El enésimo viaje al centro … de la nada

Pedro Martín

El centro reformista europeo y occidental atraviesa una crisis de identidad tan profunda como peligrosa. Atrapado entre la nostalgia de un pasado glorioso que ya no volverá y el servilismo ante un presente ideológico impuesto por la izquierda radical, corre el riesgo de volverse irrelevante. Hoy, el centro tiene dos caminos: unirse a la nueva ola de libertad que se levanta en el mundo o perecer arrastrado por su propia cobardía moral.

En lugar de liderar con valentía, muchos partidos reformistas siguen actuando como si viviéramos en 1993. Como si los desafíos actuales pudieran resolverse con tecnocracia, tibieza o apelaciones huecas al “consenso moderado”. Pero el mundo ha cambiado. Y si no despiertan, desaparecerán arrodillados ante el altar del pensamiento único, cómplice de la deriva ideológica que ha podrido nuestras instituciones con dogmas liberticidas.

La verdadera amenaza para las democracias no es la caricatura del “ogro de ultraderecha” que tanto invocan desde la izquierda y los grandes medios. El verdadero ogro es el que ya está dentro: esa ultraizquierda burocrática, reaccionaria en nombre del progreso, que ha contaminado la libertad de expresión, la neutralidad institucional y el sistema educativo. Un virus que no llegó solo, sino que fue tolerado —cuando no promovido— por conservadores y socialdemócratas instalados en el confort de su poder sin riesgo.

La respuesta no pasa por retroceder más, sino por avanzar. Y para ello, hay que romper con los mitos y las concesiones. Hay que defender con claridad principios hoy heridos de muerte: la libertad económica frente al estatismo empobrecedor; la libertad energética frente a la religión climática que genera dependencia y carestía; la libertad de pensamiento frente a la censura ideológica y el adoctrinamiento que intoxica a niños y jóvenes.

Hay que cortar la financiación pública a todo ese entramado ideológico que se presenta como inclusivo, pero que solo siembra división, victimismo y odio entre sexos, razas y clases. Si el centro reformista quiere sobrevivir, debe entender que el problema no es la derecha —ni siquiera la nueva derecha—, sino la ultraizquierda institucionalizada y su cultura del miedo.

Si los reformistas siguen creyendo que pueden gobernar cediendo siempre, acabarán siendo devorados por el monstruo que ayudaron a criar. No hay espacio ya para la ambigüedad. O se suben a la ola de libertad que crece, o se hundirán para siempre en la ciénaga de su propia irrelevancia.

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