Antonio González Villén, persona, sacerdote y amigo

Eduardo Muñoz Martínez.- El pasado día 24 de este mes de septiembre, – cumplidas casi las 8 décadas de vida -, regresaba a la Casa del Padre el sacerdote Antonio Gonzalez Villén, que había nacido en la «Ciudad de la Mezquita», en Córdoba, en 1945, y que tras ingresar en el Seminario de Ciudad Real, – que aún no era diocesano -, en 1956, con 11 años de edad, era ordenado en 1968, siendo Obispo Prior Juan Hervás y Benet, y Rector de dicho centro Isaac Zudaire.

Licenciado en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, fue Antonio Director Espiritual del Seminario Menor, – por entonces tuve la suerte de conocerle -, entre 1969 y 1972; Prefecto de Disciplina del Seminario; Consiliario del movimiento Junior de Acción Católica; Consiliario del Juman Club; Capellán del Colegio de San José, de nuestra capital; Cura Ecónomo y Párroco de la de Villarrubia de los Ojos, durante casi 30 años; Párroco de San Pablo, de Ciudad Real; Arcipreste de Mancha Oeste; Profesor del Seminario Diocesano; Consiliario de la Asociación de la Medalla Milagrosa, y Canónigo de nuestra Santa Iglesia Catedral Basílica.

Prolíficos fueron, sin lugar a dudas, los casi 60 años, – 57 exactamente -, de su vida presbiteral. Cómo persona, hay que decir que ha dejado una profunda huella: cercano, amable, humano, comprometido, responsable…, que lo hacen inolvidable para quienes lo hemos conocido. Un hombre que nos obliga, al recordarle, a pensar en Santo Tomás de Villanueva, por el concepto que tuvo siempre de la caridad para con los demás y el ejercicio, – si aquí se me permite el uso de tal término lingüístico -, que de ella hizo…, !y no digamos nada de su sentido de la amistad desbordada!

Quiero, para terminar, traer a la «palestra» algunos recuerdos, Antonio, que me vienen ahora a la memoria, como cuando mi hermana, que en paz descanse, me mandó a pedirte una copia de una homilía tuya en uno de los días del Triduo Pascual de hace ya algunos años, y me la diste, sí, al tiempo que comentábamos la cortedad de ella, o tu arte para hacer limoná en un ya lejano «Día de la Filosofía», que al final fue todo un fin de semana…, etcétera. Lo dicho, Antonio, sacerdote, persona y amigo del todo inolvidable. ¡Hasta siempre!

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