“Las cosas no valen por el tiempo que duran,
sino por las huellas que dejan”
PROVERBIO ÁRABE
Cuando se cumple el centenario del desembarco de Alhucemas he recordado un viaje que hicimos a la zona del Rif en el año 2017. Llegamos a Melilla donde estábamos invitados por la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada para participar en los cursos de verano de aquella ciudad. La curiosidad por conocer toda esta zona nos hizo cruzar la frontera dos veces durante nuestra estancia.
Un día nos fuimos a Nador. Y la visita, pese a los lentos y engorrosos trámites que tuvimos para cruzar la frontera, mereció la pena. Vimos con nuestros propios ojos lo que se decía en aquel tiempo. El salto de renta que había en la frontera hispano-marroquí —es decir, entre Europa y África—, que era quince veces superior en nuestro país. El aspecto famélico de gran parte de su población delataba una economía de subsistencia.
En la plaza principal de la ciudad había un “zoco” que ocupaba todo el espacio y en el que se podían adquirir todo tipo de productos. Al verlo me recordó el Rastro madrileño cuando lo visité en los años “60”. Luego vimos bazares alrededor de la plaza y en la calle principal. Los artesanos de marroquinería, de dulces o de especias, entre otros gremios, pugnaban por atraer a los turistas a sus comercios.
Después de comer continuamos paseando por sus calles, por el paseo marítimo y por el antiguo club náutico. Luego seguimos con el pintoresco ritual del regateo en los bazares de la ciudad cuando quisimos adquirir alguna cosilla. La vuelta fue más tranquila, pero el contraste entre el país alauita y el nuestro parecía haberse agrandado.
Melilla es una ciudad atractiva que tiene su encanto entre africano y europeo. Sin olvidar su condición de plaza de soberanía española. Entre los muchos monumentos nos sorprendió una estatua a Cervantes y don Quijote que dan fe de su españolidad y del apoyo a nuestro idioma. Junto a un moderno Monumento a las Cuatro Culturas, aparecen otros a los Héroes de España, a la Legión o la estatua al Soldado de Reemplazo.
Cuando terminamos nuestra intervención en el foro universitario iniciamos un viaje por el oeste del Rif. En esas fechas se conmemoraba el conocido como desastre de Annual de nuestras tropas, —que se produjo a finales de julio de 1921—, en el que los rifeños obtuvieron una importante victoria militar sobre las tropas españolas. Se querían visitar los lugares en los que se libró aquella batalla.
Íbamos en varios vehículos “todoterreno” en una comitiva formada por unas catorce personas, entre participantes, conductores y dos guías expertos en lo que fue el protectorado español. Uno de ellos era un profesor de Historia y el otro era un coronel retirado que había servido en la Legión. Sus conocimientos sobre lo ocurrido en 1921 eran solventes y apasionados, sobre todo los del militar en la reserva.
Hablaba de la cresta de montaña desde donde se controlaba la posición del enemigo; de la espera de los rifeños escondidos durante días para atacar por la espalda a los españoles; o de la aguada y del peligro de aprovisionarse de agua por las posibles emboscadas. Recordé lo que contaba Ramón J. Sender en “Imán”, sobre cómo las mujeres rifeñas remataban con crueldad a los soldados españoles heridos en la batalla.
A veces notábamos que había individuos que se nos aproximaban cuando estábamos cerca de las poblaciones. Y en ocasiones parecían seguirnos varios vehículos tan potentes como los que llevábamos nosotros. Algunos pensamos que serían marroquíes que, con muy poca discreción, vigilaban nuestro viaje. El coronel nos dijo que a lo mejor nos perseguían por un incidente que ocurrió hacía algunos años.
Nos contó que una expedición española que visitaba aquellos lugares iba acompañada por un sacerdote. En el lugar de la derrota de las tropas hispanas se puso los hábitos propios para los actos religiosos y dijo una misa por el alma de los que allí habían caído. Aquello provocó una queja formal del gobierno marroquí al español. Y a partir de entonces dejaron de hacerse este tipo de actos religiosos.
Tras la comida continuamos viaje por los secarrales que nos ofrecían las tierras rifeñas. Cuando llegamos a Alhucemas el coronel del Tercio nos habló del éxito, en 1925, del desembarco de las tropas españolas en aquella plaza. Esa victoria estabilizaría el protectorado español en Marruecos después de la cruel derrota de 1921. Caería derrotado quien infligió aquella humillación, el político y militar rifeño, Abd el-Krim.
Aunque aquel guía estaba preocupado. Él sentía que no tenía mucho tiempo y creía que iba a ser el último militar que acompañara a los españoles para visitar aquellos lugares. Tenía la sensación de ser seguido por gente de aquellas tierras con la intención de adquirir sus conocimientos de oídas para copiarlo y suplantarlo en su trabajo.
Pero esa no sería una tarea fácil y, seguramente, nuestro legionario no tenía motivos para preocuparse.