Vivir el momento

“Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir siempre”
MAHATMA GANDHI

Cualquier día es bueno para disfrutar de la mejor compañía, hacerlo en torno a una buena mesa, con vino y siempre entre amigos. Estas reuniones nos permiten hablar de todo, de lo divino y de lo humano. De los achaques que nos acucian, de la siempre sobrevalorada familia, de pequeñas historias del pasado, pero sobre todo de lo que nos estimula en estos tiempos recios que nos ha tocado vivir, para seguir en nuestra particular lucha por la vida. 

Visitaba Madrid para atender algunas cuestiones personales urgentes. A pesar de lo cual, quedé a comer con un grupo de amigos a quienes no veía desde hacía algunos meses. Era un viernes de esos de tráfico intenso y estresante por toda la ciudad. Tomar el autobús era iniciar un viaje imprevisible y la parada del metro estaba demasiado lejos, por lo que solo tenía la opción de tomar un taxi. Pasaron varios que iban ocupados, pero por fin vi uno libre.

El taxista se mostró amable. Le noté un acento extraño, aunque muy bien disimulado. Cuando empecé a hablar le dije que, aunque pronunciaba bien nuestro idioma, no parecía ser de aquí. Él me respondió: “Soy escocés. Vivo en Segovia y trabajo en esta bulliciosa ciudad. Fue mi mujer, que es segoviana, la que hizo que mi destino acabara en España, pero estoy encantado. Creo que este es un país maravilloso, aunque algunos parecen no entenderlo”.

Le conté que conocía a dos personas de su tierra. Una era escocesa de origen italiano que fue mi profesora de inglés. Ella era y se sentía muy nacionalista. Y la otra era una joven  que vivía en Ciudad Real, pero que trabajaba en la embajada de Gran Bretaña en Madrid. Ella parecía ser unionista, pero un día esgrimió su carácter escocés con mucha vehemencia, haciendo pedagogía sobre el Reino Unido, sobre los ingleses y sobre los propios escoceses.

Él puntualizó: “los ingleses, no sé si merecida o inmerecidamente, tienen mala fama en todo el mundo y a lo mejor se la han ganado a pulso”. Entonces los ingleses, sin ser enemigos nuestros, se convirtieron en el centro de aquella animada conversación. Hablamos de Winston Churchill y de cómo la gente de su país, pese a ser el gran triunfador en la Segunda Guerra Mundial, no lo apoyó en las siguientes elecciones que hubo después de aquella contienda.

Por fin llegué a mi destino, con casi una hora de retraso. Allí me esperaban tomando un aperitivo el resto del grupo. Todos excepto un toboseño que estaba haciendo un examen de italiano. Entonces un camarero ucraniano, en un excelente español me dijo: “ellos querían empezar la comida, pero yo les he dicho que lo suyo era esperar a quien se retrasaba, que si lo hacía sus motivos tendría”. Esa justificación vicaria por venir de ellos, casi me la esperaba.

Ese día, el que menos se prodigaba en estas quedadas del grupo, fue el protagonista. Es murciano de Moratalla, pero que ha vivido en Madrid y ahora reside en un pueblo de Toledo. Él es el mayor de todo el grupo, pero por su ánimo no lo parece. Gran aficionado al golf, sigue practicando regularmente este deporte. Le gustan los toros y para esa tarde tenía dos entradas en las Ventas, pero por nuestra comodidad ninguno aceptamos su invitación.

Entre otras cosas, nos contó que tuvo una novia en Lille (Francia), a la que visitó durante tres años. Ella era de familia acomodada, pero observó que eran mucho más clasistas que aquí. En uno de aquellos viajes quiso saludar a unos catalanes que eran los cocineros de la casa, pero el padre de familia le dijo que para qué. Que ellos solo eran sus sirvientes. Entendió entonces que eso de Liberté, Égalité et Fraternité, era solo un lema para ellos, pero poco más.

La calle estaba concurrida y no faltaron mendigos que se acercaron a nuestra mesa. Los camareros del restaurante intentaban ahuyentarlos, pero con escaso éxito. Uno de estos indigentes, con la intención de llamar nuestra atención, empezó a bailar claqué. Lo hacía con mucho estilo y consiguió que dos miembros del grupo le dieran tabaco y le pagaran un café, pese a lo poco que le gustó aquello al personal del bar. Ellos no querían que los atrajéramos.

De vez en cuando aquel camarero ucraniano se acercaba a nosotros para contarnos algunos breves chistes malos, pero enseguida tenía la réplica de alguno de los comensales del grupo, que contaba dos o tres seguidos.

Después del almuerzo hicimos una prolongada sobremesa que se nos hizo muy amena. El carpe diem, lo de vivir intensamente y disfrutar del momento, estuvo presente en el ánimo de todos los asistentes.

Luego nos despedimos hasta la próxima, que la haremos en El Toboso, en Alcázar de San Juan, en Ciudad Real, de nuevo en Madrid o en cualquier otro peregrino lugar.

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