Corazón mío. Capítulo 5

Manuel Valero.- Dos semanas después nadie tenía el más mínimo indicio que condujera a aclarar la muerte del comunicador social  Tony Lobera. Lo de comunicador social fue una definición autocomplaciente con la que se tituló cuando en uno de sus programas arremetió contra los críticos del formato televisivo que dominaba con seguridad insultante.
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En realidad, Lobera no decía nada que no obedeciera a los cánones estrictos de la lógica comunicativa. Era, en verdad, un comunicador social. Lo que lo hacía diferente era la altanería de saberse dueño de millones de hogares y la egolatría innata de quienes no sueñan con otra cosa que ser envidiados. “A esos sesudos articulistas, a esos periodistas serios les pediría yo que me dijeran si no es telebasura los casos de corrupción con los que nos desayunamos todos los días, bueno yo no, porque estoy a dieta (se perfilaba el cuerpo con las manos), las guerras inventadas, los atentados, el tráfico de niños con monjas de por medio,  eso sí que hace daño a la audiencia, y no que  la Matojos tuvo un… ¿cómo diría yo? un flirteo, ¡qué palabra más fea y más pasada de moda!  con Antoñita Rincón. Y además, cuando quieran nos comparamos. Nos ve más gente que el telediario. ¿Y  que el fútbol? Estamos en ello, porque estamos preparando un programa de investigación que ya verán ustedes, ya verán”.

Después de recorrer el escenario con la maestría del experto comunicador social volvía a lo suyo.

– Bueno,  Isabelita, a ver, ¿tú crees que el condesito le pegó o no le pegó antes de irse a la cama?

Lo que venía después era una corrala. Un crítico escribió: ”Lo que más irrita es el desparpajo con el que se habla de “investigación”, “noticias”, “exclusivas”, “profesionalidad”, en un género que no es sino un chismorrero tóxico de cotorras inmorales que rayan la calumnia y la difamación, que luego salvan aviesamente contratando al aludido o la aludida para que vaya al plató en un infernal crescendo de detrito humano”.

No hubo, durante los días que siguieron a la muerte de Lobera  el menor atisbo de autocrítica. Al contrario, fue tema de contenido capitular con las audiencias disparadas. La figura de Tony Lobera fue ascendida a los altares de la comunicación social, sus compañeros  se deshacían en elogios post mortem, y no faltaba quien se animaba con unos versos de ripio indigesto. Sobre las circunstancias del caso Lobera había  una teoría aceptada por todos los informadores del corazón: un simple ladronzuelo, posiblemente inmigrante (esto lo decían sotovocce para no parecer xenófobos) que fue a robarle, se asustó cuando tuvo a su víctima de frente, le disparó presa del pánico, y huyó aterrado sin detenerse a recoger el botín. Lo de las fotos enviadas a la dirección del programa y la policía, descabalgaba esta hipótesis, pero no faltaban argumentos para sostenerla. Alguien pasó por allí, se encontró con el cadáver, y esa fue la sofisticada manera de avisar a la policía. La gente no quiere problemas.

– Pero el titular de la linea dijo que  le habían robado el móvil.

– Vete tú a saber…

– ¿Tú no serías capaz de reaccionar así y luego tirar el móvil por ahí?

– Pues claro, coño, tienes un I Phone de puta madre y hala a hacer fotos de fiambres y hala el teléfono al río…

– Pues yo no lo veo tan descabellado.

– Es que tu eres, perdóname, tu eres un poco cortita no solo de tetas sino de cabeza, hija mía.

– Seré cortita pero no he estado a punto de entrar en la cárcel por maltratador.

– Eso es una infamia, o lo retiras ahora mismo o te denuncio.

– No estoy diciendo nada que no se sepa, bien que os lo montásteis tu mujer y tú con el tema.

– Ni hubo montaje ni nada parecido, modorra, que eres una modorra, yo no trafico con mi vida privada como tú, que has estado en las esquinas, pidiendo dinero y borracha desde la mañana hasta la por la noche. Coño si te daban tetrabreaks de vino en lugar de dinero…

– Rita, te pido por favor que exijas a ése que se retracte.

Ya no se hablaba de Lobera,  convertido ahora en cebo de alta calidad, encarecido por el interés social que había despertado los pormenores de su asesinato. Pero Rita, conductora del programa, Corazón Abierto,  estaba encantada, tres millones de audiencia y subiendo…

En el estudio, un hombre de pelo abundante y seco, trazado de canas, mostacho mejicano y unas anticuadas gafas de miope, aplaudía a rabiar. Pero detrás de los cristales de culo de vaso que le agrandaban monstruosamente los ojos, había una mirada obsesa y asesina que seguía hasta el detalle los movimientos de Rita Rovira Ramírez.

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