El Drogas en Malagón: Un Halloween de Rock y Verdad

Julián García Gallego.- Ayer, en la discoteca HC de Malagón, viví un concierto imposible de atrapar con palabras. Porque hay noches en las que la música trasciende el sonido y se convierte en piel, en emoción pura, en algo que solo el alma sabe traducir. Y esta fue una de esas noches.

Muchos años llevaba tras la pista de aquel que, allá por los 80, con Barricada, hacía que los altavoces de mi vieja cadena reventaran con riffs que iban directos al pecho. Canciones que encendían la sangre y me enseñaron que el rock no se escucha: se siente, se suda y se vive.

Anoche, por fin, volví a encontrarme cara a cara con ese personaje único, descarado, auténtico, que no necesita artificios para dejarte sin aliento: Enrique Villarreal, El Drogas.

Y qué decir…

Subió al escenario con la misma fuerza de siempre —quizás incluso con más—, con el poder que da cantar lo que se piensa y sentir lo que se canta. Desde el primer acorde, la sala se encendió como una hoguera. Su voz, áspera y nítida, reventó los muros de la HC y convirtió una pequeña discoteca en un estadio desbordante de energía.

Durante más de dos horas y media (que se hicieron cortas), fuimos testigos de una masterclass de autenticidad.

El Drogas no solo interpretó canciones: las habitó, las sudó, las convirtió en memoria viva. Nos recordó que el rock no está en los grandes escenarios, sino en la verdad que sale del bajo, de la batería, de una guitarra y de una garganta que no sabe mentir.

A su lado, tres músicos que son más que acompañantes: Nahia Ojeta, Txus Maraví y Eugenio Aristu “El Flako”. Tres almas que dominan el escenario como si hubieran aprendido a gatear entre cables y amplificadores. Cada nota, cada golpe, cada mirada entre ellos construía un muro sonoro perfecto, un cóctel donde cada ingrediente se fundía sin perder su esencia.

El repertorio fue un viaje entre tiempos.

Clásicos inmortales como “La silla eléctrica”, “Ocupación”, “No hay tregua”, “Balas blancas”, “Empujo pa quí”, “Todos mirando”, “No sé qué hacer contigo”, “Animal caliente”… sonaron con la misma rabia y frescura de antaño. Y entre ellos, nuevos temas que nos atraparon, como si siempre hubieran estado ahí, esperando su momento.

“Nos veremos si vosotros queréis —dijo él—. Si no, será culpa nuestra.”
Y en ese instante, supe que volvería.

El Drogas demostró, una vez más, que no solo es un músico: es un poeta del ruido, un caballero del rock, un testigo del tiempo que canta lo que otros callan. Temas como “Frío”, “Los maestros”, “Esta noche” o “Azulejo frío” cerraron un círculo perfecto, entre emoción, nostalgia y rebeldía.

Y mientras los últimos acordes aún vibraban en el aire, pensé en lo cerca que estuve de quedarme en casa, rendido al confortable sofá y a la rutina del descanso fácil. De haberlo hecho, jamás hubiera recuperado este momento. Porque hay decisiones pequeñas que salvan el alma, y anoche elegí bien: elegí vivir.

El 31 de octubre de 2025, noche de Halloween, no hubo disfraces ni máscaras. Solo rock, verdad y piel.

Una noche que se quedará tatuada, como una calcomanía sonora, entre el ayer y el ahora.

Y que ojalá no se borre nunca.

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