El teatro de la financiación: Montero en escena y Page entre bambalinas

Joaquín G. Cuevas Holgado.- Resulta curioso por emplear un adjetivo amable observar cómo la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, continúa interpretando su papel estelar en el siempre complejo drama de la financiación autonómica. Un papel en el que, por momentos, parece confundirse con la directora de la obra, la actriz principal e incluso el público que aplaude, todo a la vez. Su puesta en escena, marcada por una soberbia que no necesita iluminación adicional, convierte cada comparecencia en un número donde la protagonista no dialoga: declama.

El reciente episodio de la condonación de deuda a Cataluña es, sin duda, el acto central de este espectáculo. Una decisión justificada por el Gobierno como un avance estructural, pero que para muchos presidentes autonómicos no deja de ser un gesto de gratificación hacia aquellos socios parlamentarios a los que es preciso mantener satisfechos para asegurar la estabilidad política. Es decir: una reforma equitativa… siempre que uno resida en el código postal adecuado.

Montero, fiel a su personaje, despliega un discurso en el que la palabra “igualdad” aparece con más frecuencia de la que recomendaría un espectador prudente, pero nunca en la escena donde realmente resulta necesaria. Y cuando se le cuestiona la oportunidad de la medida, la ministra responde con el mismo tono con el que se explicaría a un niño que el sol sale por el este: condescendencia incluida. La soberbia se convierte así en una constante, como representación escénica que permanece incluso cuando ya no cumple ninguna función.

Pero no termina ahí la cuestión. La ministra, dotada de un celo admirable para identificar corrupciones pasadas, ajenas o ya prescritas, demuestra una habilidad singular para perder de vista las que afectan a su propio entorno político. Es una especie de miopía selectiva que solo afecta a ciertas direcciones de su campo visual. El espectador, eso sí, queda fascinado por su capacidad para desviar el foco, igual que un ilusionista profesional: ahora ves la corrupción… ahora ya no.

Y qué decir de su escenografía parlamentaria. El aplauso entregado, el meñique alzado, la sonrisa estudiada, la coreografía de gestos perfectamente milimetrados hacia el presidente Sánchez. Si uno no supiera que está viendo un pleno del Congreso, podría pensar que presencia una gala de homenaje. La ministra no solo aplaude: dirige el aplauso. Un espectáculo dentro del espectáculo.

Sin embargo, sería injusto abandonar el escenario sin mencionar a una figura secundaria que, aun sin aspirar al protagonismo, merece también su análisis: el presidente castellanomanchego, Emiliano García-Page. Su posición es, cuando menos, pintoresca. Critica a su propio partido con frases medidas, atinadas y, en ocasiones, refrescantes; pero siempre se detiene un paso antes de llegar a
la conclusión lógica. Es un funambulista político: avanza hacia la crítica frontal, pero retrocede justo a tiempo para no romper la disciplina de escena. Lanza la piedra, sí, pero se asegura de que nadie vea la mano.

Con todo, hay que reconocerle cierto mérito: es de los pocos dentro del PSOE que, al menos, intenta verbalizar el malestar que muchos perciben. Sus palabras, aunque tímidas, se reciben como una rareza casi exótica en el panorama político actual.

Y aquí está el verdadero problema: la financiación autonómica no necesita más teatro, ni más gestos vacíos, ni más protagonistas que confunden la política con la interpretación. Necesita equidad, visión de Estado y un mínimo ejercicio de humildad institucional. Tres elementos que, hoy por hoy, parecen tan ausentes como una autocrítica sincera en la bancada del Gobierno.

Mientras tanto, la función continúa. Y las comunidades autónomas siguen esperando a que alguien abandone el escenario, deje de recitar y empiece, de una vez, a gobernar.

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