Manuel Valero.- Y así que se acostó, con la misma rapidez que se despertaba, se durmió. Había cenado poco como manda la norma para un reposo sin sobresaltos. Y al despertar se extrañó al recordar los detalles del sueño que había tenido como una concatenación de episodios perfectamente hilvanados. El primer embate REM fue que de pronto toda la red interneticida cayó de bruces porque no daba abasto a tanta estupidez. Internet enmudeció con todas las consecuencias. Y lejos de generar un caos lo que propició fue un nuevo paradigma que paradójicamente a su aparente involución borró del mapa a los tontos digitales del mundo y a los tóxicos comentaristas que jamás están de acuerdo con nada amparándose en el anonimato.
El segundo fue que los teléfonos móviles se convirtieron en un pedazo de plástico fino inservible e incómodo. Parecía que en esta ocasión el Armagedón estaba a punto de llamar a las puertas de todos los mortales, pero no fue así. Y en poco tiempo desaparecieron los carritos de niños casi bebés embobados ante la pantalla adormidera del celular mientras la mamá atendía el suyo.
El siguiente episodio fue el bloqueo de la Inteligencia Artificial y sus aberrantes aplicaciones. Lentamente la artificiosidad de la IA se detuvo en un CI adecuado de tal modo que si le preguntabas por la distancia entre Madrid y Estocolmo, resultaba más rápido calcularla mirando con detenimiento un Atlas de toda la vida.
Todo lo soñado vino sucedido por un borrado global hasta el blanco nuclear como si la red no hubiera existido jamás porque no había salido de los despachos del Estado Mayor del ejército norteamericano.
De repente, experimentó un viaje prodigioso que no llegaba hasta la Edad de Piedra que quedaba demasiado lejos, como a unos 1.300 sueños soñados ininterrumpidamente, sino hasta la década de los años 50, en plena guerra fría pero también en plena paz boyante y prometedora de la primera década prodigiosa.
Los periódicos de papel volvieron a los quioscos, las bibliotecas se llenaron de usuarios, la legión de idiotas digitales quedó relegada al arquetípico tonto del pueblo, la televisión dejó de nutrirse de historietas cortas y el tiqui-taca del Tik Tok, las tertulias retornaron al nivel de La Clave, las películas a los grandes rodajes en espacios naturales, la Literatura estaba en todo su esplendor lejos del consumismo estulto de un betsellerismo huérfano de nutrientes literarios inculcado por las editoriales y sus premios amañados, las ciudades se llenaron de cabinas telefónicas. Todo había vuelto a los años 50 excepto la democracia que se mantuvo fiel. Era el año 26 del tercer milenio con toda su identidad estética pero despojado de todo lo tecnológicamente asombroso.
Soñó que no pasó nada, no hubo revueltas, ni colapsos económicos ni culturales, y poco a poco la gente se fue haciendo a esa asombrosa involución.
Lo anotó todo para no olvidarlo. Así que encendió el ordenador, escribió el texto, lo archivó después de imprimirlo. Luego llamó por videoconferencia a su mejor amigo que estaba de vacaciones en Dublín recorriendo los pasos del señor Bloom, que a su vez iba grabando para colgarlo en su instagram. Y antes de comer consultó a la IA la mejor manera de preparar una pierna de cordero.
Por la tarde consultó las informaciones buenas, y malas, ciertas y falsas en you tube y comprobó la cantidad de bilis que excretaba el personal envidioso. Al salir a la calle miró a los muchachos de pescuezos inclinados golpeando con los pulgares el teclado del Iphone. Recibió un mensaje de otro amigo que había hecho otro truco digital en el que se le veía al lado de Scarlett Johansson en traje de baño, y se rió.
Al llegar a casa dio la orden de encendido de luces, puso el televisor que en ese momento retransmitía en directo como una lengua de agua se llevaba un pueblo por delante…
Y entonces entendió la emoción de los nuevos tiempos conectados a todo y todos y lo de antes le pareció antiguo y falto de interés.
Al fin y al cabo así ha pasado siempre. Pero entonces, ¿por qué sentía ese runrún permanente que le hacía soñar con cualquiera tiempo pasado? Sencillamente porque era un melancólico setentón que empezaba a descatalogarse del vértigo y a añorar sus tiempos mozos cuando escuchaba el Puente sobre aguas turbulentas , mientras bailaba con su chica, y la besaba. Como ha pasado siempre y ha pasado a todos.
Feliz 2026











