Tradiciones inventadas (o cómo la religión encauza nuestras vidas)

Carlos Otto-Reuss   

A lo largo de la historia, todos los pueblos han tenido en su haber un sinfín de códigos morales, doctrinas y prohibiciones que a muchos nos han parecido incomprensibles o directamente absurdas. Cuando nos preguntamos por el origen de estas prohibiciones nos damos cuenta de que la religión juega un papel vital en la mayoría de ellas.

Esto hace que los no-religiosos, ingenuos y alborotadores todos ellos, desprecien a las religiones acusándolas de inmuscuirse en en asuntos que nada le competen. Sin embargo, amigos, hoy nos vamos a dar cuenta de que la religión vela por nuestra seguridad mucho más de lo que nosotros creemos. Y lo vamos a hacer recurriendo a dos ejemplos:

1.- La vaca sagrada en la India. Cuando estaba en primero de carrera me tuve que leer el libro Bueno para comer, del antropólogo Marvin Harris, quien analizaba el origen de las costumbres religiosas que prohibían comer según qué alimentos. Especialmente llamativo era el caso de la vaca, un animal que en la India es sagrado y, por tanto, comer su carne está terminantemente prohibido. Cuando uno le pregunta a un habitante de la zona por qué la vaca es sagrada, éste le responderá que, en la teoría hindú de las transmigraciones del alma hasta llegar al Nirvana, la vaca es el penúltimo paso para llegar a la persona. Los 86 procesos de transmigración empiezan en el demonio, el nivel más bajo, hasta ir ascendiendo y llegar a la vaca (el segundo más alto) y, finalmente, a la persona. Además, los hindúes consideran que en el alma de un toro o de una vaca habitan más de 300 millones de dioses.

{mosgoogle}Sin embargo, Marvin Harris consiguió conocer el verdadero origen del carácter sagrado de la vaca. Hace muchos siglos, las clases altas de la población hindú (sacerdotes, políticos, etc.) aprovechaban la mínima celebración para organizar grandes fiestas en las que se consumían tremendas cantidades de carne de vaca, a la que el pueblo llano accedía con mucha más dificultad. Con el tiempo se produjo un brutal aumento de la población, que cada vez dependía más de la actividad pastoril y agraria. Es entonces cuando surgen dos motivos principales para que la carne de vaca cambiase de status:

a) Por aquel entonces, a la India llegó con fuerza el Budismo, que no veía con buenos ojos eso de matar animales para el consumo propio.

b) Las vacas que hay en la India no son como las que vemos en España. Allí, las vacas son muchísimo más grandes y muchísimo más fuertes que las que tenemos aquí. Además, mientras aquí la vaca es un animal medianamente parado (excepto a la hora de ordeñarlo, etc.), en la India la vaca es un instrumento básico para el trabajo de la población, ya que, por su fuerza, puede transportar grandes pesos, una evidente ventaja en una población que no cuenta con muchas furgonetas monovolumen que digamos. Por tanto, y vista la conveniencia de usar a las vacas en el trabajo diario, las clases más bajas procuraban no consumir su carne. Sin embargo, veían con mucho recelo cómo los militares, los políticos y los sacerdotes comían de un modo totalmente despilfarrador la carne de un animal tan necesario para la población agricultora.

Podría pensarse, entonces, que el Budismo fue el principal artífice de la sacralización de la vaca. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: lo cierto es que a las clases bajas el Budismo les llegó como agua de mayo: primero, por su carácter popular (de modo muy general y algo exagerado, es como si dijésemos que el Budismo es una religión de izquierdas); segundo, porque, amparándose en el Budismo, las clases bajas tendrían argumentos para cargar contra las clases altas y acabar con los lujos a los que ellos no podían acceder. Por tanto, el carácter sagrado de la vaca en la India no responde a ningún motivo religioso (ya que sí matan y consumen carne de otros animales), sino a motivos políticos (fastidiar a las clases altas) y, sobre todo, económicos, por el buen provecho que da a los hindúes usar a las vacas como instrumentos de trabajo en su actividad diaria.

2.- El cerdo en el mundo musulmán. Como casi todos sabéis, a los musulmanes les está prohibido el consumo de carne de cerdo. Para justificar esta prohibición, los religiosos se amparan en palabras del Corán que definen al cerdo como uno de los animales más despreciables, debido a su escasa actividad y, sobre todo, a su inmundicia, ya que, mientras la mayoría de animales se desenvuelve en un habitat concreto y busca su propia comida, el cerdo es un animal vago al que no le importa alimentarse de cualquier excremento que se encuentre por el camino. En resumen, el cerdo es la representación exacta de lo que el Corán no quiere que sean los musulmanes.

Sin embargo, la verdad está bastante lejos del origen religioso: como pasa con las vacas, los cerdos criados en el mundo musulmán no tienen nada que ver con los que tenemos, por ejemplo, en España: mientras en nuestro país se cuida bastante la alimentación de los cerdos para su posterior consumo por parte de los humanos en ricos taquitos de jamón, los países musulmanes, horrorosamente más pobres que el nuestro, no pueden procurarles unas condiciones medianamente dignas. Es por ello que los cerdos se crían en la inmundicia más repugnante. Esto explica también su increíble carácter graso (cercano al 70%) y, sobre todo, la horripilante cantidad de gérmenes que transporta y que pueden desembocar en enfermedades de lo más dañinas para el que consuma su carne.

¿Origen religioso? Viendo los casos de la vaca y el cerdo, uno puede pensar que, efectivamente, han sido las religiones las principales artífices de estas prohibiciones. Sin embargo, la mayoría de las escritutas de todas las religiones son lo suficientemente confusas y poco concretas como para que, amparándonos en ellas, pretendamos prohibir lo que nos dé la gana. Así pues, vemos cómo la sacralización de la vaca y el endemoniamiento del cerdo no responden sino a cuestiones totalmente económicas y pragmáticas.

Pero entonces, ¿por qué nos amparamos en cuestiones religiosas? Si lo pensamos, la solución es bastante sencilla: piensen cada uno de ustedes cuántas normas sociales rompen al día y se darán cuenta de que son muchas: no sólo no respetamos las señales de tráfico, sino que tampoco respetamos las normas de conducta. Además, llegado el momento, a todos nos gusta estafar al Gobierno y hacer trampas en la declaración de la renta o hacer cualquier otra triquiñuela parecida. ¿Y esto por qué? Porque dentro de cada uno de nosotros está ese pequeño rebelde al que basta que le prohíban una cosa para que la haga una y otra vez de forma sistemática, incluso aunque la prohición en cuestión sea beneficiosa (como pasa en los dos casos que hemos visto). ¿Cuál es, entonces, la única forma de que al pueblo le prohibamos algo que realmente le perjudica sin conseguir que nuestra prohibición sea contraproducente? Aludiendo a la religión, que siempre ha sido uno de los opios del pueblo y ante la que la mayoría de los ciudadanos no se ha atrevido a rechistar.

Entre tanto, la religión debe de estar pensando que los políticos las usan de forma indebida para educar a los ciudadanos. Pero en fin, saben que es por el bien del pueblo, así que no les importa.

¿Ven cómo las religiones no son tan malas como creían?

Si te gusta este artículo, puedes ver más en mi blog.

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