Carmen Quintanilla Barba. Presidenta nacional de AFAMMER.- 25 de noviembre, conmemoramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Una fecha para alzar la voz, para recordar a las que ya no están, pero, sobre todo, para comprometernos con las que hoy siguen sufriendo en silencio. Desde AFAMMER, esa voz nace del corazón del mundo rural, donde esta violencia adopta formas más invisibles, más silenciadas y, por ello, más letales.
Hay algo profundamente injusto en que el lugar donde una mujer vive condicione sus posibilidades de salir adelante. En nuestros pueblos, muchas mujeres siguen atrapadas en dinámicas de maltrato que se perpetúan por la distancia, el aislamiento, la falta de recursos y la presión social. La realidad de los datos nos dice que este silencio tiene consecuencias trágicas: en 2024, 48 mujeres fueron asesinadas en España por violencia machista. De ellas, 20 residían en municipios rurales. Más de un tercio del total. En estos entornos pequeños, denunciar no siempre es una opción fácil. Todo el mundo se conoce, pesa demasiado el qué dirán y muchas veces no hay recursos ni apoyos reales cerca. Por eso, tantas mujeres se quedan dentro del círculo de violencia en el que se encuentran.
Solo 15 de las víctimas asesinadas en 2024 habían presentado denuncia. Una cifra que habla del miedo, de la dependencia económica o emocional, del entorno y de las barreras estructurales que muchas mujeres siguen enfrentando. Barreras que se agravan cuando, además, el centro de salud o el juzgado están a decenas de kilómetros de distancia y no existe ni transporte público ni apoyo cercano.
En estos contextos, muchas mujeres optan por callar. No porque no sufran, sino porque no saben a quién acudir. Porque hablar puede suponer perderlo todo: su familia, su trabajo, su entorno. Según la última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, en municipios de menos de 2.000 habitantes, solo el 66,9 % de las víctimas verbaliza o denuncia su situación, frente al 83,3 % en las grandes ciudades. Y mientras ese silencio persista, el riesgo seguirá siendo muy alto.
La violencia de género no se limita al daño físico. También se sufre en la mente, en la economía, en las redes sociales y, por desgracia, también a través de los hijos. La violencia psicológica es una de las más devastadoras y difíciles de detectar. Cada palabra humillante, cada gesto de desprecio, cada intento de controlar, va dejando una huella que marca para siempre. A esto se suma la violencia vicaria, que en 2024 arrebató la vida a nueve niños y niñas. Hijos convertidos en instrumentos de castigo hacia sus madres.
Y en los últimos años, ha tomado fuerza una nueva forma de violencia: la digital. Un espacio sin muros ni horarios donde también se ejerce el control, el acoso, la amenaza. El mundo digital prometía conexión y empoderamiento, pero para millones de mujeres se ha convertido en un espacio de abuso.
Naciones Unidas ha alertado recientemente que la violencia digital se está intensificando, mientras el 44 % de las mujeres y niñas del mundo carecen de protección jurídica frente al abuso online. Solo en España, el 60 % de las jóvenes ha sufrido violencia sexual digital. Y muchas lo hacen en silencio, por miedo, por vergüenza o porque no saben que eso también es violencia. La educación en igualdad es la mejor herramienta para prevenir estas agresiones y desterrar comportamientos impropios desde edades tempranas, también en nuestras escuelas rurales.
Como presidenta nacional de AFAMMER, quiero volver a denunciar con firmeza que vivir en el medio rural no debe ser sinónimo de más riesgo. Reclamamos más recursos para los municipios pequeños, políticas públicas que no dejen a nadie atrás, y un compromiso real con la prevención, la detección y la protección efectiva.
Romper el silencio en el mundo rural no es solo una necesidad, es una urgencia. No podemos permitir que más mujeres sigan atrapadas por la distancia, el miedo o la soledad. Debemos llegar hasta el último rincón de cada provincia con educación, servicios y empatía. Porque una vida de maltrato, es una vida perdida.








