Por José Belló Aliaga
En el Museo Lázaro Galdiano, con más de 60 obras distribuidas por el pórtico, galería y sala de Arte Invitado, “Estado fotográfico” es el resultado de décadas de trabajo explorando la vulnerabilidad humana y la vida cotidiana sin que las imágenes se conviertan en denuncia explícita. Muchas de ellas fueron realizadas en Chile, durante la dictadura de Pinochet. También se podrán contemplar algunas fotografías en torno a la temática del erotismo, tan presente en su obra.





















Exposición “Estado fotográfico” de Julia Toro una de las figuras fundamentales de la fotografía chilena, en el Museo Lázaro Galdiano
La exposición
(Madrid, 21 de julio de 2025). “Empecé a tomar fotos por intuición. Descubrí que el mundo que me rodeaba era bello y esa belleza la podía retener con un disparo a través del rectángulo. Me enamoré de todo”, recuerda Julia Toro (Talca, 1933), una de las figuras más destacadas de la fotografía chilena contemporánea. En blanco y negro, su obra, en la que florece milagrosamente lo universal, llega por primera vez a nuestro país, con el privilegio de ser admirada en el Museo Lázaro Galdiano desde el 11 de septiembre hasta el 9 de noviembre.
Una exposición que recorre buena parte de su trayectoria y que, gracias a la colaboración de las secretarías de Artes de la Visualidad y de Economía Creativa, Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio del Estado de Chile, la Embajada de Chile en España y la División de las Culturas, las Artes, el Patrimonio y Diplomacia Pública (DIRAC) del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, forma parte de la programación de PHotoESPAÑA, donde en esta edición Chile es el país invitado.
Más de 60 imágenes
“Estado fotográfico” se compone de más de 60 imágenes distribuidas por el pórtico, galería y sala Arte Invitado del Museo. Como si estuviesen guiadas por el asombro, el calor o la sencillez, en ellas la autora aborda temáticas que se deslizan entre el dolor, la ausencia, la memoria, la fragilidad humana, el amor o la vida en el barrio, compaginadas con imágenes de una hija, un poeta, un travesti… Los detalles expresivos de instantes cotidianos cobran relevancia: unos tacones capturados en su ondulación caprichosa, una pierna desnuda a medio entrar en una bañera, una pipa a punto de largar su humo, en detrimento de las representaciones de conjunto y la nitidez de las formas. Fotografías, algunas realizadas en Chile durante la dictadura de Pinochet, que reflejan la vida en un país silenciado, donde, a pesar de todo, se mantuvieron las reuniones con los amigos, los almuerzos en familia, los paseos por el parque los domingos, los recitales de poesía, las risas y el afecto. Pero también los sentimientos de temor al oscurecer.
En atmósferas a menudo melancólicas e introspectivas, por los ojos de Toro han pasado viajeros de trenes, monjas en un convento de clausura, transeúntes de las calles de Santiago, obreros, visitantes de bares o personajes destacados de la cultura. También muchos se han desnudado ante su cámara, por lo que la temática del erotismo ha estado presente en su obra, siendo una de las pocas fotógrafas que ha cultivado el desnudo masculino. Uno de los que mejor ha descrito esa particularidad carnal de la fotógrafa es el poeta Claudio Bertoni, candidato al Premio Nacional de Literatura: «Las fotografías de Julia me gustan porque hay sexo y pasión y dormitorios y manchas de hombres y mujeres por todas partes (…) porque nunca es cruel, porque siempre está enamorada de lo que fotografía, porque no se burla nunca de nadie, no expone, no delata, no se aprovecha, no es nunca desconsiderada con nadie».
Libre de estrategias y concesiones, Julia Toro documenta esta cotidianidad sin pudor, con elegancia y cariño, sin que su presencia perturbe los acontecimientos que terminan cristalizados en sus fotografías. Y es precisamente gracias a esa mirada circunspecta y furtiva que su universo de imágenes termina resultando íntimo y a la vez un testimonio colectivo. La proximidad del objetivo fotográfico delata el vínculo emocional con el sujeto de la representación, el efecto borroso de la imagen, la urgencia del gesto. “Sus imágenes son el resultado de un estilo que explora la vulnerabilidad humana y la vida familiar sin recurrir a la denuncia explícita”, afirma el comisario de esta exposición, Rodrigo Gómez Rovira.
“Estado fotográfico” no es, así, una retrospectiva, sino la memoria de una vida que presenta un punto de vista sobre las relaciones humanas. “El estado fotográfico activa la mirada, es un modo de hacer que va más allá de la fotografía, y que también atraviesa la escritura, el dibujo y la pintura”, como la propia autora admite: “Es una manera de explicar lo que siento cuando tomo la cámara -o incluso sin ella-, una forma de observar la realidad que me rodea y experimentar la existencia”.
