Miedo

Estela Alarcón.- Hay momentos en la vida en los que sentimos miedo. A dar los pasos necesarios, a dejar aquello que no nos llena, que nos comienza a doler como un roce en el zapato.

Al principio es simplemente una molestia llevadera por la cual apenas nos interesamos, pero el paso del tiempo la convierte, poco a poco, en una herida que, a medida que el tiempo transcurre se hace más y más profunda y se transforma en un calvario. Para entonces la costumbre y la desazón se han instalado ya en nuestro interior como un árbol de raíces profundas. Y seguimos agazapados, silenciando el dolor porque el zapato es un regalo, o es bonito, o nos trae recuerdos de otras épocas, sin entender que ya no forma parte de lo que somos porque hemos cambiado, porque el dolor que produce ya no es necesario aguantarlo más a pesar de todos los condicionantes que nos imponemos.

Tras ese primer paso llegan más y un día descubrimos que ha dejado de gustarnos esa música que sonaba sin descanso en cualquier momento, que detestamos vestirnos con prendas oscuras, que estamos perdiendo la posibilidad de elegir mil colores que nos esperan con los brazos abiertos. El perfume que usamos se vuelve pesado y nos provoca dolor de cabeza, quizá sería mejor comprar un agua de colonia. Todo se vuelve más simple y más claro. Respiramos de otra manera. Sabemos lo que queremos y lo que no soportamos. Y se produce algo sorprendente. Dejamos de tener miedo. Ese miedo atávico que nos ha perseguido toda nuestra vida y que nos ha condicionado en cada decisión se ha esfumado como por arte de magia porque hemos descubierto su talón de Aquiles.

Esa seguridad que hemos adquirido no es flor de un día. Se ha forjado a base de muchos, de ensayo y error, de llegar a la conclusión de que la vida no se puede acotar con parámetros dictados por el miedo porque deja de ser vida y se transforma en algo que no tiene nada que ver.

Esa claridad de ideas que deviene con los años y la experiencia supone una liberación, un pesado fardo que dejamos de cargar y que intentamos, quizá de forma inútil, evitar que carguen otros más jóvenes, sin entender que lo que somos, el yo que hemos creado comenzó sintiendo un roce en el zapato.

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