Manuel Valero.- De la huella digital que es también el rastro que se va dejando por la redes como la babosa por el mármol no se escapa nadie. Claro que unos excretan menos baba que otros, sobre todo si estos otros son representantes del pueblo como en democracia lo son de una punta a otra del arco parlamentario, guste o no.
Acabo de ver un video que resume todas la contradicciones cabalgadas por Pablo Iglesias, referencia de la nueva izquierda, que era nueva porque había surgido del movimiento 14-M, pero vieja en cuanto raspabas un poco basada en los mismos fundamentos marxistas de la vieja izquierda antifranquista hasta que una buena parte de ella se hizo socialdemócrata tras abjurar de Marx. Pues bien, lo mínimo y por eso principal en un líder es la coherencia. En cualquier aspecto de la vida. El líder es seguido por su ejemplaridad y coherencia y aborrecido o sustituido cuando, por ejemplo, en una caminata por el campo el líder anima a compartir el bocata pero él se oculta tras una roca para ponerse del color de las moras maduras.
Lo último, que Pablo Iglesias e Irene Montero han llevado a sus hijos a un selecto colegio privado. Nada que objetar sino fuera, ay, por el rastro de declaraciones acusativas contra la enseñanza privada, expuestas con una contundencia sin fisuras. Afirmaba Iglesias junior que sus hijos serían educados en colegio públicos como hacen casi todos los españoles, excepto aquellos cuyos padres no quieren que sus retoños se contaminen con la presencia de inmigrantes del sur y de la otra parte del océano o de los alumnos de las clases medias y bajas. Se podría asumir tamaña contradicción, para la que hace falta un buen alazán sobre el que cabalgarla, si el padre corporal (por no decir espiritual) hubiese expuesto con todo el énfasis la defensa de una buena escuela pública sin el anatema contra la privada o concertada. DE modo que cuanto más se desata un líder contra algo más se ata a la inevitable y exigible coherencia.
La cosa ya viene de lejos. Desde el piso de Vallecas a la villa de Galapagar. En algunas conversaciones sobre el particular no faltaba quien argüía que el hecho de ser de izquierdas no era incompatible con vivir donde se quiera. Y remataba con una frase de demagogia de libro: ¿Va a vivir debajo de un puente?
Es normal que un miembro del gobierno habite una casa o un piso de acuerdo a la responsabilidad que tiene y por la seguridad a la que obliga. No es eso. Es la imposibilidad de encajar lo que predicaba, no una vez, muchas, y con todo el énfasis del mundo, con el acento más sonoro, con la convicción más absoluta, encajar, digo, en la realidad implacable que se impone con toda crudeza cuando cambia el escenario. No es lo mismo un ciudadano de a pie, anónimo, que todo un vicepresidente del Gobierno. Pero de Vallecas a Galapagar hay toda una gama de calidades y muy buenas y encajables en la coherencia.
Quien más vocifera más se obliga, a más contundencia en sus aseveraciones más se amarra el líder a actuar según su palabra, más sujeto está a las tentaciones de la dolce vita que desmorona su discurso. Más le hubiera valido emular a Ulises que no quiso perderse el seductor y voluptuoso canto de las sirenas pero bien sujeto al mástil de su embarcación para no ir tras ellas.
Tanto en la prodigiosa mutación doméstica como en la elección de la excelencia de la escuela privada, tantas veces atacada por selecta, xenófoba y elitista de uniforme monjiles y de trajes a lo british, hay tal contradicción que es imposible la cabalgadura por más experto que sea el jinete y por más pura sangre que sea el corcel.
Se trata de la coherencia, de ajustar la ejemplaridad del líder a lo que pregona para los otros. No se puede aleccionar desde una izquierda radical cuando el ejemplo de quien adoctrina hace volar la coherencia tan violentamente que es imposible encontrar un solo fragmento. Me vienen a la memoria dos personajes históricos, Che Guevara y Sadam Hussein. Uno murió al pie del cañón rodeado de soldados en un casucho cuando abandonó Cuba para levantar toda América Latina contra el Tío Sam, y el otro, capturado escondido en un agujero como una rata.
La coherencia es el valor, la condición irrenunciable de todo líder, y luego la verdad y el ejemplo moral. Esas menudencias que hay que buscar con lupa como hacía Diógenes con su lámpara encendida: busco a un hombre. Nosotros, los de la masa masiva e incontable solo exigimos coherencia, quizá porque estamos hartos de vividores altivos e ilustrados. Solo por eso.