Fermín Gassol Peco.- De la cosa política casi siempre obtendremos fotos muy borrosas en tanto que, de su gestión, imágenes de extraordinaria nitidez.
Antes de la celebración de un evento deportivo, da igual el deporte, las expectativas, los comentarios, las suposiciones sobre cuál va a ser el desenlace abundan por doquier, que hablar y soñar es gratis; sin embargo, una vez finalizado, el resultado siempre indica el grado de acierto que encerraba todo lo opinado.
Que la política es el arte de intentar demostrar que dos y dos pueden sumar cualquier cantidad siempre que no sean cuatro, que para eso están las recurrentes e incontestables verdades matemáticas, es algo que vengo refiriendo desde hace ya tiempo, a lo que por cierto un insigne catedrático de cálculo ya me corregía entonces al decirme: sí, aunque de manera muy aleatoria.
La política actual mantiene dos características que siempre le han sido propias pero que en este siglo aparecen aún más acentuadas: la versatilidad y como consecuencia, su falta de rigor que también al revés, algo así como una versión del huevo y la gallina.
En cuanto a la primera de ellas, a su versatilidad, resulta ser hoy realmente admirable; se dice a la vez una cosa y la contraria sin empacho, se censuran cuestiones, decisiones en otros que se aplauden si son propias. Es la irrazonable subjetividad anímica y visceral mantenida a la hora de analizar los comportamientos políticos que en países mediterráneos cobra mayor intensidad, y aquí en nuestro país en concreto no digamos.
Cuántas veces hemos oído decir…voy a votar con la nariz tapada…en cuántas ocasiones se vota más en “contra de” que “convencido por”…cuántas veces se defiende o se acusa sin saber absolutamente del asunto… o se vota sin saber a quiénes ni porqué.
La política actual aquí en España es un mar proceloso y turbio donde en demasiadas ocasiones depende del color visceral con que se mira.
En cuanto a la segunda característica, su falta de rigor, lo es como consecuencia de estar basada fundamentalmente en la estética, en palabras lanzadas para resultar agradables al oído, promesas por doquier, conceptos indeterminados referidos casi siempre a futuro que suelen ser además reiterativos, recurrentes y festivos, cuando no enfrentados a la verdad.
La política se convierte así en algo tan escurridizo que resulta difícil de aprehender, valorar con posibilidad de acierto, a modo de nubes que cambian de forma a cada instante.
Pero todo esto que ya digo, se torna difícilmente evaluable tanto por la versatilidad y subjetivismo al que hacía más arriba referencia como a la indeterminación y liquidez en sus contenidos…deja de tener consistencia y credibilidad al aparecer momentos a los que hay que hacer frente no con palabras, promesas, ideologías, verborrea…sino con un trabajo técnicamente riguroso, exacto, de nivel, como el realizado en el mundo a diario por millones de personas; o sea la calidad en la gestión. Y para que la gestión sea acertada, lo que cuenta es la preparación del personal, su talla profesional, no el color de la fachada que presenta las naves u oficinas donde se realizan esos trabajos.
Que ahora mismo no es momento de la . Es en la gestión concreta de asuntos muy complicados y difíciles donde el artista en este caso la política da o no la talla. Es en la calidad de la gestión donde ahora la ciudadanía y las asociaciones especializadas están poniendo el foco y no en la ideología que defienden quienes están siendo analizados.
Michael Corleone sentenciaba en la celebérrima película El Padrino: Dinero y amistad…aceite y agua. Pues bien, en estos momentos nadie debería intentar la mezcla de pensamiento político y gestión pública, que como estos dos líquidos ambas realidades presentan estructuras moleculares muy distintas.















