Fermín Gassol Peco.– La parábola evangélica del fariseo y publicano nos relata la actitud del primero cuando rezaba, dando gracias a Dios por lo bueno que era y lo bien que hacía todo. Además, se congratulaba de no ser como el publicano. «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano”.
Esta parábola se ha hecho presente en muchos momentos de la historia política mundial. Líderes que se consideraban y así los veía el pueblo, portadores de la pureza y decencia pública, salvadores que prometían el cielo…y los únicos que lo acababan tocando eran ellos, podridos de riqueza. Omito nombres, pero la galería de todos ellos, muertos o vivos, figura en numerosos tratados y listas de millonarios. Desde dictadores de extrema derecha…hasta la más ultra izquierda.
Porque causa estupor y vergüenza ajena, oír de los responsables políticos lo bien que lo están haciendo; la perfección en todas sus acciones, sin errores, como si un manto de pureza política y moral cubriera todo lo que dicen y hacen. Sin lugar a reconocer equivocaciones, culpando al rival político de todos los fracasos, el fariseísmo político alcanza en esta hora cotas en no pocos casos dimensiones ridículas, solamente soportadas y admitidas desde el interés, la visceralidad o la necedad de quienes se creen todo lo proclamado sin el más mínimo pudor.
Sobran fariseos y faltan republicanos en política. Sobran soberbios y faltan humildes, capaces de reconocer las carencias y errores. Quién sabe si, además, políticamente les sería más rentable.
Creo que si algo deberíamos aprender de todo esto, nosotros civilizados ciudadanos del siglo XXI, es que los fariseos son los peores enemigos, no sólo de los publicanos que existen en toda democracia, sino de ella misma. Se aprovechan de los errores, imperfecciones y abusos que en su ejercicio se cometen…no para mejorarla, sino que, erigiéndose en puros y castos…intentar implantar sus ideas populistas, perfectamente dialécticas, en una sociedad sin libertades individuales.
Y ahí debería estar la madurez de una sociedad, no eliminando el único sistema justo que es el de las libertades democráticas, sino haciéndola mucho más decente y fiable. La libertad…siempre la libertad…sin ella, nada es legítimo ni veraz.