El ojo cautivado de Julia Toro
Hija de un odontólogo y de una pianista, Julia Toro Donoso vivió desde los tres años en la casa acomodada de sus abuelos en Santiago, donde bebió del mundo de la cultura -entre sus primos, se encuentra el escritor José Donoso (1924-1996)-. Tras terminar el colegio, se casó a los 19 años con un compañero de clase, Patrick Garreud, y nacieron Patrick, Julia y Bernardita. Mientras ejercía como profesora de inglés, estudió dibujo y pintura con Adolfo Couve, Carmen Silva y Thomas Daskam. Pero fue la fotografía la que le robó la vida, y ese oficio llegó a través de un corazón enamorado. Tras separarse de Patrick Garreud, conoció a Jaime Goycolea, un reconocido fotógrafo que fue su pareja durante 17 años y se convirtió en el padre de su cuarto hijo, Mateo.
Conoció la fotografía casi a sus cuarenta años. “Antes no sabía nada de este arte, ni de sus grandes maestros, ni de su fascinante historia”, admite. “Recuerdo con claridad el día en el que tomé la cámara fotográfica por primera vez. Mi hija Julia estaba embarazada y se sacaba delicadamente una blusa extendiendo sus brazos hacia el cielo, como una escultura primitiva, como una Venus. Cuando vi aquella escena, corrí donde Jaime (Goycolea) y le dije: ‘Ven a tomar esta foto’. Pero él me pasó la cámara y fue como si me hubiese ungido con ella. Disparé y nunca más la solté. La cámara pasó a ser un apéndice de mí. Donde iba, sacaba fotos. Descubrí una forma de mirar que me identificaba. Mis fotografías son lo que es mi vida”, señala.
En las décadas siguientes se transformó en una de las fotógrafas más relevantes de Chile. Sus imágenes de la Iglesia de la Mercedes llamaron la atención en 1976, y Julia Toro se fue abriendo paso con sus fotos en blanco y negro que capturaban la esencia de la vida de todos los días: las ollas de la cocina, sus cuatros hijos, el hombre al que amó. Como avezada retratista de la intimidad, esas “fotitos”, como ella las llama, son fruto de una cuidada mirada hacia la dinámica de lo familiar y lo cotidiano que destacan por su naturalidad.
También ha sido el ojo testimonial de la transformación de la ciudad de Santiago en el tiempo, ha mostrado el color local y “esas imágenes que se conectan en cierta forma con el tópico literario ‘menosprecio de corte y alabanza de aldea’”, según dice. “Tengo interés por inventar la vida cotidiana y la proximidad con las cosas. Como dicen los espejos retrovisores: ‘Los objetos están más cerca de lo que aparentan’”, cuenta.
Testigo de la bohemia y de la resistencia cultural en plena dictadura militar, fotografió a los personajes más destacados del movimiento artístico de los 80, con retratos memorables y performances: los escritores Diamela Eltit y Pedro Lemebel, los poetas Raúl Zurita y Jorge Teillier, la ensayista Nelly Richard o los artistas visuales Carlos Leppe y Juan Dávila, entre otros.
Para seguir viva
Inició la década de los 90 con la exposición “Historia de un niño chileno”, un repaso a la vida de su hijo menor, del cual registra su crecimiento desde su nacimiento hasta los 17 años, coincidente con el inicio y término de la dictadura cívico-militar chilena. Después vendrían “Qué ves cuando me ves”; “Imágenes”, “Los recuerdos… se han fatigado de seguirme”; “Memorabilia 1973 – 2003”; “Hombres x Julia Toro”; Erótica”; “Casa”; “Estética de la Nada” o “Julia Toro. Desde la mirada al encuadre”.
Galardonada con numerosos premios -Premio Antonio Quintana a la Trayectoria en Fotografía 2023, otorgado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, o el Premio Plagio a la Creatividad Artística 2024, entre tantos otros-, es autora de libros de fotografía como Amor x Chile (Ocho libros, 2011) e Hijos (La visita, 2018). Además, la escritura de diarios personales le ha acompañado durante largas temporadas, y en 2022 publicó Diarios (Lumen), una compilación de sus textos elaborados entre 1983 y 2019.
Con más de 90 años, Julia Toro continúa cultivando la fuerza creadora que imprime a sus imágenes, retratando lo que la vida le propone, los encuentros, las injusticias, las sorpresas, las alegrías. “La vida está llena de fotos. Si uno agudiza el ojo y pone atención, el ojo encuadra y recorta lo que te rodea. La fotografía es una pasión, un ojo salvaje que sale a disparar a su presa”, afirma quien aún siente “campanadas en el corazón” cuando saca su cámara. “Sigo haciéndolas porque quiero seguir viva”, confiesa.
José Belló Aliaga