Y si ella…

Estela Alarcón.- Ella cuida, ella protege, ella es el paraguas frente a la lluvia, el muro de lamentaciones, el abrazo que calma, la calculadora humana. Ella dirime las cuitas, ejerce de juez y de abogada defensora. Ella debe serlo todo para todos, sostener bajo sus hombros el peso de cada día y diríase que el de los cielos. Ella siempre es la última. No puede fallar. Está obligada por ese contrato invisible y perenne que se firma con el corazón porque la razón no lo admitiría. Ese contrato que no admite fallas ni fallos, ese contrato que es a perpetuidad.

Y es que vivir, se ha convertido en un acto de valentía constante, avanzando y olvidando. Un recorrido lento en el que, sorprendida por la fiereza de una ventisca de nieve, ha ido aprendiendo de cada pisada para no hundirse en la siguiente, como si esta quisiese engullirla ante el error. Y, tras tanto tiempo intentado no fallar, no pisar el campo minado, llega la terrible pregunta que nunca quiere hacerse: ¿Yo qué?

Esa pregunta para la cual no tiene una respuesta, esa pregunta que ha ido postergando hasta que ésta se vuelve tozuda y retumba en su pecho con tal estruendo que es imposible no escucharla. ¿Yo qué? ¿Yo cuándo?

No hay respuesta, pero no hace falta. Su cuerpo es sabio y ha dejado de reprimir su ansiedad y su angustia arrastrando las lágrimas de sus ojos, que se desbordan como un torrente desbocado en busca de un cauce seguro. Comprende que, las preocupaciones y esa obligación constante de estar siempre presente la están asfixiando como un abrazo lleno de espinas. Comprende que no puede escuchar si no se escucha a sí misma. Comprende que no puede brindar una mano de apoyo si apenas puede sostenerse.

Y es que en estos momentos todo lo que puede tener por cierto confluye en la negación, en ese no instalado en lo más profundo de su ser, que se niega a ser desalojado porque no dispone de la fuerza necesaria para ello.

No puede caer, ¿quién podrá cuidarla? No se pueden invertir los papeles. Otra vez ese contrato invisible se hace presente para atormentarla, para recordarle una vez más su sempiterno compromiso.

Pero cuando el bastión ha caído no existen contratos, ni compromisos. Es el momento de apoyarse en otro hombro sin miedo, de entender que no es signo de debilidad ni egoísmo sino de necesidad.

Es preciso que otros la escuchen, mientras ella cura sus heridas. Es preciso que otros sean los que tiren de ese pesado fardo mientras ella vuelve a ser de nuevo ella. Y lo será.

A mis Cármenes, un abrazo infinito.

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