José Agustín Blanco Redondo.- “Sé que me esperas, no es difícil adivinarlo. La puerta abierta, la ventana sin veladuras ni cortinas, la rama de helecho serpeando por el recodo. Y la luz, intensa, inaugural, primigenia. Solo debo subir algunos peldaños, diez, once, qué más da. Solo debo decidirme, internarme entre ese destello de cal que se agarra a los muros, asomarme tras la curva que anticipa nuestro encuentro, ahogar mi conciencia en la claridad que acarreas y quedesprendes. Sosiego, cariño, sentimiento.
Sé que me esperas, no es difícil adivinarlo. Llevas diez años con la puerta abierta, sin cortinas velando la ventana, diez años regando la maceta de ese helecho que serpea en el recodo. Llevamos una década sin vernos, sin abrazarnos, sin mirarnos a los ojos. Y por eso, madre, subo despacio las escaleras mientras escucho el crepitar de la madera bajo mis pies, y acaricio, con la yema de mis dedos, la cal que se agarra a los muros, y doblo ese recodo anegado de luz como si fuera la epifanía de un anhelo, sí, ese abrazo —lágrimas, sonrisas temblorosas y latidos apresurados— con que, de súbito y sin palabras, fundimos el tiempo en un crisol, todo el tiempo pasado, todo el tiempo que nos queda”.
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La poética del espacio es el título de la exposición que la artista Nieves López cuelga, hasta el 9 de enero de 2026, en el Centro Cultural “La Confianza” de Valdepeñas. “La poética del espacio” es una obra del filósofo francés Gastón Bachelard (1884- 1962) y Nieves López ha insertado en las paredes de la sala y entre sus fotografías sobre lienzo, varias citas contenidas en este libro publicado en 1957.
En la muestra encontramos, sobre todo, imágenes del interior de edificios deshabitados: templos, claustros, galerías, viviendas, salas de estética tenebrista y también algunas estancias iluminadas con el poder de una luz que traspasa puertas, vanos absidiales y ventanas. Pero la escalera es el símbolo que, quizá, representa la esencia de esta exposición. Peldaños que ascienden en línea recta, escalones que giran bruscamente, tramos que confluyen en vestíbulos diáfanos y que, una vez mestizados, continúan su ascenso hacia puertas de ordinario tapiadas de oscuridad. Escaleras que ascienden, desde la claridad de alcobas y salones, a las tinieblas de un desván o que descienden, tal vez, a la húmeda clausura de un sótano o de una cueva. Porque el ascenso o el descenso por esos peldaños puede significar la búsqueda de la luz o el encuentro casual con esa oscuridad telúrica de la que siempre quisiéramos alejarnos. Luis Mateo Díez(Villablino, 1942), en su magnífica novela “Días del Desván”, describe esa dependencia en la casa donde transcurrió su infancia: “Al fondo del último rellano estaba la puerta del Desván, pero la penumbra no dejaba apreciarla y lo que podía presentirse era un vacío en los límites más espesos, algo así como el vacío de la profundidad de un desfiladero o el vértigo del mayor de los precipicios”.
A menudo, en las fotografías de Nieves López encontramos la calidez de una luz de oro que bruñe bóvedas, muros, columnas, arcos, peldaños y el interior de esos vanos que parecen prodigar su misterio más íntimo: una reunión familiar, el taller de una escultora, el obrador de un artesano, el gabinete de una dama, una biblioteca vivida por alguna lectora anónima, el estudio —lámpara con tulipa de pergamino, pliegos de papel y tinta de color azul cobalto— de un escritor que se esfuerza por convertir en palabras lo que su imaginacióny su memoria le muestran. También tropezamos con una luz más natural, más cotidiana, más reconocible: la luz de un sol de primavera que se estrella contra las tablas viejas de una puerta, que resbala por las hojas de la albahaca, que alumbra el óxido en esas hojalatas que remiendan las maderas de un portillo.
La sensorialidad aletea sobre las obras expuestas: el rumor del viento, el ámbar de la alborada, el aroma del café recién hecho, el tacto de la cal en las manos, las pisadas de un visitante inesperado, el ronroneo del gato cuando te acercas, el vértigo de esa escalera endeble que asciende frente a una espiral anublada con el mismo color de la sangre arterial. Nieves López sugiere en su catálogo que recorramos la exposición como si fuera un viaje de autodescubrimiento, con sus pausas, su escucha emocional y corporal y ese diálogo entre el espacio que habitamos y que a su vez nos habita. Y así, asesorados por la intuición, sugiero que iniciemosnuestro viaje interior por esta muestra de fotografías evocadoras, colmadas, quizá, de anhelos, sueños ypromesas que se demoran en unos espacios de ficción o tal vez reales. Espacios que esperan entre la luz y la penumbra. Espacios que vertebran, mediante peldaños mejor o peor tallados, el tiempo que vivimos.














