humor propio.
Dicen los que saben de esto que son más tempranas de lo normal debido a que el clima no está donde debiera y no hace más que trastadas desde que ha perdido definitivamente la razón por empacho de Co2, dicen unos (los más), o por los vómitos solares dicen otros (los menos). El caso es que han vuelto para quedarse un rato, sobrevolado un pedazo de tierra, a salvo de las llamas. ¿A salvo? No sé si habrán coincidido con el conato del Pozo Norte o el de Brazatortas que vino a sumarse al tormento del AVE, precisamente.
Bien vale un respiro en todo caso. Verlas allí arriba con su vuelo peculiar y su característico crotoreo que debe ser como el chismorreo de los de aquí abajo. Al África se van con los pollos ya mocitos y volverán cada una a su nido, que de momento, no sabe nada alquiler aunque haya algún estúpido que se entretenga en dispararles con escopetas de aire comprimido. Hay aves que te levantan la moral y cauterizan el humor roto y cosido de cicatrices ante tanto absurdo de la tierra donde cría un virus letal: la humanidad
Las de este año, no, pero uno ha tenido la suerte de contemplar la llegada de las cigüeñas en sus caminatas por el Parque Pozo Norte, hoy tiznado por algún gilipollas. Afortunadamente este medio dio una escueta información de apoyo a un par de videos que valen más que mil palabras. Y funciona. Funciona, ver el video una y otra vez después de cebarte del parte diario de incendios y la verborrea política consiguiente que no hace sino poner en primer plano el nivel de incompetencia de tirios y troyanos y uno de Tomelloso que pasaba por allí.
Tienen también ese punto lirico que te invita a cerrar los ojos y volar con ellas hasta donde vacacionarán, con permiso de Feijóo, hasta la próxima primavera… mientras lleguen nuevas primaveras..
Si el poeta escribió eso de las golondrinas, uno lo traslada a las cigüeñas que no son oscuras ni siquiera las negras, aunque no vuelvan para plantar su nido en balcón alguno porque duraría menos que la paga doble ni, por supuesto, no llamarán a los cristales de la chica porque de un aletazo igual se lleva algún vidrio por delante. Dudo si entre las regresadas están las que aprendieron los nombres de Paquito, Lusito, Antoñita o Demetria. Puede que sí, que lo digan trastabilladas con su golpeteo picudo, aunque el poeta amustiado avise de que esas, precisamente esas, no vendrán a pasar un fin de semana en La Nava.
Cigüeñas benditas, elegidas por el imaginario como portadoras de bebés que tenían que venir del sur africano, inmigrantes, por tanto, y no de París que queda más señorito.
Valgan estas líneas, al menos, para desfogar, porque la ira escatológica de estos días ante el panorama de las crestas de gallo ardientes, lo incitan a uno a vocear todos los tacos registrados en la RAE.
Lo cantaba Mari Trini:
Mañana me iré despacio
Sin dejar ninguna huella
Pronto levantaré el vuelo
Como hicieron las cigüeñas.
Pues eso.
Tres chiringuitos tres sueldos.