Rotondas, mamotretos, cachivaches

Con el título abreviado de Rotondas&mamotretos, Erik Harley da salida a su tercera entrega de la colección de Pormis-huevismo. Que, a su juicio, como dice en la primera entrega de 2023, es un movimiento artístico indefinido e indefinible. Que es como titulaba el libro, con un reguero de señales posteriores que comenzaba en Alcantarillas y terminar en Zodiaco, pasando por Amiguismo, Barbaridades, Chanchullos, Cielo inmobiliario, Ecocidios, Faranduleo, Hormigón, Mamotretos –ya reseñados en primicia–, Performance, Plazas de toros, Politiqueo, Rotondas –¡cómo no! – y Urbanizaciones. Por más que las aportaciones de Harley hayan sido las de denunciar la paramera edilicia que se ha producido en España desde la inflexión del boom inmobiliario de 2008. Y del cual aún nos lamemos las heridas, como muestra la pervivencia de la SAREB, sociedad pública –con aportación de más de 20.000 millones de euros a fondo perdido, a pesar de lo afirmado por el ministro de Economía del momento, Luis de Guindos– destinada a facilitar la digestión de los activos bancarios tóxicos. Y que ahora, quieren incorporar a la recién creada sociedad pública de vivienda, denomina da Casa 47. Y es que la faja del libro dejaba ver algunos pasajes y personajes conocidos de esa tormenta que parece que aún dura: Benidorm, Marina D’Or, Ruíz Mateos, Santiago Calatrava, Jesús Gil, Torres del Colón, Balenciaga.

Con posterioridad, a final de ese mismo año 2023, Harley nos regaló con una suerte de guía secreta de la codicia inmobiliaria de la pretendida artisticidad imparable e impagable –nunca mejor dicho, lo de impagable–. Por ello, denominaba el subtítulo  Rutas por la España del ladrillo. Ya saben las metáforas que se desarrollan en torno al ladrillo  como universal material constructivo. Ladrillazo, ladrillismo, ladrillista, para dar entender otro movimiento –no se si artístico– de visiones extendidas. Por más que el recorrido tuviera mucho de emblemático – La quimera olímpica de Barcelona, el Guggenheim de Bilbao, la Ciudad de la Cultura de Santiago, la Sevilla de la Expo’92 o la Expo de Zaragoza– y algo de sintomático en nuestras vidas y ciudades.

El ciclo aparece cerrado, por ahora, con el tomo referido a Rotondas&mamotretos. Que fija el carácter de Mamotreto como “objeto grande y de poca utilidad, que puede considerarse un objeto inútil o que estorba”. Una categoría la de Mamotreto que se enlaza con la de Cachivache y con la de Armatoste. Donde no podía faltar la referencia al trabajo de Miguel Álvarez, Esteban García, Rafael Trapiello y Guillermo Trapiello, autores que fueron del afamado e irreverente Nación rotonda. Que daba cuenta, hace ya diez años, en 2015, del fenómeno naciente del Rotondismo. Rotondismo que creció imparable por todos los rincones de la geografía patria, como una suerte de epidemia del diseño posmoderno y de las expansiones que validaban los PAU –Programas de Actuación Urbanizadora–. No sólo el Rotondismo como técnica precisa para resolver problemas de viabilidad y circulación en las intersecciones de los viales y calzadas, sino el Rotondismo como aparición adelantada de las desarrolladas vocaciones artísticas de los consistorios, alcaldes y concejales de urbanismo, ávidos de fama y reconocimiento.

Como dan cuenta la cantidad de artefactos, armatostes y dispositivos –de toda naturaleza y de todo tipo de materiales: cachivaches y mamotretos, a veces un olivo, otras un viñedo, unos toneles vinateros, un pozo falso, un burro de lata, un oso absurdo y gigante, un camión varado, un avión en trance de despegue, una escultura abstracta y un cielo difícilmente azul– desplegados en el seno del círculo, del ovalo, de la pedriza, del falso césped o de la elipse. Para construir metáforas de uso, de destino, de carácter, de identidad o de cualquier otra alegoría disponible en el armario de los sentimientos encontrados.

La adquisición  y lectura del libro de Harley me confirmó en mi tesis –algunos meses más tarde de la presentación de Castilla-La Mancha fea– que el movimiento descrito en unos y otros textos, –por oposición al trabajo paciente y preciso del arqueólogo que trabaja con categorías cerradas–, es un trabajo que no termina nunca. Y no puede darse nunca por cerrado. Frente a la creencia de los que piensan que, en todos ellos – Pormis-huevismo, Rotondismo, Feísmo, Mamarrachismo– surge un inventario del momento civil con ánimos de venganza crítica, lo que podemos advertir desde cierta distancia descorazonadora es la permanencia y el crecimiento de todas esas categorías: como un tumor invisible. Que no por ser denunciadas, quedaran bloqueadas y paralizadas. Como si todas esas instancias anotadas y descritas contaran con resortes y maquinaria propias capaces de mantener un raro crecimiento imparable.

Bastaría citar para ello, las últimas noticias del Hotel Gran Prior, en las Lagunas de Ruidera, pendiente de ser demolido después de muchos años. Tal imagen de resistencia al derribo podría haber constituido la portada del libro Castilla-La Mancha fea, que contó con otro cadáver inmobiliario, en los cerros próximos a la Tabla de la Yedra. De todo lo cual, extraemos dos conclusiones. Una compartida con la edición del Diario de Sevilla del 13 de diciembre de 2022 –hace ya tres años–, que fijaba los “otros Algarrobicos de Andalucía”. Para señalar, el tampoco demolido Hotel Algarrobico de Carboneras en Almería, que había constituido la portada del libro de Andrés Rubio, España fea, en ese mismo 2022. Y la segunda de las conclusiones es justamente, que las piezas imposibles y desconocidas pueden seguir apareciendo en ese largo recorrido –hoteles abandonados, rotondas enrojecidas, silos pintados por mano enemiga, la Tía Sandalia en el Museo Reina Sofía, festivales hondos, recreaciones históricas profundas– que probablemente no terminaran nunca.

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