Un hallazgo entre ruinas (6)

Por Emmanuel Romero.- Llegaron al Museo provincial y les atendió Felipe, el bedel, un hombre chistoso que tenía la mala educación de reírse él primero de los chistes que contaba o los chascarrillos que inventaba. Saludó a los amigos y los llevó hasta la puerta del despacho de don Darío. Lo pusieron al cabo de la calle de todo lo ocurrido y se dispusieron a hacer la prueba final. Pusieron el espejo incrustado en piedra pómez y la cara del director del Museo se perfiló en el cobre bruñido y reluciente. Dario sufrió una sacudida de apenas medio minuto-27 segundos exactamente, porque David lo cronometró- pero en ese tiempo había observado su parte malvada.El efecto fue catalogado como normal.

Teniendo en cuenta que aquí el que más y el que menos tiene cosas que callar supongo que la mayoría de la gente no pasará de un pequeño susto y ya está. En función del tiempo que dure la sacudida, así será el porcentaje malvado de cada uno. Por ejemplo, nosotros tres que pasamos por gente normal, buena gente en todo caso, que pagamos los impuestos, que pertenecemos a asociaciones solidarias, hemos experimentado el horror de ver nuestro yo diábólico apenas medio minuto, segundo arriba o abajo, más o menos. Pero imaginaos que se mira alguien que no sea lo que se dice un santo. El alcalde por ejemplo …

Darío se asustó un poco ante lo que temió tramaban David y Anselmo. Y no era otra cosa que anunciar en la prensa el hallazgo del espejo mágico y luego dejarlo expuesto en el museo bien anclado en la pared para ver el efecto que causaba en quienes se miraban en él. A Darío le pareció diabólico jugar a descubrir el grado de maldad de la gente, eso no era propio hombres normales.

¿Quiénes somos nosotros para exponer al público a su propio juez? ¡Por dios, David! Maldita la hora que hallaste esa cosa.

Fue inútil. Entre los dos lo convencieron con el argumento de que se trataba de un juego, que no había nada espectacular como en las películas de terror, el reflejo en el cobre era la réplica axacta de quien se observaba y en éste solamente se producía un pequeño temblor, imperceptibe por poco duradero, si el observante era honrado. Solo lo santos estarían a salvo. Y tampoco.

Se disponían a llamar por teléfono al  alcalde para que mandase al concejal de Cultura montar la rueda de prensa para informar de aquel hallazgo entre ruinas, cuando se presentó de repente un chiquillo de seis años, que era el hijo menor de Dario. Los hombres estaban ocupados en la gestión y no se percataron de que el niño se miró en el espejo. El único que se dio cuenta fue David que de un codazo a uno y unos golpecitos en la pechera a otro, les indicó que miraran al muchacho.

Es Luisito, mi hijo, dijo Dario.

Espera, dijo David.

El chico miró su reflejo que reproducía el espejo de cobre en un  esfumato vaporoso, como si el espejo estuviera empañado. Pero no pasó absolutamente, nada.

Es la inocencia, ¿Veis? Ese espejo es capaz de medir el grado de maldad de cada uno y cuanta maldad sigue aún viva en él- dijo David.  

Estáis completamente locos, se quejó Dario.   

El chico no les hizo  caso y se marchó tal y como había llegado.

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