Por José Belló Aliaga
Juan Muñoz (1953–2001), uno de los artistas españoles más influyentes del arte contemporáneo, ‘regresa’ al Museo Nacional del Prado, lugar de inspiración que visitaba con frecuencia. En su obra se aprecia una relación conceptual persistente con el arte y la arquitectura renacentista y barroca en su manera de abordar la perspectiva, la composición y la puesta en escena.

























Comisariada por Vicente Todolí, quien fuera director de la Tate Modern (2003-2010), la exposición reúne -hasta el 8 de marzo de 2026 en las salas C y D del edificio Jerónimos y diferentes espacios del edificio Villanueva- instalaciones, esculturas, libros personales, gabinetes con pequeñas figuras, dibujos y grabados que revelan la profunda conexión que el artista mantuvo con los grandes maestros del Prado, como Velázquez y Goya, y con las tradiciones del Renacimiento, el Manierismo y el Barroco. A ese conjunto de obras se añaden las que el Prado ha permitido que salgan de esas salas de exposiciones temporales y se desarrollen más vivamente en algunas de la exposición permanente (sala 12/Velázquez y sala 28/Rubens), y en espacios como la escalera sur próxima a la entrada de Murillo o en la explanada de la puerta de Goya. La muestra cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de Madrid, a través de su Área de Cultura, Turismo y Deporte.
Con obras emblemáticas como The Prompter, Conversation Piece oThe Nature of Visual Illusion, el recorrido propone una experiencia en la que el visitante se enfrenta a figuras silenciosas que parecen observarle desde un universo suspendido entre la ilusión y la realidad.
Recorrido
La exposición “Juan Muñoz. Historias de Arte” propone un recorrido por la obra de uno de los escultores más singulares del arte contemporáneo, cuya práctica estuvo marcada por el ilusionismo, la teatralidad y la arquitectura como espacio de ficción. Influenciado por Borromini, Bernini, Velázquez y Goya, entre otros, Muñoz creó escenarios donde el espectador se convierte en actor, testigo y protagonista de escenas cargadas de tensión psicológica y misterio.
Recorrido por la exposición “Juan Muñoz. Historias de arte”, en el Museo Nacional del Prado
Nacido en 1953 en Madrid, donde siempre mantuvo su estudio, Juan Muñoz es inseparable de su ciudad y, dentro de ella, del Museo del Prado, que visitó toda su vida y fue una fuente constante de inspiración. Esta exposición revela la conexión entre un artista contemporáneo y la historia del arte, que Muñoz estudió con pasión y de manera desjerarquizada desde joven. Sus visitas al Prado lo convirtieron en admirador de los grandes maestros, cuyas lecciones mezcló con irreverencia, afirmando: «Puedo tomar de los artistas anteriores lo que quiera y lo que necesite… No tengo ningún problema en reconocer que la Dama de Baza es tan importante para mi obra como un tubo de neón: de la historia del arte robo todo lo que puedo».
Escultor alimentado conceptualmente por la pintura, Muñoz confesó su intención de que su obra conservara los elementos ilusionistas de esta. De los artistas del Renacimiento adoptó una de sus principales preocupaciones: cómo situar al espectador en relación con la totalidad de la obra, «en relación con el momento de la creación del maravillarse». Inspirado especialmente en el Manierismo y el Barroco, experimentó con la distorsión de las formas, la manipulación del espacio y la tensión entre espectador y objeto. Aprendió de Borromini y Bernini a concebir la arquitectura como un marco teatral, capaz de provocar tanto la creencia como la desorientación: «Creo que a los grandes artistas del Barroco se les pedía lo mismo que a los artistas modernos: construir un lugar ficticio. Hacer el mundo más grande de lo que es».
Enigmáticas figuras a escala humana abundan en su obra, dispuestas en relación unas con otras en escenarios íntimos o deambulando en grupos. El espectador las encuentra congeladas en actos misteriosos o con la boca entreabierta, como si se hubieran quedado mudas a mitad de una frase. Los avatares de Muñoz evocan la escultura griega clásica a la vez que dialogan con los textos absurdistas y existencialistas de Borges y Beckett.
A mediados de los años ochenta del siglo XX comenzó a incorporar suelos ópticos en sus instalaciones, evocando los de Borromini, pero también estructuras minimalistas a la manera de Carl Andre, concebidas para ser recorridas. Continuó utilizando la arquitectura como parte integral de su obra, creando entornos dramáticos que envuelven al espectador. Obras como The Prompter o The Nature of Visual Illusion aluden a los dispositivos teatrales del Barroco, convirtiendo al visitante en actor y testigo a la vez.
Otro motivo recurrente en su trabajo son los balcones, que remiten tanto a los de Manet y Goya como a los de hierro forjado de las calles madrileñas. Para Muñoz, el balcón era «una metáfora de mirar aquello que te mira», un escenario de observación recíproca.
Influenciadas por Giacometti, las Conversation Pieces que desarrolló a lo largo de su carrera fueron concebidas de forma no naturalista, despojadas de asociaciones reconocibles para construir escenas de intensa carga psicológica. Iniciados en 1991, estos grupos de figuras de rostros idénticos y gestos individuales parecen conversar entre sí e invitar al espectador a formar parte de la escena, pero terminan rechazando su entrada y obligándolo a sentir su propia presencia en el espacio.
Los ecos de Velázquez y Goya resuenan en toda su obra, desde los espejos que implican al espectador —como en Five Seated Figures, evocando Las meninas— hasta las escenas de absurdo silencioso que recuerdan los Caprichos o los Desastres, dramatizando esa fina línea entre la risa y el sufrimiento que tanto fascinó a Muñoz y que aprendió de Goya.
A pesar de su profundo compromiso con la historia del arte, Muñoz fue un innovador que trascendió la estética de su tiempo. Creador de esculturas, instalaciones, dibujos, escritos y obras sonoras, se consideraba un narrador cuyas historias nos piden suspender nuestra incredulidad y adentrarnos en su ilusionismo barroco.
José Belló Aliaga
Pie de foto
Foto 1: De izquierda a derecha: Miguel Falomir, Director del Museo Nacional del Prado; Marta Rivera de la Cruz Concejala de Cultura del Ayuntamiento de Madrid; Vicente Todolí, comisario de la exposición, Javier Solana Presidente del Real Patronato del Museo Nacional del Prado; Alfonso Palacio, Director Adjunto de Conservación e Investigación del Museo Nacional del Prado y Marina Chinchilla, Directora Adjunta de Administración del Museo Nacional del Prado.









