Hipérbole

“Por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero”
FEDERICO GARCÍA LORCA
(Poeta)

El hablar de forma altisonante, sobreactuando o faltando al respeto al contrincante parece imponerse en estos tiempos tan extraños que vivimos. Se hace como si fuera la única forma de tratar cuestiones importantes para todos los ciudadanos en los foros públicos en los que lo principal debería ser confrontar ideas, debatir hasta ponerse de acuerdo sobre el relato de hechos relevantes o sobre las cuestiones que afectan a todos los ciudadanos.

Hoy es habitual escuchar a nuestra clase política y a quienes los apoyan públicamente de hipérbole cuando se comenta o se argumenta sobre hechos, relatos o noticias que se exageran y hasta se caricaturizan por interés político de quienes la utilizan. Palabra que, stricto sensu, significa “figura que consiste en aumentar o disminuir exageradamente aquello de que se trata”. Pero si se exagera demasiado al usarla se corre el riesgo de frivolizarla.

Y ya puestos, se utiliza como excusa para tomar determinadas decisiones o para no tomarlas. Hace unos días escuché en una televisión pública a un periodista alineado con las tesis del actual gobierno que venía a decir, si no hubiera tanta hipérbole en la oposición, el grave problema que se ha producido con la detención del señor Cerdán, se hubiera abordado de otra manera. Por no ser así nuestro presidente se propone seguir gobernando

Insuperable deducción la de este señor. Es decir, la oposición a la que se ningunea por tierra, mar y aire, es la responsable de que siga al frente del gobierno el actual presidente. Ya que si no fuera tan agresiva con él, podría dimitir tranquilamente. Fantástica conclusión. Ya tienen los asesores del Palacio de la Moncloa que ilustran al presidente una justificación más para incluirla en el argumentario oficial que luego distribuyen a la opinión pública.

Ateniéndonos a la definición estricta de la RAE, hipérbole también significa disminuir exageradamente aquello de que se trata. Y en esto el gobierno y sus palmeros hacen un uso desmedido de esta acepción. Minimizan cuando se Indulta a sediciosos; cuando se investiga en el entorno del gobierno o de la familia de su presidente; o cuando se aprueba una ley de amnistía aplicable a quienes solo semanas antes era inconstitucional amnistiarlos. 

De tanto usar esta palabra y de aplicarla a situaciones inadecuadas se ha frivolizado y desnaturalizado su sentido.

Afortunadamente, esta expresión no se reduce a este único uso, que de ser así, la empequeñecería. Se trata de un recurso retórico y literario que da una gran fuerza estética y expresiva a la narrativa, pero también a la poesía y tanto en nuestra literatura clásica como en los movimientos más recientes. Ha sido usada por los más prestigiosos escritores en nuestro idioma, pero también por eminentes y reconocidos escritores en otras lenguas.

Miguel de Cervantes la va a usar con frecuencia en su gran novela Don Quijote de la Mancha. Como en la escena en la que convierte en gigantes a los molinos contra los que entabla desigual batalla o al decir: “En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio”.

Un gran escritor de nuestro Siglo de Oro de las letras, Francisco de Quevedo, la usa muy frecuentemente en su poesía:

“Ha convertido el caudal de sus lágrimas

en el agua de los ríos que cruzan las dos Castillas,

capaces de provocar inundaciones…”

O esta otra:

“Érase un hombre a una nariz pegado,

érase una nariz superlativa,

érase una nariz sayón y escriba”.

Gabriel García Márquez la utiliza de manera recurrente en sus novelas. Así, en Cien años de soledad, hay muchos pasajes en los que emplea esta figura literaria. Yo destacaría aquella en la que nos dice: “Pero la tribu de Melquíades, según contaron los trotamundos, había sido borrada de la faz de la tierra por haber sobrepasado los límites del conocimiento humano”. O aquella otra en la que nos decía: «Era tan viejo que se le olvidó morirse».

Pero el reconocido Premio Nobel colombiano la va a utilizar profusamente en toda su obra y yo destacaría una especialmente. La relata en su novela El otoño del patriarca, y en ella nos dice con el humor y la ironía que lo caracterizan: “Era difícil admitir que aquel anciano irreparable fuera el único saldo de un hombre cuyo poder había sido tan grande que alguna vez preguntó qué horas son y le habían contestado las que usted ordene mi general”.

Los hiperbólicos con su estruendo o con sordina en sus mensajes, solo sirven para librar una batalla perdida para el sentido común y las buenas maneras. Por eso me quedo con el uso de hipérbole como figura retórica y literaria que engrandece a quienes la utilizan en sus obras y deleitan a sus lectores.

Relacionados

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img