La escuela rural y nuestras contradicciones

José Castañeda Sánchez. Secretario General del PSOE de Cabezarrubias del Puerto.- En estos tiempos en los que se habla tanto de despoblación, de lo rural, del valor de lo pueblos pequeños, hay un tema que duele especialmente: la escuela.

Todos estamos de acuerdo en que una escuela abierta es un símbolo de vida. Donde hay niños, hay futuro. Donde hay escuela, hay esperanza. Pero a veces olvidamos que esa esperanza también depende de nosotros, no solo de la suerte demográfica o de las decisiones políticas que, por supuesto, también, porque es muy ¿? rentable políticamente invertir miles de millones de euros en energías renovables, pero al final, es más rentable invertir en educación, por ejemplo.

Es fácil defender la escuela rural en voz alta. Es fácil quejarnos cuando una clase se cierra o cuando nos dicen que no hay suficientes alumnos. Pero más difícil es mirar hacia dentro y preguntarnos: ¿Estamos haciendo, todos, todo lo posible para sostenerla, desde todos los estamentos? Comunidad educativa, instituciones gubernamentales… Porque también existe una hipocresía silenciosa, una contradicción entre lo que decimos y lo que hacemos.

Decimos querer el pueblo al que pertenecemos, pero nos mudamos a vivir unos kilómetros más allá en cuanto podemos, donde hay más servicios o nos es más cómodo, por los motivos que sean, no pretendo juzgar a nadie.

Defendemos la educación pública y rural, pero llevamos a nuestros hijos al colegio de un pueblo más grande, o incluso a la concertada, con argumentos tan legítimos como individuales, pero que no dejan de tener un efecto pernicioso para lo rural, incluida la escuela.

Queremos que el pueblo viva, pero lo vamos dejando morir poco a poco con nuestras decisiones cotidianas. Y cada vez que una familia se marcha a vivir a otro lugar o decide escolarizar a sus hijos fuera, no solo se pierde un alumno: se debilita el proyecto común del mundo rural. Se pierde una oportunidad de comunidad, de pertenencia, de resistencia.

Sin embargo, siguiendo la argumentación anterior, la administración educativa también debería ser más flexible a la hora de aplicar las ratios alumno/profesor en aquellos municipios de extrema despoblación.

Tampoco podemos olvidar que en otras épocas, los centros escolares con menos de once alumnos directamente se cerraban. Como tampoco podemos olvidar que, en distintos cursos, en este CRA, han convivido en el mismo aula y con el mismo profesor, niños de infantil con niños de primaria.

Esta realidad exige sensibilidad, adaptación y un compromiso político y social firme no sólo con la escuela rural, sino CON LO RURAL, no solo como servicio, sino como eje vertebrador de este territorio, de extrema despoblación.

¿Podemos exigirle a la administración que mantenga la escuela si no somos nosotros, los ciudadanos, los primeros en defenderla con hechos y no solo con palabras?

¿Podemos culpar al sistema sin preguntarnos primero si, cuando nos tocó elegir, elegimos también lo fácil, lo cómodo, lo ajeno?

No se trata de señalar ni de culpabilizar, sino de ser honestos. Porque lo que está en juego no es solo una clase con pocos alumnos, sino la coherencia entre lo que decimos que valoramos y lo que realmente apoyamos.

El futuro de la escuela rural no se juega solo en los despachos, ni en las estadísticas. Se juega aquí, en decisiones pequeñas y silenciosas: dónde vivimos, dónde matriculamos, qué ejemplo damos.

Si queremos que el pueblo viva, empecemos por vivirlo de verdad. Si queremos que la escuela siga abierta, pongamos en ella lo más valioso que tenemos: la confianza, el compromiso… y, cuando se pueda, también a nuestros hijos.

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