Juan José Guardia Polaino denuncia los silencios que exterminan la palabra en “La patria del fuego y la ceniza”

Ya en “Los exilios de la sangre”, Juan José Guardia Polaino, nos enfrenta al bien y al mal, donde acaba venciendo el segundo de ellos. En él la sangre generosa ha sido relegada al exilio, mientras que la dominante, la sangre que muerde y enturbia, se ha extendido cancerígenamente sobre nuestro mundo. Ahora en “La patria del fuego y la ceniza” (Ediciones C&G – Grupo Oretania. 2025), el poeta nos alerta contra el fuego embajador del silencio que extermina la palabra. Para nuestro poeta, “la verdad es la palabra”. Una palabra inmolada para convertirse en ceniza mientras la memoria desaparece y la vida se erige, al fin, como patria de esa ceniza, sin voz y sin memoria.

Juan José Guardia Polaino es uno de nuestros poetas más afamados, cuya poesía ha sido galardonada con múltiples premios y honores dentro y fuera de la provincia, al igual que su figura, sobre esto último cabe recordar, entre otros galardones, la Medalla de las Letras ‘Juan Alcaide’ 2024 en Valdepeñas, Gran Maestre General de la Orden Literaria “Francisco de Quevedo” en Infantes o más recientemente Socio de Honor por la Asociación Espejos de Alicante, cuya distinción recogió de las manos del alcalde alicantino.

Estamos ante uno de los grandes de la poesía nacional, un poeta cuya obra tiene un marcado contenido social, comprometida ante la injusticia, por momentos indignada y siempre receptiva al dolor ajeno. En “La patria del fuego y la ceniza”, Polaino denuncia los silencios culpables de una sociedad sin memoria, “Este lugar, que un tiempo fuera / el mundo donde habitó la memoria, / es hoy una grieta herida de duendes / incapaces de disipar el dolor”. Para el poeta es un mundo apocalíptico cada vez más lleno de odio donde “Los dioses y sus viejas violencias / son patria del fuego y la ceniza / y nos buscan las acequias de la sangre. / Nos convocan al festín de las llamas / al que nunca darán su renuncia / porque siempre carecieron de labios para amar”.

El escritor José Agustín Blanco Redondo, en su magnífico prologo nos dice que “Juan José destila una esencia humanitaria que avasalla todos nuestros prejuicios. Sus versos son el grito del desahuciado, la voz de la desesperación, el lamento del que vive en la cotidianidad del dolor: “…quiero hablar desde ese grito imposible que me habita”. Son versos que arrostran la violencia, el odio y la necedad. Pero tras tanta lucha, el poeta siente la cercanía de la resignación y la impotencia, del desfallecimiento y de un exilio que le conduce a los territorios del olvido: “Cómo desgasta la memoria de la ceniza…” Porque el poeta se siente vulnerable, frágil, quizá desfallecido: “¿Siempre ha de ser así, ser fuego / y estar condenado a ser ceniza?”. Asume como inevitable la crueldad del hombre contra el hombre y contra la tierra que lo sustenta”.

Pero al mismo tiempo, nuestro poeta, nos ofrece la esperanza, “Las almenaras de la luz / no siempre arden inútilmente”, y nos da la solución; “Y porque existe la luz, a ella hemos de aferrarnos, dejarla / que se deslice en lenta epifanía hasta irisarnos las manos. / Demos un paso en la historia. Abramos las arcas de la memoria”. Pues “la palabra es la verdad. La palabra es la luz. La palabra es la cicatriz de la sangre contra la cólera, el fuego y la ceniza. La palabra es el arma que nos queda” y así “La palabra resurge como herramienta utilitaria”, “la palabra como ariete contra la muerte y como amparo de oprimidos, miserables y olvidados, crítica de la vanidad y el dolor”. “La palabra de Juan José es la verdad, la luz, el refugio de la memoria, el arma que nos queda. La verdad herida habita en sus poemas, en la tinta de sus versos, en su mirada transparente”, sentencia Blanco Redondo en su ya citado prólogo.

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