El logo –si es que es exactamente eso, un logo– del legendario Bar España de Ciudad Real, anclado en la plaza del Pilar desde su fundación, suscita dudas en su configuración sobre la servilleta.
Un círculo –la huella de un vaso húmedo sobre la tabla seca de la barra, la mancha del vaso de café sobre el plato o el rastro de un secado deficiente sobre el escurreplatos– al que se superpone una silueta que al ser observada resulta aparentar cierta caligrafía de la península Ibérica a la que se le ha sustraído la parte de Portugal; en una inversión reductiva de la novela de Saramago La balsa de piedra.

Todo ello, en tinta azul medio, ni azul ultramar, ni azul marino, ni azul cielo.
Cuando podría haber jugado, el diseñador o el grafista, con otros tonos: tierras, almagres, sangre de toro.
Todo lo visible del esquema o del falso logo resulta ser, por otra parte, toda Iberia reducida al territorio español; con el inconveniente de que se hayan omitido las realidades insulares de Canarias y Baleares y las plazas africanas de Ceuta y Melilla.

Por todo lo cual, sustentar la idea de esa silueta con la realidad de la nación española –he ahí el vínculo del nombre del bar-cafetería con lo silueteado– puede ser entendido como artificial e insuficiente.
La otra posibilidad de reconocimiento del logo resulta ser la de un redondel o plaza de toros en su centralidad máxima, una vez excluidas las gradas y los callejones, que a la postre no dejan de ser adminículos del foco central.
Sobre el cual la silueta dispuesta y en un recorrido ascendente de abajo hacia arriba, ya no sería la de la envolvente de la geografía ibérica, sino claramente la de la cabeza de un toro de lidia, con su cornamenta excediendo del ámbito espacial del redondel, en un gesto que amenaza la integridad misma del redondel.
Y aquí pasaríamos a la rara transposición de la repetida silueta ibérica con la piel del animal sacrificado y desollado. Por ello, hemos oído la expresión de Piel de toro, como alusión metonímica de España, no ya de la península Ibérica, sino del territorio español.

Y es que esa silueta geográfica, extendida sobre el improbable suelo del océano, resulta asemejarse al toro que, finalmente, será sacrificado en ese redondel silencioso.
Debe ser tan evidente como admitido tal dilema de España-Piel de toro que hasta un escritor catalán como Salvador Espriu –nada sospechoso de taurinismo militante–, publica su obra La pell de brau, en clara alusión metafórica a una España que denomina como Sinera, en ese juego de equivalencias y desplazamientos.
Dando cuenta de esa equivalencia de la silueta territorial ibérica con la piel del animal que verifica su sacrificio ritual y simbólico en ese redondel que exhibe el logo de la servilleta del Bar España.



Incluso las ediciones disponibles de La pell de brau, dan cuenta de esa aspereza del círculo taurino. Con la salvedad de la primera edición de Punto Omega, donde sólo existe la tipografía.
Desde la edición de 1963 con un dibujo de Tapies, que más parece el pelo denso y brillante del animal herido, al círculo mágico de la edición de 1972 de EDICUSA que Manuel Ángeles Ortiz, limita a la brevedad de un círculo gris sobre un fondo amarillo.
Igualmente, la edición inglesa de Marlboro Press, de 1966 recurre a la idea de península ibérica sin Portugal, como decíamos antes.
Que bien podría ser el otro logo del Bar España.


Y ya en el cartel del teatro La Cuadra de Salvador Távora, en su obra Piel de toro, de 1985, se deja ver una suerte de minotauro cerca de toriles, ¿herido o presto al combate?
Y es que la Piel de toro, da cuenta también de la obra del escritor falangista –autor del apologético texto Biografía apasionada de José Antonio Primo de Rivera, de 1941– Felipe Ximénez de Sandoval, que subtitula Cumbres y simas de la historia de España, de 1950.
Cumbres y simas, pues, como en la profundidad de la plaza y la sima oscura y solar del coso taurino.
También hay otra Piel de toro gráfica, como la de la portada del grupo musical español Los Relámpagos, de 1971.