Manuel Valero.- Que una organización militar internacional llame a sus socios a destinar más dinero para armamento es prueba irrefutable de que el mundo atraviesa una inquietante turbulencia. Y uno no sabe qué es más terrible, si la posibilidad real de un grave conflicto regional o que tal posibilidad no exista y sólo se trate de una añagaza para robustecer la industria (y la economía) del Tío Trump. Cualquiera de las dos derivadas indican la decadencia, que no crisis, en la que anda el mundo, sobre todo, Europa, o si lo prefieren Occidente si metemos en el paquete a Estados Unidos, Canadá, la atractiva Australia, tan lejana, tan insular, tan atractiva, y alguno más.
Porque después de una pequeña dosis de televisión (a mayor dosis más peligro de intoxicación) uno se pregunta quién demonios está dispuesto a atacarnos. ¿Rusia, después del tanteo de Ucrania? ¿China, tan sonriente como taimada? ¿La distópica Corea del Norte? ¿Irán con su medievo militante? ¿Una horda de extraterrestres? ¿Un meteorito suelto? ¡Quien!
Es difícil sustraerse al desánimo si caemos en la cuenta de que los hombres siempre han estado en guerra con los hombres, desde la defensa de la cueva y la charca hasta hoy mismo, año 25 del tercer milenio después de Cristo. Con el temor añadido de los cipotes nucleares de los que algunos países alardean en odiosos desfiles militares en cuya liga juegan en cabeza norteamericanos, chinos y rusos y algún desfile de fuerza como regalo de cumpleaños, como el que rindió honores al gran friki zanahorio de Donald Trump. La exhibición de la fuerza y la capacidad de destrucción forman parte del ADN humano como si estuviera condenado a un determinismo letal que lo conduce a la destrucción.
La evolución ha sido esto: el hombre ha creado maravillosas obras de arte, ingeniería, de literatura, teatro, música, escultura… pero esto se reduce a anécdota ante el otro camino paralelo del armamento definitivo. La evolución era esto: el privilegio de ver por televisión guerras en directo, o cómo un pepino destruye un edificio o una instalación militar. La evolución era esto: la Novena Sinfonía de Beethoven y la Gran Bomba.
Y ahora, en este mismo día del año 25 del tercer milenio después de Cristo, la OTAN insta los países miembros a destinar más dinero a armamento, lo cual significa que dinero para armas es dinero que se hurta a otras cuestiones más perentorias como servicios públicos, medicina, educación o infraestructuras de paz. Y va el presidente Pedro Sánchez y se muestra díscolo con el capricho del Tío Trump y le llueven criticas de los demás socios y de la oposición interna. Como si no tuviera flancos débiles el presidente para atacarle en la política doméstica.
Hablar de armarse hoy es la constatación del jodido determinismo y la más jodida predestinación. ¿No resulta absurda la humanidad si sus gobernantes deciden gastar más, mucho más, en misiles con la excusa de que hay países malos que quieren socavar nuestro bienestar?
Los medios hablan con frivolidad de la III Guerra Mundial, incluso con bromas en los programas de moda que alternan información con chistes guionizados, por grave y preocupante que sea el contenido informativo.
Hay que armarse, de nuevo el rearme. Otra vez. Pero repito ¿quién es nuestro enemigo a sabiendas de que una conflagración global nos llevará a la edad de piedra y por lo tanto nuestro enemigo también comerá berzas contaminadas y matará por una zanahoria en un campo de batalla apocaliptico? ¿Serán felices los gobernantes, los ricos de toda riqueza, siempre los mismos, lo de arriba, en sus búnkeres si es que sobreviven? ¿Sobre qué pueblos gobernarán?
Y si es una estratagema para que el zanahorio haga crecer la economía de EEUU, que se meta los misiles por el culo. Pero, francamente, entre un riesgo real, tan absurdo que lleva a uno a un existencialismo devastador, o una estratagema, prefiero la estratagema.
Y una cosa más. Si algún día una generación futura y desafortunada experimenta el apocalipsis, ¿dónde quedan Dios y la religiones?
Perdonen el pesimismo, es que hoy no me quedaba leche para desayunar y he empezado a concatenar cosas, de tal modo que como el Proust de la madalena he ido del prosaico cartón de leche al Armagedón, vista la foto de familia de los otanistas dispuesto a engordar la caja de los caudales para gastar en destrucción. Buen domingo.