Fermín Gassol Peco.- Noruega es un país particularmente privilegiado, (superado quizá por Finlandia en el sector servicios, otra nación que también vive ya instalada en el futuro. Ambas gozan además de una gran confianza entre sus habitantes e instituciones)
Y digo que Noruega es un país particular por su prolongados días de luz y oscuridad, según la época del año, sus largos, inmensos y profundos fiordos, sus incontables túneles submarinos, sus incontables cabañas de madera con techos cubiertos de vegetación, su riqueza petrolífera, su altísimo nivel de vida, con una renta per cápita de unos ochenta mil dólares y por el respeto a la propiedad ajena.
Con una tasa de paro inferior al tres por ciento, Noruega es considerada el segundo país más seguro del mundo, con atención médica universal. Los valores de equidad social hacen que la diferencia salarial entre el trabajador menos retribuido y los directivos de las empresas sea mucho menor en comparación con las economías occidentales. Y es que el Estado noruego es propietario mayoritario en sectores industriales estratégicos con amplias reservas de petróleo, gas natural, minerales, madera, mariscos y agua dulce. Un sistema político, económico social con el siempre comulgué y del que siempre he sido defensor, el socio liberalismo de John Stuart Mill.
(Si desconocen esta ideología, invito a hacerlo. Y si quieren unas pinceladas, les invito a leer mi artículo “El socio liberalismo de J. Suart Mill” publicado en este digital del veinticinco del pasado mes de junio)
Un país socialmente casi perfecto, donde todo está calculado, medido y previsto y en el que sin embargo se producen de media dos suicidios diarios, todo ello en una nación que no llega a los seis millones de habitantes. Quizá sea consecuencia de no estar preparados para gestionar los imprevistos.
De carácter independiente, los noruegos gustan de retirarse a esas cabañas antes descritas durante días y confundirse así con la naturaleza donde, si bien la propiedad puede ser privada, no existe prohibición de circular por ellas. Una naturaleza a la que aman y utilizan para sus ratos de descanso.
Un país con la suficiente madurez y estabilidad política donde los votantes “pasan” de debates televisivos y caravanas electorales que aquí resultan caras, con mensajes previsibles y vacíos de contenidos. Pues bien, en Noruega, nada de esto sucede; los partidos montan casetas en las plazas y son los electores quienes se acercan a ellas para interesarse por los programas. La iniciativa pues las tienen los electores.
Noruega una nación muy distinta a la nuestra, a imitar en muchas cosas, a la que le falta y sobra luz y oscuridad. Un país que en lo climatológico me resultaría insoportable, no así el contacto con la naturaleza, pero que en el aspecto cívico y político me parece admirable. (Independientemente de la riqueza que supone tener tantísimo petróleo). Que nuestro progreso cultural, ya estamos viendo, poco tiene que ver con el económico, lo cual resulta ser un imperdonable fiasco social del que todos los gobiernos han participado y propiciado en distinta medida.
(¡¡¡Ay la cultura del esfuerzo!!!)