Corazón mío. Capítulo 31

Manuel Valero.- Lo vio entre el público, unas cuatro filas delante de él hacia el pasillo de la derecha. Un hombre de melena aceitosa con canas como brochazos, un bigote espeso que le ocultaba el labio superior y caía en cascada sobre el inferior, y con unas gafas inclasificables. Estaba atento a cuanto decía Rita Rovira y aplaudía como un niño.
corazonmio
Peinado dio un respingo y alertó a Ortega que mantenía el contacto visual con su compañero. Apenas anunció la presentadora otro interminable parón publicitario le indicó que saliera al vestíbulo con un movimiento de cabeza.

-Lo he visto. Está ahí, en la quinta fila, en la última butaca de la derecha, junto al pasillo. ¿Lo ves?

Peinado se llevó a Ortega del brazo hasta los ojos de buey de la puerta del teatro.

– El tipo aquel, quinta fila-. Peinado habló en voz baja.

– Sí, ahí está, lo veo-, respondió Ortega.

Peinado salió a la calle y se dirigió a uno de los coches patrulla camuflados.

– Estad atentos, creo que tenemos pesca.

Después llamó a Villahermosa.

– Jefe, tenemos al Pancho Villa, está en el teatro, entre el público. Lo tenemos todo preparado. Vale, en cuanto acabemos…Le mantendré informado.

El agente Peinado regresó al interior del teatro a paso ligero. Los demás agentes, mimetizados entre la gente, advirtieron los movimientos de los compañeros y entre señas se transmitieron el mensaje. Cita discreta en el vestíbulo, excepto uno de ellos que se quedó en la butaca vigilando la pieza.  Lo dejarían marchar, salir tranquilamente del teatro y ya en el exterior a una distancia prudencial lo detendrían.

-¿Entendido?”

Luego pasaron de nuevo al teatro avisados por cuatro  timbrazos, ocuparon su butaca y se disolvieron en el pasmo general de un público entregado que se emocionaba, aplaudía, se encogía de temor y se devanaba los sesos, tratando de entender lo que estaba pasando. La duda sobre la identidad de Lobera resucitado era lo que más desconcertaba. Rita Rovira Rodríguez, la triple R, se desgañitaba con preguntas retóricas que trataban de convencer al público presente, y a la audiencia, de que Tony, el gran Tony Lobera, podía ser muy intrépido, muy narcisista, muy tacaño, pero era inconcebible que fuera capaz de simular su muerte, haciendo pasar a otra persona por él y que esta persona fuera despachada con un tiro en el entrecejo. No, Tony Lobera no era capaz de hacer eso.¿O sí? Los colaboradores del programa especial ¿Es Tony Lobera un cadáver o un asesino?, se inclinaban por la primera posibilidad, aunque no faltó quien especulara con la segunda opción, esto es, el insuperable comunicador social bien pudo dar ese paso increíble, de modo que consiguiera dos cosas: por un lado, triturar cualquier línea de contención sólo por la audiencia, lo que lo convertiría en un criminal, pero en un criminal vivo, y, por otro,  una vez capturado, de eso no había duda, dedicar el resto de su vida a explotar su flamante rol de soldado del mal.

Tres horas duró el maratón rosa con unos beneficios publicitarios incalculables, con los directores de Trapos Limpios… ¿o no? y Corazón Abierto exultantes, con los magnates de ambas cadenas, felices, el público agradecido, y Rita Rovira henchida de sí misma, agotada, satisfecha, pero con una duda: la de su deseo de descubrir a Tony vivo o muerto porque en cualquiera de los dos casos se veía a sí misma empequeñecida bajo la inabarcable sombra del divo de la telebasura.

Llegada la hora, también llegó el momento más difícil. El público se levantó con ese orden aparentemente lógico con el que se organiza mecánicamente para acceder a la calle. Entre las cabezas sobresalía la de un hombre de melena aceitosa con canas como brochazos , un bigote espeso que le ocultaba el labio superior y le caía en cascada sobre el inferior, y con unas gafas inclasificables…

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