Un hallazgo entre ruinas (5)

Emmanuel Romero.- ¿Qué me estás diciendo, Alselmo?. No te entiendo. ¿Puedes ser más explícito? No le fue fácil. David no había visto así antes a su amigo. Estaba claro que lo que David encontró en la ruinas medievales era un pedazo de cobre viejo y oxidado. Pero su amigo, químico jubilado de la Fábrica lo señaló con cierta aprensión. Estaba sobre una silla envuelto en un trapo. Le dijo que estaba limpiándolo. Y cuando me vi reflejado con toda claridad, sentí una fuerza atroz que me obligó a apartar la cara. Pero qué fue lo que viste? -le preguntó David. Nada, no vi nada, excepto mi rostro. Es un espejo, ¿no? Pues lo normal es que refleje a quien se mire en él.

Anselmo calló durante un rato, luego le detallólo que le había pasado. Que cuando se miró se vio a si mismo con toda claridad, pero no el Anselmo, simpaticón, buen tipo y empleado ejemplar sino el Anselmo profundo, como el negativo del positivo. David se levantó del sillón y fue al frigorífico a por un par de latas de cerveza, hablaba mientras se afanaba en el asunto doméstico, preparar unas bolsas de patatas, abrir una latilla de buenas anchoas cántabras,  y todo su relato entre broma  y solemnidad giró en que lo que habían encontrado era un espejo antiquísimo, de una época en que los espejos no eran de cristal. Que a lo mejor procedía de Pompeya porque allí el Vesubio dejó piedra pómez para quitar las diurezas de los pies a toda la humanidad. Pero que no era un espejo cualquiera. Además de su peculiaridad como pecio de un pasado remoto debía tener algún poder, algo mágico.

Venga, David, no me seas gilipollas, a tus años.

Pero David no le hizo caso a su amigo. Y sin más procedieron a hacer un experimento definitivo. Pusieron el espejo sobre un mueble contra la pared, quitaron el trapo que lo cubría y el arqueólogo aficionado se puso delante de él como se ponía todos los días al levantarse ante el espejo del baño. Durante unos segundos no pasó nada, pero después David se vio a si mismo oscuro y desconocido, o tal vez demasiado conocido. Sintió sus debilidades y sus contradicciones, sus aposturas y sus envidias. Lo inexplicable es que la imagen no se distorsionaba, ni se transformaba en un míster Hyde. Para nada. La imagen reflejaba con natural exactitud su rostro. La conmoción se producía en quien se miraba. Era un recorrido por el yo oscuro lo que rebotaba ese pedazo de bronce.  Bueno, nadie es  un santo, todos tenemos cosas que callar, por eso ha sido breve y leve la sacudida. Supongo que si quien se mire en él es un hijo de puta integral saldrá despavorido. Es increíble, dijo Anselmo. Quedaron en llevar el espejo al museo de la provincia donde trabajaba un amigo de David. Y le confesarían el secreto. El funcionario tenía fama de buena persona, así que no había problema.  Una sacudida ligera y que les dijera de dónde venía el espejito.

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1 COMENTARIO

  1. Hola de nuevo, me ha parecido intrigante, aunque muy corto. Es de algún Libro? Me podriais decir el nombre? Para comprarlo y leerlo entero

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