Anselmo Alañón Alcaide.– En esta encrucijada mundial que vivimos después de la pandemia, en un mundo de laboratorio donde se formularon aquellas pócimas mágicas, que nos ayudaron a recuperar, la » supuesta normalidad» pre-covid, después de un confinamiento, que nos restringió libertades(con un fin preventivo). Llegamos ahora a un nuevo mundo, en el que la fractura de la sociedad es palmaria. Nada es igual que antes, los valores que han regido nuestra convivencia durante décadas, se han evaporado.
Ya no somos los mismos. Somos más individualistas, más indolentes, menos transcendente, menos empáticos. Esta no era nuestra pretensión cuando estábamos confinados. En aquellos duros e inciertos meses de aislamiento, de hibernación, en los que estuvimos en momentos de movilidad restringida, todos manifestamos, nuestro deseo de superación de aquellos críticos momentos.
Entonces nuestros propósitos parecían ir encaminados a erigir nuestra voluntad, a una modificación de nuestra conciencia social, en pro de una convencía mejor, y más reforzada. Ser más cercanos, más empáticos, y más solidarios entre nosotros. ¿Quedó algo de todo aquello, más allá de aquellos insufribles meses?.
Ahora la sociedad es más distópica, las nuevas tecnologías han usurpado nuestra capacidad de discernimiento, y al mismo tiempo nuestra capacidad de observación. Las pantallas deciden por nosotros, tenemos menos iniciativa. En esta época del algoritmo, las pantallas deciden por nosotros, nos influyen de tal modo, que hemos perdido nuestro espíritu crítico, de tal modo, que el algoritmo lo configura todo.
En este nuevo mundo tan vertiginoso e incierto, no se vislumbra ningún destello de luz, vivimos en penumbra. ¿Qué habrá más allá?
